En aquél círculo de conocidos más que de amistad, había algo que todos intentaban evitar y una de sus más grandes preocupaciones era el jamás instalarse ahí; no obstante que la mayoría de sus acciones –casi todas reglas no escritas dentro de su ambiente social y económico–, tarde o temprano a la gran mayoría hasta allá los conducía, pero tampoco les era difícil salir de ahí.
Cuando Paulina apenas tenía cuatro años, la mayoría del tiempo se veía rodeada por cinco o seis hombres siempre de negro, vestimenta que ella advertía como un disfraz pues nunca le importó si esos cuerpos envueltos en tono oscuro, eran o no siempre los mismos. Paulina nunca se sentía sola en su inmensa habitación — aunque físicamente siempre lo estaba–, pues le proporcionaba un sentimiento de confort el sólo pensar que tras de la puerta que daba al enorme corredor siempre estaban esas figuras negras como su sombra.
La pequeña Pau, como a veces escuchaba le nombraban sus padres y demás parientes así como otras personas que la conocían, supo siempre lo que era la figura materna y también la paterna, pero ellos se mantenían muy lejanos en su vida cotidiana al igual que su nanny, su cocinera y hasta sus profesores que de lunes a viernes acudían a instruirla hasta su casa. Ya no intentaba hablar en el club deportivo con alguien, pues intuyó que sus sombras siempre verticales le hacían saber a quienes lograban un mínimo contacto con ella, que eso no estaba bien y eso le daba seguridad a la pauta que le habían marcado en la vida y que creyó era lo natural, lo mundano.
Por decisión de sus padres y ya con trece años de edad, Paulina se matriculó en un prestigiado colegio. El primer día de clases fue para ella atroz, pues su nube negra de cuidadores no logró llegar más allá de la zona de estacionamiento escolar. Cuando una chica de su grupo escolar le esbozó a sus ojos una cálida sonrisa se sintió desprotegida, pues no habría quien le señalara a esa intrusa que eso no era normal y ella tampoco se atrevería a hacerlo, además que no sabía ni el cómo.
Tras el guiño colegial escuchó saludos, presentaciones, cuestionamientos directos y ella muda, se sintió aterrorizada, acosada y hasta violentada.
Cuando llegó por fin la hora de salida del primer día de colegio en toda su vida, Paulina corrió hasta el conglomerado de hombres de negro y los abrazó, los besó, los acarició. Su instinto de dar y recibir amor la llevó de manera espontánea, a retornarles a ellos lo que tanto le habían dado.
Cuando en torno al círculo del procurador de Justicia de la nación, corrían como cascadas sin ritmo murmuraciones de aquél suceso entre Paulina y sus guardaespaldas, el desprestigio tocó a la puerta de su familia, pues las habladurías versaban en torno a que la aún adolescente hija del poderoso funcionario, más que cuidadores tenía amantes.
El influyente señor procurador pasó a solas el descrédito social de aquellas murmuraciones, pues ni siquiera intentó porque tampoco sabía, cómo compartirlo con su esposa e hija.
Mientras que para el señor procurador el deslustre fue momentáneo pues una semana después se le veía sonriente a él y a su esposa al lado del Primer Ministro de su país, Paulina en tanto quedó sin amor. Sus sombras nunca más se volvieron a aparecer por sus días.