Laberintos del Poder
Emilio Trinidad Zaldívar
Lejos está el Presidente Andrés Manuel Lopez Obrador de ofrecer humildad y cordura en tiempos de desesperanza y dolor que sin aviso sacuden a la nación entera.
Hoy que debería dar el ejemplo de guardarse y convocar en todos por igual a hacer lo mismo, planea ya una gira de siete días por la zona sureste del país para promover su obra del Tren Maya, y de paso, ver la forma de recomponer su menguada imagen y reactivar a las hordas de Morena que con tambores de guerra ya se preparan para blindar a su líder.
En el Ejecutivo federal no cabe la sensatez, es hora de arrancar precampaña, de alimentar la esperanza de pobres y marginados que esperan migajas o limosnas del redentor; ni la tragedia ni el duelo de cientos de miles de mexicanos a los que la pandemia les arrebató a algún familiar y acabó con sus sueños, planes y expectativas de vida, generan en el eterno provocador y manipulador de masas, una pizca de congruencia y auténtico liderazgo.
Supo pelear, ser aguerrido opositor. En su eterna lucha, confrontó a los mexicanos, tomó instalaciones petroleras, cerró la avenida Reforma y acabó con ello con cientos de negocios que no pudieron aguantar la escasa o nula venta. Dijo que eso evitó la guerra.
Blandió después las banderas de la esperanza, de un México mejor, libre de corrupción, de delincuencia, de pobreza; ofreció limpiar la casa, barrer de arriba para abajo y darnos un país mejor.
Quiere ser como Juárez; reside donde el oaxaqueño vivió y murió, pensando quizás que su fantasma le oriente y guíe para encontrar la fórmula de la eterna felicidad que dice hay que medir.
No hay proyecto auténtico de gobierno. Hubo magníficos planes para saber ser contrapeso, ganar las ocho columnas; marcar la agenda, sacar de sus casillas a Fox y a Calderón, y al parecer, negociar con Peña Nieto.
Lejos, muy lejos está de cumplir la enorme expectativa que ofreció; su perseverancia movió, sacudió del marasmo a cientos, miles de mexicanos que se volcaron en las urnas para exigir un cambio, gritar un “no más de lo mismo”; alimentar el deseo de algo mejor, cargado de justicia, de respeto, de libertad, de oportunidades, de garantías para trabajar y vivir sin miedos de ser estadística de asesinados, de desaparecidos.
Sí, lejos, sumamente lejos se encuentra de saber con certeza hacia dónde va, hacia donde nos lleva; de tener un equipo de colaboradores experimentados y sólido que le permitan descansar en ellos el trabajo de progreso, planeación y desarrollo, mientras él conduce y crea la verdadera estrategia del cambio.
Demasiados frentes tiene abiertos. No es capaz de rectificar, y si lo hace, resulta tarde para apaciguar las aguas.
Sabe pelear, confrontarse, pero no gobernar a un país entero que va y viene sin rumbo ni horizonte trazado por quien debería ser líder, no caudillo; guía, no mesías; estadista, no merolico o bufón de circo.
La pandemia del Coronavirus lo ha puesto en el peor de los escenarios, ya complicado de sí con anticipación por el desempleo, la inseguridad, la crisis económica y financiera; por la caída del precio del petróleo y de la debilidad del peso frente al dólar.
Quiere seguir siendo contrario a lo que el buen pastor haría, de conducir a su rebaño a la seguridad del grupo, hacia donde tengan certeza y garantía de vida, de crecimiento, de alimento, de progreso y éxito.
Provoca preocupación y miedo en quienes debería dar certeza. No hay ni habrá forma de hacerlo entrar en razón. Seguirá con lo mismo. Ira a donde le plazca. Llevará a sus colaboradores, a sus escoltas y seguidores hacia las calles, los estados, las ciudades para placearse, para saludar, para que lo vean, lo vitoreen, lo saluden, aunque sea de lejos, dice.
No cabe duda, nuestro destino es estar siempre en tiempos de crisis.