Javier Peñalosa Castro
A un mes del arranque de las llamadas precampañas presidenciales, las alianzas entre el PRI y sus aliados para la ocasión parecen desmoronarse, en tanto que, por más manos que meten a la estrategia de Meade, nada más no logran que este anticlimático personaje levante siquiera lo suficiente como para considerarlo como adversario de cuidado.
Ello se debe —intentan explicarse los sesudos politólogos que pueblan las páginas de periódicos, revistas y sitios web con sus opiniones— a que existe un grosero jaloneo por parte de los genios de la campaña, encabezados por el Niño Nuño, que deben coexistir con los elegidos por el candidato no priista como su gente de confianza y los futuros integrante de su gabinete (en el remoto caso de que llegara al poder a finales de este 2018) e incluso alguno que otro priista.
Cierto que, por más que se haya procurado investir a Meade de un aura ciudadana, su pasado como alto funcionario de los gobiernos de Calderón y de Peña Nieto en posiciones clave, como las secretarías de Hacienda, Desarrollo Social, Economía y Relaciones Exteriores, lo hacen blanco fácil de los ataques de sus otros dos contrincantes, que han sabido ubicarlo entre los electores como el autor del “gasolinazo” que hace un año disparó la inflación y pulverizó lo poco que quedaba del poder adquisitivo.
Faltaría aclarar su probable participación (por acción u omisión) en la “Estafa Maestra” y en el trasiego de fondos federales a los estados, incluidos los desvíos para campañas políticas.
El rumor, que más bien se ha convertido en clamor al paso de los días, es que se analiza la posibilidad de sustituirlo por alguien que transmita alguna emoción y a que resulte creíble para los electores. Sin embargo, todo parece indicar que la única apuesta, a la que se aferran como a clavo ardiente los genios del “cuarto de guerra” de Meade, es la de las campañas negras, la descalificación y el golpeteo, sumado a una eventual pulverización del voto entre los independientes.
También es de preverse que, si no llegan a alguna intentona suicida ante la desesperación, el camino está más que pavimentado para que López Obrador obtenga una victoria con tal grado de margen, que esta vez nada podrá evitar que llegue al poder.
El otro contrincante de López Obrador luce más hábil. Tanto, que ha sabido pactar tanto con quienes le disputaban la nominación entre sus correligionarios como con sus variopintos aliados, lo que queda de Los Chuchos y su PRD y el Movimiento Ciudadano propiedad de Dante Delgado (como lo dejó bien claro a la prensa durante el acto en que la entelequia naranja acogió en su seno a Ricky) e hizo lo necesario para que dejaran el blanquiazul los despechados miembros del clan Calderón – Zavala… y hasta Gabriela Cuevas, quien fue recibida generosamente por López Obrador, luego de que en su partido se le cerraran las oportunidades. Hasta el protomártir del calderonismo, Roberto Gil Zuarth, recibió un guiño del tabasqueño para incorporarse a su movimiento por el cambio verdadero.
Sin embargo, el llamado joven maravilla tampoco logra entusiasmar a las multitudes, por más que apele a sus “palomazos” musicales, lo mismo con el esquirol perredista Juan Zepeda, quien fue factor decisivo para que la campaña por la gubernatura del Edomex se inclinara mínimamente hacia Alfredo del Mazo, que Yawi, el niño cantor de Movimiento Ciudadano, a sus “chistes” quemados (Meade es como la semana santa: nadie sabe cuándo cae; es el candidato de acero… de a cero votos (juar, juar, juar) o a su condición de polígloto. Simple y sencillamente no convence a ninguno de los disímbolos grupos que lo postularon.
Pese a su falta de arrastre, Anaya sí representa un peligro para las aspiraciones de Meade y lo que representa. Por ello habrá que esperar que las campañas negras, los infundios, las desacreditaciones y los señalamientos por irregularidades de toda laya a medida que se aproxime el primer domingo de junio.
Mientras esto ocurre, vemos a un Andrés Manuel López Obrador mucho más maduro, que sabe reír y aun revertir calumnias como la del financiamiento ruso o venezolano que le dirigen francotiradores como el expriista, expanista y neopriista Javier, Coopelas o Cuello Lozano, que se aventó la puntada de afirmar que los rusos tenían injerencia en la campaña de AMLO; que se ha mostrado mucho más incluyente con quienes desean sumarse a su causa y no responde a las provocaciones que se le lanzan constantemente con el ánimo de provocar alguna falla de la cual “colgarse” para atacarlo.
El tabasqueño ha terminado por asimilar que “el que se enoja, pierde”, y toma las cosas con humor, lo cual contribuye a que se aleje del dejo de severidad que lo acompañara durante alguna temporada, y que no resulta compatible con la imagen que tienen de él sus partidarios, como alguien serio, pero no solemne.
Como se ven las cosas, y por la inercia de las posiciones de sus contrincantes, López Obrador está más cerca que nunca de la victoria. Sólo tendrá que cuidarse de evitar algunas adhesiones inconvenientes y de reaccionar en la justa medida a los embates de sus adversarios. Con ello —como todo indica—, la tercera campaña presidencial será la vencida.