Juan Luis Parra
Qué curioso. Mientras medio continente intenta sacudirse las garras del chavismo, Claudia Sheinbaum se ofrece como mediadora entre Venezuela y Estados Unidos. ¿Mediadora? No, más bien promotora. Cuando uno se codea con narco dictaduras, el papel de árbitro neutral se vuelve una farsa.
La presidenta de México insiste en que el país puede ser “un punto de encuentro” entre Washington y Caracas. Como si el problema fuera un malentendido diplomático y no un régimen que ha vaciado las arcas, perseguido opositores y convertido a Venezuela en una empresa de transporte para el narco.
¿Qué aporta México a esa negociación, aparte de una palmadita al dictador?
La respuesta no tarda en llegar. Desde Washington, la congresista María Elvira Salazar lanza un mensaje claro: “Deje de respaldar dictaduras en Venezuela y Cuba”. Porque sí, Sheinbaum y su 4T no han escondido su simpatía por esos regímenes. La retórica antiimperialista sirve de coartada para respaldar gobiernos que encarcelan, manipulan y exportan crimen.
¿Y Cuba? Ahí la cosa se pone aún más turbia. Mientras el castrismo se desmorona entre apagones, hambre y desesperación, La Habana encuentra un nuevo modelo de exportación: carne de cañón. Se reportó hace poco que cerca de 20 mil cubanos han sido enviados al frente ruso en Ucrania, muchos de ellos engañados o bajo amenazas. Literalmente vendidos por el régimen a la picadora de carne de Putin. Y Sheinbaum, claro, calla.
Porque denunciar eso sería cuestionar a sus amigos ideológicos.
Lo mismo en Honduras. Un escandaloso fraude electoral, bautizado con toda justicia como “golpe electoral”, ha mantenido en el poder a Xiomara Castro, presidenta alineada con el chavismo y solidaria con Maduro. Pero ahí tampoco hay críticas desde la 4T.
Porque cuando se trata de apoyar a la izquierda autoritaria, la congruencia estorba.
Mientras tanto, Estados Unidos cierra el grifo. Donald Trump ha reactivado la presión máxima sobre Maduro: bloqueos navales, incautación de petroleros, congelamiento de rutas de narcotráfico y sanciones millonarias.
La asfixia va en serio.
Lo de Sheinbaum no es mediación. Es complicidad. Quien se ofrece como interlocutor de una dictadura sin exigir condiciones mínimas de democracia, no está mediando. Está blanqueando. Está normalizando el autoritarismo como si fuera un estilo de gobierno más. Y lo peor es que lo hace en nombre de México, un país que ha pagado caro los costos de su propia corrupción y violencia.
¿De verdad cree Sheinbaum que puede jugar a ser diplomática mientras abraza a los peores tiranos del hemisferio? ¿O es que ya ni le importa la fachada?
México no necesita ser el portavoz de las dictaduras.
Ya bastante tenemos con las propias.





