Joel Hernández Santiago
Sus palabras fueron duras, quizá un desahogo, o acaso un reproche, pero ahí están, escrituradas. Andrés Manuel López Obrador, el nuevo presidente de México, estaba de frente a la Nación el primero de diciembre; ante un Congreso dispuesto, con una mayoría a su orden y con minorías que poco pudieron recriminar. Luego de rendir protesta, a las 11.22 de la mañana comenzó a desgranar el discurso al mismo tiempo esperado como predecible…
Lo hizo agradeciendo al ex presidente Enrique Peña Nieto que durante las elecciones no haya metido la cuchara en el proceso “como hicieron otros presidentes” y “valoramos su respeto a la voluntad del pueblo”. Se refería a su propia experiencia (2006 y 2012) cuando le arrebataron el triunfo, dice, y se declaró presidente de México, sin serlo constitucional…
Y sin expresarlo, deslizó el acuerdo al que llegaron el entonces presidente Peña Nieto y el presidente electo López Obrador, para llevar a cabo un traslado de poderes terso y sin arrebatos ni complicaciones. De hecho, como se vio durante la sesión cameral, los priistas guardaron compostura y nunca exclamaron acusaciones como sí los hicieron los panistas y sus cartulinas inútiles. Pero entre presidente y ex presidente había acuerdos tácitos y valores entendidos.
Como el de no perseguir delitos de corrupción y ‘comenzar de cero’. ‘Soy un hombre de perdones’ dijo y subrayó en varias ocasiones esta decisión única y unilateral: no perseguir delitos del pasado… Pero lo restregó en la nariz de quien ahí presente entendía que el mensaje era para él y se removía en su asiento, tomaba pequeños sorbos de agua, subía y bajaba la cabeza, volteaba a los lados… Nervioso hubo un momento en el que se pensó que habría de levantarse ante el chubasco de culpabilidades asignadas y luego de haber entrado al recinto en un silencio sepulcral…
López Obrador, paso a paso, acusó a las políticas económicas neoliberales de haber llevado a la ruina al país; acusó del empobrecimiento de muchos y el enriquecimiento de unos cuantos ‘rapaces’. Y fue deshilvanando al gobierno anterior, señalando, acusando, reprochando y desmantelando lo que fuera su timbre de orgullo: “las reformas estructurales”. Una de ellas, la Educativa, será derogada…
Y acusó a la Reforma energética de haber empobrecido al país y de haber hecho que la crisis petrolera de México –país petrolero- hubiera sido un fracaso; y de haber prometido que con esta Reforma se habrían de producir 3 millones de barriles diarios y sólo se produjeron 1,763 y de que por lo menos en treinta años el neoliberalismo fue corrupción, quebranto y migración obligada;
… Al mismo tiempo que acusó un crecimiento anual de apenas el 2% y el crecimiento de la deuda externa en cantidades insospechadas pues pasó de 1.7 billones con Fox, de 5.2 billones con Calderón a ser 10 billones de pesos la deuda que deja Enrique Peña Nieto.
Y lo dijo enfático, para todos, pero sobre todo para aquel que ahí sentado tenía que asumir humillado y en silencio sus culpas…: ‘un gobierno de corruptos en la política como en el poder económico’ –martilló-: “minorías rapaces”, dijo de nuevo. Y así, paso a paso desglosó el porqué de la Cuarta Transformación…
Su Cuarta Transformación que da por hecho, aunque apenas comienza la andadura. Y de ahí en adelante el caudal de promesas, de compromisos, de asignaturas pendientes, de cambiar para cambiar, de ajustar sueldos de la elite burocrática y favorecer a la base burocrática, de apoyo a la tercera edad, a los muchachos estudiantes, a los ‘ni-nis’ que no lo son por su propia voluntad…
Pero sobre todo, su gobierno será para los pobres. Y su gobierno habrá de separar el poder político del poder económico. Que abatirá la corrupción de gobierno y empresarial y esas asociaciones de chanchullos y negocios bajo la mesa. La impunidad no será el día a día de la justicia mexicana y repitió el apotegma aquel de “Al margen de la ley, nada; por encima de la ley, nadie”…
En adelante lo predecible: dijo lo que ya ha dicho de manera incansable durante tantos años, tantos meses, días y horas. Su gobierno será de lo social. No traicionará. No engañará. No robará. Será sometido a escrutinio público si fuera necesario. Perdón para errores del pasado; no para él ni para su familia. Y reafirmó sus cien compromisos con la Nación…
Y sí, se le otorga el beneficio de la duda, la duda que se despejará cuando haya cumplimientos, cuando paso a paso su gobierno se distinga por no modificar las leyes para su beneficio de gobierno, ni someter a consulta pública lo que ya tiene decidido tan sólo para acusar que “lo decidió la Nación”… Ni prometerá y se desdirá luego. Ni mantendrá alrededor de él a ‘rapaces’ que medran con su propio poder y con su fortaleza política… Ni todos esos tropiezos que durante sus cinco meses de interregno cometió pues serán reprobables si los hace ya como presidente Constitucional…
Luego vino el apapacho al gobierno de Trump, y al vicepresidente de EUA, ahí presente, Mike Pence y Ivanka, hija de Trump, ahí presente y muy aplaudida por la bancada de Morena; y a todos los invitados que llegaron del extranjero, incluyendo a Nicolás Maduro, presidente de Venezuela a quien no le cayó bien el repudio legislativo y social en México, por lo que sólo acudió al banquete, una forma voluntaria del “comes-y-te-vas”, aquel.
Y sí, a cada paso había señales y mensajes, había sobres sellados, para uno y para otro, como fue el caso del Ejército al que subrayó que son un cuerpo respetable y que desde Saturnino Cedillo (1938) nunca en adelante se ha intentado un golpe de Estado, y que con ellos, con Ejército y Marina creará la Guardia Nacional para abatir la inseguridad, aunque no se refirió de frente al gran problema Nacional: el del crimen organizado, el narcotráfico y las complicidades…
Más tarde en el Zócalo una ceremonia casi teatral con ‘pueblos originales’ entre los que predominaron los de Oaxaca, y en la que recibió el Bastón de Mando que le da para obedecer, y en cuyo discurso repitió lo que meses antes dijo no haber dicho: ‘Recibimos a un país en quiebra’.
Pero ya pasó la ceremonia. Las multitudes festivas que acudieron a vitorearlo han vuelto al día a día. Predominó en todo momento la esperanza. Esa esperanza en que todo cambie. Esa esperanza que no se nos cae de la boca ni de la cabeza ni de la expectativa. Esa esperanza que no termina porque hace falta para construir el futuro y para un distinto amanecer. “No tengo derecho a fallarles” dice el Presidente López Obrador. Ojalá. Ojalá no falle, porque si es así: “que la Nación se lo demande”.
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