CUENTO
-¿Sabes qué es la amistad? -preguntó el joven a su mente. Y su mente le contestó:
-No.
-Entonces… ¿entonces qué hago? Yo ya no puedo seguir así; solo y sin amigos.
-Pero -intervino su mente- lo que tú estás buscando y pidiendo es mucho más difícil que encontrar oro. Porque el concepto que tú tienes de la amistad es una cosa muy elevada. Tú eres -prosiguió su mente- una persona muy romántica, y como tal, tienes una idea muy falsa de lo que es la amistad. Y quiero que sepas que lo que tú buscas y esperas NUNCA sucederá, no en la realidad. Así que lo mejor que puedes hacer es seguir soñando y fingiendo ante los demás…
Cuando te topes con alguien, trata de sonreírle. Cuando alguien te salude, al contestarle, trata de sonar genuino. Pero por favor, óyelo bien, nunca pero nunca dejes mostrar el dolor que te carcome por dentro. Nunca se te vaya a ocurrir tratar de confesar tus pesares a nadie, porque tenlo por seguro que no les importa escucharlos…
-Pero -lo interrumpió el joven-; lo que tú me estás diciendo suena muy cruel.
-Puede ser -replicó su mente-. Tal vez. Pero yo al menos no te miento. ¡Y nunca podría hacerlo! Porque para eso soy tu mente, para nunca dejarte caer en autoengaños.
-¿Entonces qué puedo hacer, si tú no puedes ser mi amigo?
-¡Ah! ¡Eso crees tú! ¡¿Pero es que acaso me lo has preguntado?! No, ¿verdad?
-Pero… ¡si acabo de hacerlo! -respondió el joven, exasperado.
-¡No! ¡Un momento! ¡No tan rápido! -recalcó su mente-. No confundas las cosas. Lo que me has preguntado es que si yo sé lo que es la amistad, y no si quiero ser tu amigo. Si lo analizas, verás que son cosas muy distintas.
-Ah… ¡tienes toda la razón! -contestó el joven, después de pensarlo unos minutos-. Creo que te he menospreciado.
-¿Ves? ¡Te lo dije!
El joven, quien tenía muy agitada su cabeza, cuando logró calmarla un poco, decidió hacerle la pregunta directamente a su mente. Y entonces le preguntó:
-Mente. ¿Te gustaría ser mi amigo?
Y… cuando su mente estaba a punto de responderle, calló…, hasta que después de un gran rato de silencio por fin le contestó al joven:
-No sé. No estoy seguro. Dime -quiso saber-. ¿Podrías darme… un siglo para pensarlo? -Y el joven le respondió:
-¡Está bien! ¡Tomate todo el tiempo que quieras! Total que ya he vivido toda una vida sin amigos, así que puedo esperar otra más hasta que me respondas.
FIN.
ANTHONY SMART
Octubre/11/2017