homopolíticus
Tregua Guadalupana-Navideña
A la fotografía de Cuauhtémoc Blanco con tres cabecillas de igual número de grupos de la economía ilegal, se le llamó aquí La Cumbre de Yautepec. A esos mismos cárteles pidió ayer «el gobernador Juan Salgado» —como lo publicaron en un diario local, sin haber error— que no perpetren actos delincuenciales en ocasión a las fiestas católicas de diciembre y enero.
Sin decirlo, dejó entrever que las empresas ilegales tienen permiso para continuar sus actividades casi industriales, tras la Navidad y año Nuevo.
¿Eso quiso decir el experimentado político? La respuesta es lógica: no. Pero lo dijo. Un político avezado, que se precie de suficiencia intelectual y sapiencia política se habría abstenido de responder la atinada pregunta, con rigor periodístico, de la periodista que la formuló: «prefiero no opinar de este tema en este momento y me disculpo con el compromiso de hacerles llegar un posicionamiento institucional», pudo decir. Pero la incontinencia verbal personal no mide los efectos.
Habla el secretario de Gobierno no a título personal, sino a nombre de un gobierno estatal y, siendo exigentes, del Estado mexicano mismo. Claro que las sociedades no compartirían el pedido institucional de deposición de las armas, de consultarlas. Premiar a los criminales y ponerlos al nivel de la gente buena, es un grave error de entendimiento. Sólo la risa socarrona de Salgado, durante la entrevista, es responsabilidad propia.
Un medio de esos que molestan tanto a la Cuatroté puede titular la nota de su declaración «Desde Morelos, Iglesia y gobierno piden tregua a cárteles criminales». ¿Eso quiere el doctor Salgado Brito? Por supuesto que no. ¿Entonces? Si el propósito es dar problemas a la Gubernatura y a la Presidencia de la República, la declaración es atinada. Replicar un gobierno laico la solicitud obispal de alto al fuego es igual a besarle el anillo al obispo.
Ni Cuauhtémoc Blanco se atrevió a tanto.
El plan nacional para recuperar la paz se sostiene únicamente en cuatro ejes estratégicos, avalados por todos los gobiernos estatales: combatir las causas de la violencia, fortalecer a la Guardia Nacional bajo la Secretaría de Defensa, inteligencia y cruce de base de datos y coordinación Ejército-Marina-Seguridad Pública federal y estatales, es decir, la utilización de toda la fuerza del Estado contra las bandas criminales.
Estigmatizó Salgado Brito sin pruebas forenses a 11 víctimas de la masacre de Jiutepec, no respetando los derechos post mortem. A todas las víctimas —entre éstas, una mujer adulta y otra niña— las llamó drogadictos y ladrones, y no precisamente jóvenes. Un día después, coronó su discurso político metiendo a todos en su costal: «No estamos cruzados de brazos». El día del execrable ataque armado, se dejó retratar en una fiesta privada con un pastel con la figura de Bart Simpson y vasos de plástico y de vidrio sobre la mesa, sin calcular los efectos políticos-personales-gubernamentales. Cierto: nadie come pastel en horario laboral con los brazos cruzados.
El doctor en Derecho por el que nadie votó no se manda solo. Tiene a quien serle leal y agradecerle. Y tiene a quien servir con esmero e inteligencia, amén de resultados. Pedir su renuncia o plantearla voluntariamente, sería un error. No es para tanto. Sus planes podrían ser 2027 y 2030. Tiene que aprender, incluso a no equivocar las formas defendiéndose avinagrado en otros espacios periodísticos, sino ofrecer disculpas a quien deba hacerlo, y comprometerse.
Estos días de guardar [o de tregua criminal], un buen regalo sería leer al escribiente colombiano Mario Mendoza —con la advertencia de que sus libros son caros—, para saber cuánto han dañado los maleantes a la gente buena. El salgadista, por fortuna, es un discurso de rendición, de pacto o derrotista personalísimo, no institucional.
Ya quiero ver la cara del general Trevilla, del almirante Morales Ángeles, del general Hernán Cortés y del jefe Harfuch. Pero sobre todo, la del «gobernador Juan Salgado».