José Luis Parra
Lo de Simón Levy ya no es escándalo, es caricatura. Es La Rosa de Guadalupe con presupuesto de HBO y libretista de redes sociales. Los suspiros, los audios filtrados, los lamentos en X (antes Twitter) y hasta las escenitas frente a la cámara parecen diseñadas para rellenar tiempos muertos entre mañanera y mañanera.
La presidencia se divierte. El público ya no. Ni los más fieles consumidores de chisme político aguantan el relleno.
Pero ojo, mientras nos embuten la telenovela de “Simón y sus fantasmas”, en el Caribe se mueve maquinaria real, peligrosa, y con consecuencias globales. Estados Unidos no juega: en noviembre arranca un despliegue militar en toda forma, con mar, aire y músculo. La meta: narcotráfico. El pretexto: Venezuela. El objetivo: Caracas.
Sí, en una de esas cae Maduro. Pero no es con él el pleito. Es con los cárteles. Y cuando el Tío Sam dice “vamos contra el narco”, todos los demás deberían ponerse casco. Incluido México.
La historia enseña que cuando escasea la cocaína, aumenta la sangre. Que cuando se interrumpe el flujo de droga, los negocios colaterales florecen: trata de personas, extorsión, secuestro. La economía criminal no quiebra, se diversifica.
Y si alguien cree que eso no nos va a salpicar, o vive en el mundo de Simón Levy o ya dejó de leer las noticias hace rato. Porque lo que viene para México, si no se hace algo, es un rebrote de violencia como hace años no se veía.
Colombia, con todas sus heridas, tuvo el valor de pedir ayuda. Nosotros no. Aquí preferimos morir de soberanía, aunque la gente muera por otras razones más terrenales: extorsión, balas, desapariciones.
Mientras allá se arma una intervención hemisférica, aquí seguimos jugando a “Gobierno en reconstrucción”. La ayuda a damnificados no llega, los programas no funcionan, los funcionarios no entienden o no les importa.
El escenario es doblemente letal: violencia recrudecida y crisis financiera a la vuelta de la esquina. ¿Exageración? Ojalá. Pero la caída de Maduro —y su onda expansiva— no es chisme. Es geopolítica con drones y fragatas.
Aquí, en cambio, nos entretienen con Simón.
Y así, entre el melodrama local y el misil extranjero, el país baila sobre pólvora.
 
			 
			




