Javier Peñalosa Castro
La camarilla que mangonea lo que queda de las instituciones de nuestro maltrecho país ha sido presa, de nueva cuenta, del llamado síndrome de la Chiumoltrufia, aquel que aquejaba al personaje de este nombre creado por Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, y quien justificaba sus contradicciones al son de: “yo, como digo una cosa, digo otra”.
Así, Peña y su “gabinetazo”, que rememora al de Fox tanto por la ineptitud y grisura de sus integrantes como por lo pretencioso y sobrado de los personajes que lo forman, de nueva cuenta dieron bandazos en un tema por demás delicado: el movimiento del magisterio en contra de la reforma laboral y administrativa que el Niño Nuño intenta hacer pasar como educativa, y que en lo único que ha propiciado uniformidad de criterios es en el rechazo amplio a las estratagemas de estos , ya no sólo por parte de la disidencia agrupada en la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (la CNTE), sino del propio Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, considerado por muchos como afín al gobierno, e incluso por una proporción creciente de los ciudadanos, pese al descontento que causan los plantones y marchas que realizan en la Capital con el propósito de lograr que se les escuche y se dé marcha atrás en la conculcación de sus derechos laborales y la imposición de cláusulas leoninas que vulneran la seguridad de los trabajadores y —sobra decirlo— poco o nada contribuyen a su formación, capacitación o actualización.
Recula Peña: dice que el único límite es la negociación
Luego de que Peña y su esbirro Osorio Chong amagaran a los maestros con generalizar la represión a su movimiento, iniciada con cuando menos una decena de muertos en Nochixtlán, y de que Peña hubiera llevado la amenaza de continuar por este derrotero —de manera asaz desafortunada— hasta Canadá, parece haber recapacitado y abierto la puerta al diálogo para una eventual desactivación de las medidas más regresivas y contrarías a las reivindicaciones de la Constitución de 1917 en materias laboral y educativa.
Por supuesto, cualquier paso hacia atrás en materia de represión es bienvenido. Sin embargo, en el caso de Peña y la caterva de subnormales que lo “asesoran”, siempre queda el temor de que vuelvan a las andadas, pese a lo que ofrezcan, prometan o juren. Para ellos, la palabra empeñada no tiene valor alguno.
Falsas promesas
Así lo comprueban las contradicciones que se han dado en todos los ámbitos, pero de manera señalada en lo que concierne a las tan cacareadas reformas estructurales, panacea ofrecida por Peña y su camarilla para llevar a México al Primer Mundo en un plazo máximo de 20 años, que no han dado el menor fruto y que, al paso que vamos, lejos de contribuir a elevar mínimamente la calidad de vida de la mayoría depauperada, terminarán por llevarnos directamente a la ruina.
En materia de energía se desplegaron ruidosas y reiterativas campañas publicitarias en las que se ofrecía a la gente que bajarían los precios de las gasolinas, la energía eléctrica y el gas. La realidad es que están aumentando los precios de bienes y servicios del sector, al tiempo que se busca a toda costa malbaratar lo que queda de los activos petroleros, la propia CFE y lo que aún quede como patrimonio de los mexicanos.
En lo laboral, el conflicto magisterial es sólo un botón de muestra del descontento que existe por la creciente inseguridad en el empleo, la desaparición de prestaciones elementales, como el derecho a una jubilación digna y a la salud, entre muchos otros. Lo de hoy es la “tercerización”, una suerte de empresas prestanombres cuya función es escamotear a los trabajadores derechos como el reparto de utilidades, la antigüedad y otros.
En educación, seguimos lejos de naciones como la India y China, que han estado teniendo un crecimiento económico, tecnológico y cultural sobresaliente como resultado de la inversión realizada tan ton educación como en desarrollo científico y tecnológico.
Otros fraudes han sido la lucha contra la corrupción, que ha sido una verdadera burla, como hemos apuntado en este espacio, la transparencia, que no aparece por ninguna parte, las reformas legales, aisladas y en medio de un sector judicial adocenado y corrupto, las de telecomunicaciones y radiodifusión, que en nada han contribuido para terminar con los oligopolios y, en el mejor de los casos, llevarán a uno o dos nuevos participantes a compartir el pastel con Televisa y TV Azteca.
De la reforma financiera y la hacendaria tampoco hay logros que presumir. Las promesas de campaña han caído en el olvido y poco o nada positivo podemos esperar los ciudadanos de lo que ofreció Peña Nieto.
¿Hasta cuándo?
Al promover sus 11 reformas “estructurales”, Peña Nieto y sus validos se curaron en salud y anticiparon que no habría beneficios inmediatos, pero ofrecieron que en el mediano plazo (a casi cuatro años de distancia algo podría haber mejorado) los bolsillos de los mexicanos sentirían los beneficios de este cacareado catálogo de buenas intenciones apuntalado en la apertura comercial indiscriminada, la vulneración de sectores estratégicos, como la energía, la alimentación, la educación y un largo etcétera.
Podemos anticipar que el sexenio peñista cerrará con una larga lista de explicaciones y disculpas por la falta de resultados y el consuelo de que podríamos estar peor de no haberse hecho los cambios mencionados.
Es pues momento de empezar a pensar en un gobierno con rasgos diferentes de los del PRI y el PAN y empezar a apuntalar una candidatura progresista que promueva verdaderos cambios que impulsen el crecimiento equilibrado y propicien la justicia social y la mitigación de las insultantes desigualdades entre ricos y pobres y la grosera concentración del ingreso en unas cuantas manos.