El sismo acontecido en México ha despertado en primera instancia las pulsiones de vida y al mismo tiempo las pulsiones de muerte de los Mexicanos, las de vida las estamos viendo desde el primer minuto después del temblor, las de muerte también aparecieron a los poco segundos, la angustia, la ansiedad, la tristeza, la frustración, la impotencia; también aparecieron pulsiones perversas que apuntan a la destrucción del ser: los robos, las mentiras y los reality shows como el que armo Televisa, el ejercicio lucrativo político de Peña, Mancera, Graco, Calderón y demás Políticos que parecieran gozar con la tragedia, pulsiones perversas enquistadas en las grandes tiendas que reactivaron su economía a partir de los miles de Mexicanos que les consumieron todo aquello necesario para enfrentar el desastre, sin que ninguna de estas empresas se tomará la molestia de dar, bien por el contrario, todo era quitar, lucrar, vender.
La pulsión de vida aparece apenas pasa el sismo, hay una hiperactividad manifiesta de ayuda, de luchar por encontrar personas con vida. Esperanza y resiliencia, una y otra vez aparecen, sea en las cadenas humanas que ayudan a sacar escombros, sea en los actos heroicos de los rescatistas o en la organización espontanea de una sociedad que bien demuestra que está muy pero muy por encima de sus políticos; horas y horas de trabajo, silencios esperanzadores de vida y a veces silencios que hablan también de muerte.
Al paso de los días comienzan a aparecer las huellas psíquicas del trauma, la esperanza da paso a la desesperanza, el cielito lindo da entrada a lo fúnebre, el golpe del principio de realidad apenas comienza a manifestarse, poco a poco entramos al laberinto emocional en donde la incertidumbre y el miedo comienzan a alterar nuestro psiquismo, las huellas psíquicas del dolor actual y el dolor pasado vuelven una y otra vez, parece que todo sigue temblando, y entonces emocionalmente todo se mueve, todo duele, no bastan entonces los actos heroicos ni los miles de brazos, ni los mensajes que hablan de lo fuerte que somos los Mexicanos ante el dolor, no, eso ya no calma, el golpe de la realidad de un ataúd, de una casa destrozada, de un hijo muerto, es tan brutal que nos comienza a dejar mudos, sin palabras, en un silencio que más habla de muerte que de vida.
El trauma psíquico del sismo ha representado entonces la extrema crueldad que vivimos en este país, una crueldad que pasa por la corrupción, la impunidad y la muerte.
Estas experiencias que hemos vivido nos dejan sin palabras para comunicar lo vivido. No existe lenguaje, lo que predomina es el estupor o el silencio. El Mexicano vive en la parajoda de querer comprender lo incomprensible, estamos en la dificultad de explicarnos lo sucedido, en la dificultad de comunicar algo que no se logra verbalizar, que no se puede expresar, ni mucho menos elaborar en términos psicopatológicos. Lo que predomina es el silencio.
Cuando todo está ligado al horror, el lenguaje resulta débil, insuficiente, no existen palabras para expresar lo vivido, para nombrar el dolor, los sufrimientos, las penas, las rabias, la impotencia.
En alguna medida en los sucesos dolorosos que vivimos los Mexicanos, se pierde lo propio de lo humano: la comunicabilidad.
El gran reto que tenemos como sociedad ante la tragedia al paso de los días, es ayudar a apalabrar el dolor, es necesario y urgente construir un lenguaje para representarlo, en el niño el juego será la herramienta para ayudarlo, en el adulto los actos simbólicos serán la herramienta para desplazar, proyectar y sublimar aquello ligado a las pulsiones de muerte.
No será con cursos de autoayuda, coaching o pláticas motivacionales como saldremos delante de los estragos emocionales de este sismo, será necesario la articulación de un lenguaje que permita dar cuenta del dolor, de la desesperanza, al paso del tiempo no van alcanzar las palabras de ánimo y solidaridad, la reconstrucción no solo tiene que ser desde lo material, también hay que preocuparnos por la reconstrucción emocional de los Mexicanos, ésta será mucho más larga y lamentablemente no se resuelve necesariamente con dinero.
Dr. José Antonio Lara Peinado
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