Luis Farías Mackey
¡Soñador, estúpido y joven, aún!, creí, con Netzahualcóyotl, que jamás acabarían nuestras flores y que nunca morirían nuestros cantos; que México era indestructible y que nuestras contradicciones eran alborada de una humanidad sincrética. Y mi fe sobrevivió a mi adolescencia, sueños y variopintas y reales estupideces; a terremotos, a sexenios eméticos, a la negación de la política y de la razón, a intelectuales del raiting, a partidos negocios y hasta a las demencias de López. Llegué a creer que, incluso ya muerto, la senda gloriosa de México era inevitable y a prueba de los y las mexicanos, no importa qué.
Con Teuchitlán llegué a creer que habíamos tocado el fondo del abismo y que, a pesar de nosotros, recuperaríamos nuestros flor y canto. Pero ver a diputadas gritar a ¡Cuauhtémoc Blanco! “No está solo”, y protegerlo con el fuero constitucional; no para que pueda ejercer con hombría y dignidad su mandato ciudadano, sino para cobijar su cobardía y degradación, me confirmo que nuestro mal es terminal e irremisible.
Y no prejuzgo, ni violento su, de suyo delgada, presunción de inocencia, pero sí señalo que, en beneficio de su desdorada imagen y precaria dignidad, debiera renunciar al fuero y probar su inocencia. Pero sueño si creo que este esperpento de lo que hoy es la política en México resguarda en sí un aliento de decencia y dignidad.
Nunca alguien pudo hacer mejor honor a su nombre: “águila que cae”. Aunque no estemos de cara a un águila, ni remotamente.
Cuauhtémoc Blanco es la mejor representación de lo que hoy somos mexicanas y mexicanos: cobardía, podredumbre, corrupción, indecencia, heces. No construimos segundos pisos, ahondamos socavones en el infierno.
No, no somos Teuchitlán, ahí, aunque no lo niegue Sheinbaum y sus pinches corifeos, murieron inocentes y soñadores de mañana. Somos Cuauhtémoc Blanco y sus diputadas y diputados defensores: asesino de cantos y flores.
Caída lisa y llana, sin águila ni remedio.