RELATO
Mi nombre es Panzonopsky, y soy de un pueblo llamado “Amor”. Ahora tengo un hijo, y también una mujer, con la que solamente estoy juntado. Soy feliz; podría decirse que sí.
Trabajo de lunes a viernes y; al llegar sábado, mi amigo y yo nos ponemos a practicar actos que –estoy seguro- la gente seguramente ha de considerar como “cochinadas”.
Y tal vez y lo sean, pero; ah, ¡cómo lo disfrutamos él y yo! El goce que todo esto nos brinda, ¡es algo que solamente el cuerpo suyo y el mío conoce!
Por lo tanto, no puedo entender –y quizás jamás lo haga- el por qué tenga que ser algo “prohibido”. Yo, la verdad, no le veo nada de malo a que dos hombres se besen en la boca, y que se toqueteen sus cuerpos, como si de estar buscando algo con mucha desesperación se tratase.
Pero en fin. No quisiera entrar en confrontaciones con nadie. Además, ¡a nadie he hecho daño! Yo soy –y nadie más que yo- el dueño de mi cuerpo gordito. Así que, yo –y nadie más que yo- decido qué hacer con él y con quién. ¡Y qué mejor que con mi amigo!, aquel otro gordito que –como yo- también cobra, y sin hacer NADA, en el ayuntamiento de nuestro querido pueblo “Amor”.
De lunes a viernes nos la pasamos trabajando, ¡arduamente! Y, al siguiente día, para relajarnos un poco, vamos y compramos todo lo necesario para irnos de picnic ¡todo el día! Mi mujer no sabe nada de esto, y tampoco tiene por qué.
Al dar las doce del día, estando ya un tanto borrachos, empezamos con nuestros jueguitos. Todas las cosas sobre el pequeño cobertor las vamos tirando con nuestros cuerpos, que una y otra vez van girando como si fuesen unas aplanadoras.
A veces hasta llegamos a parecer dos perros, ¡dos perros que se la pasan jugando un juego prohibido por la sociedad! Mi amigo no para de reír, ¡y yo tampoco! Vaya que si nos la pasamos muy bien desfogando todo el estrés de la semana.
Al final de la tarde, mientras vamos descendiendo otra vez al pueblo, mientras voy conduciendo en silencio, y mientras mi amigo y amante duerme a mi lado, luego de pensar en muchas cosas, nuevamente vuelvo a dar gracias de que el cielo sea mudo; porque si hablara, seguramente que enseguida buscaría –como cualquier vecina chismosa- a mi mujer para contárselo todo.
Pero el cielo ¡no tiene boca!, así que yo… ¡no tengo por qué preocuparme!
Anthony Smart
Mayo/17/2020