Armando Guerra*
De mi Tabasco querido se nutren mis pensamientos, no importa, paisano, si estoy muy lejos de sus paisajes selváticos donde reina la naturaleza impetuosa (Dios mismo hecho maleza, árbol, vida vestida de intenso verde); de las notas milagrosas de una alegre marimba en sus calurosas tardes, de sus deliciosos y variados platillos imposibles de encontrar en ciudades como Los Angeles donde resido o en Ensenada adonde alimento un poco la nostalgia del México que me aprieta el corazón.
No vayas a creer del todo desinteresada la intención de escribir nuevamente. Creo oportuno hacerlo cuando ser tabasqueño se pone de moda en nuestro país de origen ya sea para crear asombro y seguidores a uno de los nuestros, Andrés Manuel de nombre, a quien también le llueven a diestra y siniestra los ataques mas despiadados que tratan de bajar su enorme, creciente, popularidad.
Ni necesito, pero ni quiero, abundar en el apoyo mostrado hacia su persona por los mexicanos con o sin papeles en Estados Unidos, contagiando el interés sobre este líder a muchos estadounidenses, incluyendo a representantes populares en el poder legislativo federal y grandes consorcios empresariales que han dejado de verlo como “una amenaza” sino como una esperanza para combatir la gangrena de la corrupción y esa cosa mas turbia aun llamada impunidad: frenos terribles al progreso real de nuestra nación.
Espera, paisa, espera. Todavía no digo cuál es mi interés en el asunto. Creo necesario hacer ciertas aclaraciones sobre tabasqueñadas o confusiones dichas por AMLO en varios foros. No recuerdo el nombre del vocero presidencial (creo que fue del borrachín), quien ganó fama y ¡por supuesto! fortuna apareciendo luego de declaraciones de su jefe iniciando siempre su perorata: “lo que quiso decir el presidente” y soltaba sus rollos sin vergüenza (tómese en los 2 sentidos) con versiones de su propia cosecha. Andrés Manuel no necesita se le cambie el sentido de si discurso, pero si es apropiado clarificar algunos de sus dichos y para eso me pinto solo. A la buena hasta agarro chamba con él.
Permíteme, hermano, poner el primer ejemplo. Ya son muchas veces cuando ha repetido “Si soy peje, pero no lagarto” ¿de que demonios me está hablando este compa? Se preguntara alguien nada familiarizado con la concepción costumbrista, filosófica pudiera decir, del Tepetitán de su nacencia bañado por las generosas aguas del Rio Grijalva.
Ahí, como en todo el Estado, uno de los manjares predilectos de la población es el conocido pejelagarto (nombre derivado de sus escamas semejando piel de lagarto y su cabeza con afilados dientes) presentado asado y bañado con sumo de limón muchas veces combinado con picoso chiltepín ¡ay mamá que se me hace agua la boca!, acostumbrado casi siempre en las mañanas como desayuno o almuerzo.
Debo decirte que nosotros le decimos genéricamente peje a todos los pescados: peje frito, peje al vapor, peje en caldo, etc. distinguiéndolos sólo por su género (robalo, huachinango, mojarra, etc.) Se deduce de lo anterior el valor, nutritivo, que tiene para la población entera éste aumentando, mi hermano, por su sabor y textura apreciados en toda una región donde los ríos, afluentes, lagos y lagunas a más del mar tranquilo de la costa producen lo suficiente para ser una comida frecuente en todas las casas, ricas y pobres; sino pregúntale a cualquier tabasqueño.
No tonto, que va, Andrej Manuel (pues asi dicen las lenguas exageradas cambiamos la pronunciación de s por la j) acepta en lo privado y en lo público el sobrenombre de “peje” pero no lagarto.
No necesitas ser un choco (nativo de estas tierras) para tener idea mas o menos clara del comportamiento de los lagartos, ya no digamos de los lagartones que dijera don Juancho. Depredadores consumados ocultan su presencia confundiéndose con troncos de árbol medio sumidos en las aguas de ríos, pantanos y lagunas. Parecen inmóviles aunque se deslizan lenta, mañosamente, hacia su presa para atacar cuando menos se espera. Su voracidad no tiene límites y siendo de enormes fauces devora cuanto puede sin mostrar un mínimo de piedad.
No enfrenta a sus víctimas sino las engaña aparentando ser lo que no es. Su aspecto causa temor con sobrada razón por sus intenciones malsanas y sólo se le aprecia muerto para aprovechar su dura piel, nada fácil de penetrar como coraza de un ser malvado. Eso lo deja López Obrador para identificar mejor a los miembros de la mafia del poder como lagartos pero no pejes.
De verdad existe diferencia grande entre un popular alimento con propiedades suficientes para fortalecer a los individuos ansiosos de superar duros obstáculos de la vida cotidiana en un sistema podrido, cínico y nauseabundo donde los lagartos se tiran tarascadas unos contra otros para monopolizar poder absoluto pues no permiten el ingreso de otras corrientes más claras, más sanas, donde abunde la pesca y el alimento social para todos.
* Periodista mexicano, nativo de Nacajuca, Tabasco, y ex director del diario angelino La Opinión.
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