Una de las instituciones icónicas de la antigua Roma, fue el Senado, poderoso ente que en la época imperial llegó a tener hasta 900 miembros y cuyas funciones fueron prioritariamente ratificar leyes, aconsejar a los funcionarios públicos denominados Magistrados, y dirigir la religión, las finanzas y la política exterior del Imperio. El Senado Romano a su vez ha inspirado buena parte de los parlamentos de occidente, México no es la excepción y nuestro Senado se remonta a la Constitución de 1824. Los senadores mexicanos tienen la función de representar a sus respectivas entidades federativas y a la Ciudad de México compartiendo facultades y obligaciones legislativas con la Cámara de Diputados, constituyendo así el bicameral Congreso de la Unión, uno de los tres poderes de nuestro pacto federal.
A lo largo de nuestra historia hombres y mujeres de capacidad probada han sido senadores de la república, han representado con tino y dignidad no solo a sus lugares de origen o arraigo sino a la clase política mexicana, ser senador de la república es no solo un reconocimiento al talento político sino una distinción tan solo por debajo de ser gobernador de un estado. Ríos de tinta hacen falta para poder referir a tantos mexicanos que han sido senadores, han llegado como ocurre en la política, por méritos propios y justa recompensa pero también por pago de facturas e incluso por mano de la suerte, como ha ocurrido recientemente con suplentes que han asumido su escaño por la muerte del titular. Sin embargo, quiero referirme a dos prohombres que han encarnado el verdadero espíritu republicano y la dignidad de formar parte de uno de los poderes de la unión, me refiero a los Senadores de la República Belisario Domínguez por el Estado de Chiapas y José Diego Fernández Torres por el Estado de Morelos.
Belisario Domínguez, un prominente médico nacido en Comitán el 23 de abril de 1863, destacó no solo en el ejercicio de su profesión, sino como un intachable parlamentario. Hombre valiente denunció en tribuna el asesinato del Presidente Madero y del Vicepresidente Pino Suárez, sus discursos del 23 y 29 de septiembre de 1913, le valieron la tortura y muerte a manos de los esbirros del chacal Victoriano Huerta el 7 de octubre de 1913. En un acto de reivindicación y justicia, en 1953 el Senado de la República, instituyó la presea “Belisario Domínguez” que es la mayor distinción que otorga el Estado Mexicano a sus ciudadanos.
José Diego Fernández, fue un distinguido abogado, nacido en Cuernavaca el 1 de septiembre de 1848, ejerció notablemente su profesión como abogado postulante, pero también fue Diputado Federal, Secretario de la Suprema Corte de Justicia Militar, Procurador Militar y finalmente Senador por el Estado de Morelos. Cuando fueron asesinados Madero y Pino Suárez como forma de protesta se abstuvo de subir a tribuna, pero meses después en abril de 1913, Huerta ordenó por medio de un Senado a modo la desaparición de poderes en Morelos, entonces el Senador Fernández tomó a la tribuna denunciando no solo la desaparición de poderes en su estado, defendiendo la soberanía de Morelos y señalando los asesinatos del presidente, vicepresidente y a la dictadura de Huerta, su valiente intervención se dio meses antes de las de Serapio Rendón y Belisario Dominguez. Afortunadamente Fernández no fue asesinado y murió diez años después en julio de 1923. Enfrentarse a Huerta no fue cosa menor y tanto el chiapaneco como el morelense, lo hicieron con firmeza, pero con respeto y altura desde una de las principales tribunas de la república.
Hoy desafortunadamente ese Senado republicano y nacionalista se ha convertido en una carpa cómica de la primera mitad del siglo pasado. Son muy respetables las diversas expresiones políticas y las distintas posturas ideológicas, es muy meritorio disentir y ser oposición, pero lo que no es meritorio es imprimir un discurso barriobajero al debate parlamentario, Lilly Téllez y Germán Martínez no solo faltan el respeto a las entidades que representan, a la república, sino que al denostar muestran involuntariamente su bajo nivel y capacidad. La Senadora Téllez al mofarse de la obesidad de su compañera Citlalli Hernández dejó el debate parlamentario a la altura de los tacos de chicharrón. Germán Martínez con su irrespetuosa y poco afortunada intervención en contra del Secretario de la Defensa, hombre cuya educación y afabilidad son del dominio público. El Senador Martínez, por cierto, uno de esos chapulines transexenales fieles a la máxima del Tlacuache Garizurieta de no vivir fuera del presupuesto pues nada más bizarro que haber sido Presidente del PAN y después Senador por lista de Morena, intentó mostrarse como valiente, pero al final solo evidenció su bajo nivel y capacidad. Insisto, se vale disentir, pero con respeto y altura, aquí es más oportuno que nunca de refrendar lo dicho por Reyes Heroles en el sentido de que en política la forma es fondo.
Leer la versión estenográfica de la intervención del Senador Martínez es de pena ajena, es un discurso insolente, irrespetuoso, que solo arroja más gasolina al fuego en un México que merece más prudencia. Es también una perla de falta de conocimiento de historia de México, ensalza al Batallón de San Patricio, gloriosa sea su memoria y sacrificio, pero deja por fuera a los mexicanos valientes del desastre de 1847 y los de la Gran Década Nacional. Afirma que el Ejército Mexicano fue entre otras cosas constituido para combatir a Santa Anna, intentando tergiversar la historia, los yerros de su Alteza Serenísima le valieron el destierro y la ignominia en el juicio de la historia, pero nada más alejado de la verdad que sostener el ejército fue creado para combatirlo, es más hay que recordar que Santa Anna venció el intento de reconquista española en Tampico y que perdió una pierna combatiendo a los franceses en Veracruz, amén de sus derrotas y negligencia ante tejanos y americanos, incluso cuando fue presidente de la república en incontables ocasiones fue por ende comandante supremo del ejército.
Es lamentable que este sea el nivel de debate y discurso en el Senado, dudo mucho que Germán Martínez tenga la altura de disculparse públicamente con el General Secretario a quien llamó “Señor Sandoval”, sin embargo siempre queda el anhelo de que no cese nunca la pluralidad y las diversas tendencias ideológicas en el Senado de la República, que la tribuna sea una genuina plataforma de denuncias valientes pero respetuosas, pero sobre todo que el recinto de Reforma, heredero de la antigua Casona de Xicohténcatl vuelva a ser la casa de Belisario Domínguez y José Diego Fernández Torres.