José Luis Parra
En el país de los expedientes abiertos y las investigaciones sin fondo, a Alfonso Durazo le tocó la tómbola: lo acusan de terrorismo. Ni más ni menos. No de omisión o de incompetencia, que eso ya se lo han dicho hasta los suyos, sino de algo que suena a película de acción con mal guion.
La nota la dio el periodista Luis Chaparro, con base en “información confidencial” de autoridades estadounidenses. La bomba: Durazo estaría bajo investigación por terrorismo. ¿Pruebas? Ninguna. ¿Motivo? El de siempre: la violencia desbordada en Sonora. ¿Consecuencias? Por ahora, solo un nuevo escándalo que viene a alimentar la narrativa de un estado fallido.
Desde el palacio estatal brincaron de inmediato: “Es mentira”. El gobernador lo niega, su equipo lo niega, hasta el perico oficial lo niega. Pero ahí queda la duda, como siempre. Y Chaparro remata con una sugerencia que suena a ironía diplomática: “Que Durazo cruce la frontera y así todos tranquilos”. Como si la visa fuera el nuevo detector de mentiras.
Pero el daño ya está hecho. Y en política, como en la guerra, la sospecha es suficiente para joderte la carrera. Lo cierto es que los bonos del gobernador van a la baja, y esta acusación, aunque huela a vendetta política o a guerra sucia preelectoral, no ayuda en nada. Sobre todo cuando el currículum reciente del mandatario sonorense se parece más a una antología del caos: masacres, desplazamientos, balaceras, narcofosas, y la indolencia como respuesta institucional.
Por si fuera poco, el gobernador sigue jugando al operador nacional de Morena, mientras Sonora arde. Que si las candidaturas, que si los consejos, que si las fotos con Claudia. Todo, menos gobernar. Y cuando por fin aparece en la agenda pública, es porque lo señalan de terrorismo.
Estamos ante una nueva fase de la política mexicana: el reality show del descrédito. Y Durazo, que llegó a su puesto vendiendo orden y seguridad, ahora carga con el estigma del sospechoso habitual. Aunque todo sea mentira.
Porque puede ser mentira, claro. Pero en estos tiempos donde la narrativa importa más que la verdad, Durazo tendrá que probar no su inocencia, sino su visa. Porque en México, la política ya no se juega en las urnas ni en los tribunales, sino en los filtros de migración.