José Luis Parra
La presidenta Sheinbaum habló por teléfono con Donald Trump y no, no fue para felicitarlo por su peinado. El tema fue serio: aranceles, comercio, soberanía. Y aunque dijo que la conversación fue breve y estrictamente comercial, el solo hecho de tener que pedir unas “semanitas más” para evitar un sablazo económico, deja claro que la relación con el vecino del norte sigue siendo una cuerda floja.
Trump, fiel a su estilo, gruñó hace unos días que México está controlado por el narcotráfico. Y no conforme con eso, volvió a asomar su idea fija: intervención militar en suelo mexicano. Sheinbaum respondió con decoro, como dicta el manual diplomático, defendiendo la soberanía nacional. Pero también con pragmatismo, aceptando que sin diálogo, coordinación y algunas llamadas sabatinas, no se podrá mantener al elefante naranja dentro de su corral.
¿Se imaginan a la presidenta pidiendo una prórroga a otro país si no fuera Estados Unidos? No lo haría ni con Belice. Pero con Washington sí, porque las amenazas de Trump no son cosa menor. Un arancel en pleno estómago del T-MEC puede doler más que un misil.
Mientras tanto, Marcelo Ebrard viaja a Corea para ver a su contraparte en la APEC. En otras palabras: el canciller hace su tarea y la presidenta hace llamadas. Y todo esto para que Trump no nos aplaste con una bota económica disfrazada de política comercial.
Sheinbaum también confirmó el decomiso de 500 armas en territorio estadounidense que venían a México. Un decomiso que debería celebrarse, pero que también sirve para demostrar que el tráfico de armas no solo es una acusación mexicana, sino una realidad que ocurre con el conocimiento —y a veces con la complicidad— de agentes y armerías del otro lado del muro.
Ese dato lo dio justo cuando se le preguntó por los dardos de Trump. Un movimiento astuto: nos acusan de narcos, pero nosotros también podemos acusarlos de vendedores de muerte.
“Jamás permitiremos una intervención”, dijo la presidenta. Y aunque el tono fue firme, también sonó a ensayo diplomático. Porque la historia mexicana ya vivió eso: cañoneras, invasiones, pactos oscuros. Y aunque hoy el armamento es económico y no bélico, la esencia es la misma: dependencia.
Trump sabe que puede amenazar sin pagar costos políticos. Su base aplaude cada vez que dice “invadir México”.
Lo que vemos hoy es un estilo distinto: Sheinbaum no confronta como lo hacía López Obrador. No hay mañaneras de regaño, hay conferencias de gestión. Pero debajo del nuevo maquillaje presidencial, la estructura de poder sigue intacta. Y también la subordinación histórica a los intereses gringos.
La gran pregunta es: ¿quién será el encargado de apagar el fuego si Trump regresa con un bidón de gasolina? ¿Marcelo, Sheinbaum o un negociador bilingüe y sin miedo al caudillo de peluca naranja?





