Diario de un Reportero
Ramsés Ancira
Con afecto para la doctora en bioquímica Herminia Loza, del Sistema Nacional de Investigadores, por ayudarme a indignarme menos y ocuparme más.
El pasado 13 de mayo, al enterarme de la muerte por Coronavirus de Yoshio, en el hospital de Xoco, me sentí indignado. Ese mismo día se publicó que una mujer de 65 años fue una de las 44 de cada 100 pacientes intubados que logró salir con vida. En su caso, del Hospital La Raza del IMSS. La diferencia es que ella fue una de las afortunadas que recibió plasma sanguíneo tomado de sobrevivientes. Eso le permitió crear anticuerpos que la sacaron de la crisis.
Yo tenía coraje y en mi página personal de Facebook publiqué que la vida dependía de un sorteo, de qué hospital te tocaba y de cuál era el tratamiento que te daban.
Aunque se trataba de una expresión personal y no de un artículo de divulgación, un estimado colega, Francisco Leyva, me recriminó la falta de rigor periodístico. Aun así no podía quitarme el enojo: se han reportado éxitos con una medicina utilizada para el tratamiento de Lupus, hidroxicloroquina; con un antiparasitario llamado Ivermectina y con la transferencia de plasma, de pacientes infectados que superaron la enfermedad, a otros que llegaron al estado de gravedad.
Me preguntaba en medio del enojo, al ver crecer día a día la cifra de víctimas fatales, por qué no se disponía de ellas si el riesgo letal es tan alto.
Pero no es tan fácil. En algunos casos los medicamentos pueden causar daños secundarios tan graves como la pérdida de la vista, alergias o intolerancia a la fórmula.
Tenemos la desgracia de tener como vecino a un país en el que la salud es moneda política de cambio. Veo en Netflix una serie llamada Pandemia. El sarampión estaba prácticamente erradicado en el mundo hace 20 años, nos informa, pero un reducido grupo de madres de familia en el estado de Oregón se niegan a aplicar la vacuna contra este virus. Médicos y científicos llegaron al acuerdo de que la única manera de resolver una nueva epidemia era impidiéndoles a sus hijos acudir a escuelas públicas o participar en campamentos. Y es que la vacuna contra el sarampión no solo previene esta enfermedad, sino que activa el sistema inmune para protegerlos de muchos otros problemas de salud.
Los demócratas decidieron someter a consulta si el virus se podía propagar o no. Ganó la ignorancia, el mito de que la vacuna contra la viruela provocaba autismo, la falacia de que contenía aluminio en cantidades tóxicas. Se privilegiaron doctrinas religiosas y falsas ideas sobre las pruebas científicas. En el año 2000 no había ningún caso detectado de sarampión en Estados Unidos, en el 2020, registraban 2 mil infectados.
Por otra parte, los recortes de presupuesto aplicados por el presidente Donald Trump, hicieron retroceder 20 años a los sistemas de salud pública en Estados Unidos.
Hay fuertes evidencias de que China retrasó la información sobre el virus y su mortalidad.
La empresa iraní Hispan TV informó que los servicios de inteligencia de Alemania (Bundesnachrichtendienst o BND) descubrieron que el 21 de enero de 2020 el líder chino Xi Jinping pidió a la Organización Mundial de la Salud retrasar el anuncio y abstenerse de informar que el COVID se transmitía de persona a persona.
Otras fuentes han dado cuenta de que el oftalmólogo chino Li Wenliang envió a sus colegas un mensaje el 30 de diciembre de 2019, advirtiéndoles que en el hospital donde trabajaba estaban internadas siete personas con neumonitis, probablemente víctimas del virus que antecedió al COVID.
Wenliang y otros seis médicos que a su vez compartieron por internet la información de lo que sucedía en la ciudad china de Wuhan, fueron amenazados por las autoridades con que podían procesarlos penalmente “por esparcir rumores”, un cargo que se castiga en ese país con siete años de prisión.
Es muy importante recordar que esta enfermedad puede entrar por contacto con los ojos para comprender como se contagió Wenliang el siete de enero de 2020, cuando atendía a un paciente con glaucoma.
Dos días después, el oftalmólogo, de 34 años de edad, empezó a padecer tos seca y dificultades para respirar. Pasaron 21 días cuando volvió a escribir en sus redes sociales “Hoy ha llegado la prueba del ácido nucleico con un resultado positivo. La suerte está echada, finalmente diagnosticado”
El siete de febrero de 2020, un mes después de haberse contagiado, el médico perdió la vida.
Aunque su advertencia no tuvo éxito, en las redes chinas se multiplicaron los mensajes en los cuáles se manifestaba indignación contra el gobierno y admiración por el héroe. Fue precisamente este médico el que advirtió que las siete personas que él había conocido en el hospital estaban relacionadas con el mercado de pescados y mariscos Huanan, considerado la fuente del brote.
Si acertó en su pronóstico confirmaría que el virus pudo ser contagiado de un animal vivo a un ser humano, ya que en ese mercado se venden las especies tan frescas, que aún coletean.
La reciente aparición del virus hace que nuestros organismos no tengan los anticuerpos para defenderse, sin embargo, hay una excelente probabilidad si los enfermos más graves reciben intravenosas con el plasma de quienes han superado la enfermedad.
Pero a pesar de que más de 20 mil personas han sido dadas de alta tras formar parte de la estadística de esta epidemia, aún no se dispone de plasma suficiente para utilizarlo en más enfermos.
Cualquiera que sea la religión de las personas, hay coincidencia en querer alcanzar el cielo. Afortunadamente para los que sobrevivieron, todavía no les llegó el momento, pero si aportan su inmunidad a otros pacientes, seguramente, cuando les toque partir merecerán esa recompensa.
Esos son los héroes que, como los médicos y enfermeras que arriesgan su vida para defender las de otros, son indispensables en este momento.