Luis Farías Mackey
Hace unas semanas en la Ciudad de México, con motivo de una marcha de mujeres, los reventadores de siempre, hoy interesadamente bautizados “Bloque Negro Prianista”, vandalizaron comercios, mobiliario urbano, robaron joyerías, quemaron algunas y, finalmente, hirieron impune y gravemente a 93 policías. El gobierno se victimizó y acusó provocación, cuando en todo momento estos grupos estuvieron protegidos por la propia policía que de haber querido los hubiera encapsulado sin problema y evitado cualquier desorden y destrozo.
Más o menos por las mismas fechas, el gobierno federal retiró de Uruapan a la Guardia Nacional que había enviado a combatir al crimen organizado, 14 elementos se quedaron para brindar seguridad personal al presidente municipal, Carlos Manzo. Quince días después fue acribillado en un acto público con siete disparos delante de su mujer e hijos menores.
Al día siguiente, la policía en Morelia se ensañó contra estudiantes, como semanas antes lo hiciera la de Veracruz. En Morelia, casualmente, otro grupo de eficaces destrozadores entró a un Palacio vacío y sin resguardo, destruyó mobiliario a discreción hasta que con tres policías los contuvieron, mientras afuera de Palacio y en sus patios (no en las oficinas vandalizadas) golpeaban y gaseaban estudiantes. Desde entonces, nada se sabe de los verdaderos y protegidos vándalos, ni siquiera que hayan sido presentados ante la justicia. Un día después, otra manifestación en Apatzigán incendió de la nada el palacio municipal, sin que se sepa tampoco nada de sus pirómanos. ¡Curioso!
En México, a las puertas de Palacio la presidente es toqueteada por un hombre que así manda un mensaje de que en México nadie está ya a salvo, no hay seguridad que valga, sea de presidente municipal o de la República. Claro, uno murió de siete balazos, la otra fue sexualmente ofendida.
Ayer en la Ciudad de México, en medio de una histeria colectiva en Palacio y en las redes oficiales y afines, la policía cargó contra manifestantes. Para ello, un grupo con precisa e inusual coordinación para estos casos derribó, como en el cuento de las casas de los tres cochinitos, decenas de metros lineales de una muralla metálica de tres metros de altura soldada entre sí y anclada al piso con grandes tambos de agua. Tras de ella, una legión de granaderos (que ya no existen) arremetió contra los manifestantes, no precisamente contra los experimentados derribadores de murallas. Un ciudadano ondeando una bandera e inerme fue el primero en caer a patadas y toletazos. Las escenas se siguieron por las calles aledañas, los gases lacrimógenos enjuagaron de llanto la sangre y desesperación; mientras en alguna gira, como todas, la presidente, como siempre, hablaba a nadie de la no violencia y revictimizaba a los que en ese momento la sufrían frente a su palacete desde México para el mundo.
Las redes a sueldo de Villamil y Ramírez chapotearon en la histeria, unos decían que la manifestación había sido un fracaso, otros que su violencia fue orquestada e incontenible, algunos más acusaban a Salinas Pliego y al prian de la maldad en el universo y anexas.
Pero algo no cuadra, quien hace unas semanas decía que no iba a caer en provocaciones mientras frente a sus oficinas joyerías eran vandalizadas e incendiadas, y policías golpeados y quemados con gasolina y sevicia, el sábado recriminaba la violencia, pero sólo la de aquellos a los que ha venido estigmatizando ya por dos largas semanas. Nada dijo de la violencia no legítima de patear a un ciudadano con bandera, indefenso y pacífico, o la menor de edad cegada por gas lacrimógeno, mientras el crimen organizado es por ella defendido para no ser combatido en flagrancia y exclusivamente llevado ante una justicia robada con golpe de Estado constitucional y acordeones. Carlos Manzo no tuvo esa oportunidad. Hoy sabemos que sus custodios tenían órdenes de no combatir fuego con fuego: dejaron pasar y dejaron hacer y ese reclamo es verdadero y la perseguirá más allá de su tumba
Me resulta increíble que la muralla haya cedido tan fácilmente, como que la policía haya sido ordenada a actuar como bárbaros y no como fuerzas del orden, mientras Mario “El Huachicolero” Delgado se hacia el simpático frente a la presidente y ésta no estaba debidamente informada de la gravedad de lo que en realidad tenía verificativo en el Zócalo en esos momentos.
Todo ello en medio del anuncio del adelanto de la revocación de mandato. Pareciera que alguien quiere que se vaya la presidente, más allá de aquellos que lo demandaron el sábado, y más acá de muchos de los que le aplauden, pero le dan la espalda.
A la hija del 68 le montaron su 15N y no fue la derecha internacional. No solamente la pueden tocar, le pueden incendiar su gobierno y ensangrentar su historia. No llegaron todas, llegó más sola que la soledad.
PS. ¿Descalifica que gente mayor hayamos acudido a la marcha? No encuentro el razonamiento que la participación intergeneracional pueda deslegitimar un reclamo, más aún cuando su amado Mesías acaba de celebrar sus 72 años. ¿Qué van a decir cuando los carcamanes en el poder acudan a sus marchas y plantones?
