Por Aurelio Contreras Moreno
El sábado 24 de junio el estado de Veracruz vivió una de las jornadas más violentas de los últimos años.
En un solo día, fueron asesinadas con lujo de saña alrededor de 20 personas en diferentes ciudades del estado. De estos homicidios, los que más impactaron a la opinión pública, tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales, fueron los de cuatro niños en Coatzacoalcos y los de dos agentes de la Policía Federal en Ciudad Cardel, en el municipio de La Antigua. Entre estos últimos, el comisario de la corporación en la entidad, Camilo Castagne.
Apenas la semana pasada, en este mismo espacio mencionamos con especial énfasis la asonada de violencia que recorre Veracruz y el abierto desafío de la delincuencia organizada al Estado, entendido como la entidad de gobierno, con las amenazas al secretario de Seguridad Pública Jaime Téllez Marié.
En dos días, el nivel de la violencia alcanzó nuevas dimensiones con la escalada de este fin de semana.
La imagen de los niños muertos que circuló –de manera irresponsable y morbosa- en medios de comunicación y redes sociales causó azoro, consternación y enorme indignación popular. La ejecución de Castagne mereció a su vez condenas de parte del presidente Enrique Peña Nieto y del secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong. Y entretanto, simultáneamente hubo más asesinatos en Orizaba, Córdoba, Minatitlán, Cosoleacaque, Tihuatlán y Las Choapas.
En medio del clima de horror, el gobernador Miguel Ángel Yunes Linares recurrió a su discurso de siempre. El de la “valentía” para enfrentar a los delincuentes; el de que no se permitirá que esta situación continúe; que Veracruz no será rehén de los grupos criminales. Y un interminable etcétera de justificaciones y bravatas estériles.
Pero el propio gobernador tuvo que admitir públicamente que fracasó respecto de la misma expectativa por él mismo creada en campaña, aunque sin dejar de buscar excusas: “me comprometí, y es cierto, a que en seis meses tendríamos mejores resultados. Hay elementos de carácter nacional que han afectado a nuestro país, que afectaron también a Veracruz y han llevado a que las últimas semanas, como lo hemos reconocido frente a todos ustedes, la situación se haya complicado”, afirmó.
Pero lo que sucede en Veracruz va mucho más allá de sólo haberse “complicado” la situación. El gobierno en sus tres órdenes luce completamente rebasado por la delincuencia, que cada vez es más salvaje en sus respuestas y actos. Ya no hay códigos que valgan. No hay límites, ni siquiera con los niños. La barbarie y el miedo se han apoderado de las calles y los hogares de numerosas ciudades de la entidad, varias de las que ni siquiera nos llegamos a enterar.
El gobernador se niega a dar un golpe de timón y a cambiar de estrategia y de colaboradores en tan delicada área. Incluso, el viernes pasado se dio tiempo para placearse con su secretario de Seguridad Pública en un restaurante del centro de Xalapa, a manera de espaldarazo al funcionario ante las críticas por su deficiente desempeño. Un día después vino la masacre.
Excusarse en que el mal de la violencia viene de tiempo atrás, desde el sexenio de Fidel Herrera, es una muy pobre salida ante la inoperancia y la ineptitud manifiesta. Bajo esa lógica, el propio Javier Duarte podría haber dicho lo mismo hace seis años –y de hecho, sí lo dijo-, cuando Veracruz se hundió en un baño de sangre al inicio de su administración.
Sólo que a diferencia de Fidel Herrera y de Javier Duarte, Miguel Ángel Yunes se presentó ante los veracruzanos como un experto en la materia que tenía la capacidad, los conocimientos y la experiencia para hacer frente a la delincuencia, pacificar al estado y marcar la diferencia con el pasado.
Así que no hay excusa que valga. Veracruz ha tocado fondo. Otra vez. Y la responsabilidad ya es de quienes están ahora al frente del gobierno. ¿O para qué lo querían entonces?
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