Por Ricardo Burgos Orozco
Trabajé hace más de 20 años en la Secretaría de Salud. Desde mucho antes ya se observaban recursos limitados en personal calificado, en medicamentos y en infraestructura de los hospitales públicos; en ese entonces los centros de salud particulares todavía tenían muy buena atención; se notaba la diferencia entre unos y otros.
El sistema de salud en México es muy complejo, sobre todo porque la población no deja de crecer. Eso hace que los recursos destinados al sector sean siempre insuficientes.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), un 82 por ciento de los mexicanos está afiliado a un servicio de salud; un 17.3 no está asegurado. De los asegurados, 49.9 por ciento correspondían al seguro popular (ahora Insabi); 39.2 al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS); 7.7 al Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado (ISSSTE); 1.2 a los servicios de salud de Pemex, Secretaría de la Defensa Nacional o la Marina Armada, y 3.3 al sector privado.
Ahora, el problema no es la cantidad de mexicanos afiliados a un servicio de salud, sino la calidad que le brinden ahí y todos, incluso los particulares, están dejando mucho que desear por falta de personal médico calificado, medicamentos y atención con calidad y calidez.
El deterioro ha sido paulatino. No es echarle toda la culpa al actual régimen porque viene de años de abandono, de falta de eficiencia en la distribución de medicamentos, de preparación de especialistas en salud, de capacitación, de “humanizar” al sistema porque los pacientes y sus familiares no son máquinas.
Me cuenta una amiga internada en un hospital del ISSSTE durante varios días para que le hicieran unos estudios, que duró una semana sin probar alimento porque le retrasaron sus análisis y debía hacerlos en ayunas. Diario le decían mañana sí y nunca se los hicieron, siempre con un pretexto diferente hasta que, cansada, decidió regresar a su casa y ahí está esperando todavía.
La pandemia desnudó aún más la ineficiencia de los servicios de salud en México. En una nota de Nayeli Roldán, de Animal Político, se informa que hospitales y clínicas disminuyeron la detección y seguimiento a enfermedades distintas al Covid 19 hasta en un 50 por ciento. Señala la periodista que miles de personas podrían padecer obesidad, diabetes, VIH, cánceres, desnutrición, alzheimer y otras enfermedades, sin haber sido diagnosticadas.
Hay otros miles de personas, tal vez millones, que ha dejado de ser atendidas en los hospitales por darle preferencia al diagnóstico del coronavirus, pero ahora que ya están disminuyendo los índices de contagios de Covid, se ha incrementado el rezago de atención de pacientes de otros padecimientos que no pueden esperar como enfermedades cardiovasculares y cerebrovasculares.
El desabasto de medicamentos también es real, no solamente para los niños con cáncer, sino para personas con tuberculosis, tétanos y papiloma humano, por ejemplo. Todo comenzó en mayo de 2019 cuando el gobierno federal implementó un nuevo modelo de compras consolidadas que no ha funcionado como debiera.
Si la tendencia es definitiva con respecto al Covid y va disminuyendo, ahora hay que voltear al sistema de salud completo para sacarlo de la terapia intensiva en la que se encuentra. Esperemos que no siga muriendo en el intento.