José Luis Parra
No hay nada más urgente para una presidenta en aprietos que invocar al fantasma del crecimiento económico… y llamarle Carlos Slim. Claudia Sheinbaum lo sabe. También sabe que, pese a sus sueños de soberanía económica y rostro social, la realidad ya le dio su primer bofetada: el Producto Interno Bruto cayó. No mucho, pero sí lo suficiente para quitarle el maquillaje a los buenos augurios que presume en sus redes.
En el papel, todo suena bien. Gran Acuerdo Nacional. Reuniones con empresarios. Plan maestro de inversión. Fondos, afores, créditos y conectividad. Una Ley de Inversiones en Infraestructura para el Bienestar —nombre largo, promesas más largas—, que vendrá a sustituir a las satanizadas APPs del peñismo. Un intento de lavado de cara legislativo para disfrazar la urgencia con el cuento de la planeación.
Slim, por supuesto, no se pierde un sexenio. Ni el de la austeridad. Ni el de la continuidad. Ni el de la simulación. Tres veces ha visitado a Sheinbaum en Palacio Nacional. ¿Es mucho? ¿Es poco? ¿Es saludable? Para una mandataria que apenas rebasa el primer año de gestión, es clarísimo que está midiendo el agua no con cucharadas, sino con cables de fibra óptica.
Cabeza fría, bolsillo caliente
El discurso oficial insiste en que hay buenos pronósticos para 2025 y 2026. Pero los datos ya hacen cortocircuito. Inversión fija bruta cayendo, consumo apagado, construcción en picada, gasto público sin oxígeno. Y, mientras tanto, Claudia toma café con Slim y escucha lo que ya sabe: sin iniciativa privada, no hay milagro sexenal.
Por eso el viraje hacia los empresarios se da en reversa y con intermitentes: sin reforma fiscal, sin recortes al gasto clientelar y sin una idea clara de cómo financiar los megaproyectos sociales. Lo que queda es el viejo recurso de pedir ayuda al capital… pero llamarlo “movilización nacional para detonar el crecimiento”.
El problema es que el capital no se moviliza por decreto. Ni se conmueve por la narrativa del bienestar. A Slim le interesa la rentabilidad, no la transformación.
La Tercera Vía: ¿plan o parche?
Se avecina una reforma que derogará el modelo Peña Nieto de colaboración pública-privada para crear el modelo Sheinbaum… que será básicamente el mismo, solo que con otra etiqueta. Porque si algo sabe hacer este país es inventar leyes nuevas para problemas viejos.
Y mientras tanto, en Hacienda, en el Congreso y en los círculos cercanos a Palacio, se cocinan reuniones “a puerta cerrada” con banqueros, constructores y fondos de inversión. Lo que antes era neoliberalismo, hoy se vende como patriotismo financiero.
Alfonso Ramírez Cuéllar —el siempre disponible ideólogo de emergencia— dice que quieren activar créditos, afores y fondos como si fueran fichas de Lego. Movilizar dinero ajeno para cumplir metas propias. Suena fácil. Y también suena a lo de siempre.
HSBC se emociona; México no tanto
Mientras los bancos internacionales tuitean loas sobre “la vibrante economía mexicana”, el país real ajusta el cinturón. HSBC dice que México tiene excelente conectividad. Pero eso lo dice desde una oficina con aire acondicionado, no desde una carretera de Oaxaca o un hospital del IMSS.
La desconexión entre las altas esferas del poder económico y el ciudadano promedio es más profunda que la caída del PIB. La narrativa de crecimiento se estrella con el muro de los datos. La inversión pública no jala. La privada se repliega. El nearshoring no alcanza a todos. Y el Plan México no paga la renta.
Pero en Palacio, los “buenos pronósticos” son tendencia. Y como dice el manual de comunicación de la 4T: si el dato no te ayuda, cámbiale el nombre.
¿Y si el talón de Aquiles está en la bolsa… de egresos?
Con una bolsa presupuestal de 10.1 billones ya comprometida y sin margen para más deuda, Sheinbaum está bailando en un alambre fiscal. La economía mexicana necesita mucho más que café con Slim o likes en Twitter.
Necesita decisiones. De las difíciles. De esas que no se anuncian con videos de TikTok. O se enfrenta la verdad —el dinero no alcanza, las fórmulas se agotaron, la confianza está en oferta—, o el “gran acuerdo nacional” terminará como todo en este sexenio: en una conferencia matutina y un comunicado optimista.





