MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
El domingo 2 de julio del año 2000, por ahí de las dos de la tarde, Vicente Fox Quesada, entonces candidato de la Alianza por el Cambio (PAN-PVEM), a la Presidencia de la República, dejó de lado su optimismo triunfalista y la displicencia con la que se había referido a su principal contrincante, el abanderado del PRI, Francisco Labastida Ochoa, para denunciar que se fraguaba un enorme fraude electoral en su contra y advirtió que emprendería una lucha contra el robo comicial.
El triunfalista Vicente Fox estaba preocupado por el rumbo que seguía la elección federal de ese domingo. Marta Sahagún, empero, se reservó comentarios.
Fox olvidaba o quizá doña Marta y sus asesores no le refrescaron la memoria por cuanto a que su principal aliado en la carrera a Los Pinos, era ni más ni menos que el presidente Ernesto Zedillo Ponce de León, quien asumió ese papel desde el mismo momento en que se deslindó del PRI con aquella sentencia de la “sana distancia”.
Y dejó en la orfandad a Francisco Labastida Ochoa, quien hace unos días declaró: “A mí no me ganó Fox, a mí me ganó Zedillo”. ¿Alguna prueba más de ese enjuague en el que el entonces Presidente negoció la derrota del Partido Revolucionario Institucional y entregó la Presidencia al PAN?
Lo evidente, a partir de aquella declaración de Vicente de que se fraguaba el fraude electoral en su contra, es que no se enteró que desde Los Pinos lo ungirían primer Presidente de la República surgido de la oposición panista en la historia contemporánea de México.
Lo cierto es que, en esas horas posteriores a su arrebato declarativo, Vicente fue aconsejado que dejara la postura beligerante y esperara a las buenas nuevas, tanto que cuando apenas cerraban las urnas en el país, su discurso cambió diametralmente y abogó por esperar a que las autoridades electorales hicieran el anuncio oficial del resultado de esa jornada electoral.
Al arranque de la jornada de ese domingo, Vicente, quien había gobernado vía celular a Guanajuato, donde no se le recuerda una obra emblemática de naturaleza alguna, no le preocupaban los otros candidatos: Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, Manuel Camacho Solís, Gilberto Rincón Gallardo y Porfirio Muñoz Ledo. Su preocupación era Francisco Labastida, es decir, el PRI.
Y conste que Labastida iba en solitario nominado por el PRI, en tanto Cuauhtémoc era candidato de la Alianza por México, integrada por el PRD, el PT, Convergencia (hoy Movimiento Ciudadano), el Partido Alianza Social (PAS) y el Partido de la Sociedad Nacionalista (PSN).
Al final, Vicente Fox ganó con 15 millones 989 mil 636 votos, es decir, 42.56 por ciento de los 37 millones 601 mil 618 sufragios emitidos ese domingo 2 de julio del año 2000.
Francisco Labastida Ochoa obtuvo 13 millones 579 mil 718 votos, equivalentes a 36.08 por ciento de la votación nacional; Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano se fue al tercer sitio con 12.02 por ciento, es decir, tres millones 256 mil 780 votos.
En la elección presidencial de 2006, Felipe Calderón Hinojosa, candidato del PAN, ganó con 35.91 por ciento de los 41 millones 792 mil 322 votos emitidos el domingo 2 de julio de aquel año. Andrés Manuel López Obrador, nominado por la alianza PRD-PT-Convergencia, se alzó con 35.29 por ciento de la votación, es decir, 14 millones 756 mil 350 votos.
El candidato de la alianza PRI-PVEM, Roberto Madrazo Pintado, se fue al tercer sitio con nueve millones 301 mil 441 votos, equivalente a 22.03 por ciento de la votación.
En la elección presidencial de 2012, votaron 50 millones 323 mil 153 ciudadanos. El PRI recuperó la Presidencia de la República con su candidato Enrique Peña Nieto, quien obtuvo 19 millones 226 mil 784 votos, equivalente a 38.20 por ciento de los sufragios emitidos en esa jornada; Andrés Manuel López Obrador, nominado por la alianza PRD-PT-Movimiento Ciudadano, se alzó con 31.57 por ciento de la votación (15 millones 896 mil 999 sufragios); el PAN, con Josefina Vázquez Mota, obtuvo 12 millones 786 mil 647 votos, es decir, 25.86 por ciento de la votación.
Cuestión de comparar cifras y tendencias para evaluar este triunfalismo de Andrés Manuel López Obrador, en esta terca campaña por la Presidencia de la República.
Porque, echar las campanas al vuelo, como lo hizo este lunes en Monterrey, Nuevo León, donde presumió que va 15 por ciento arriba en la preferencia del electorado, “hasta en el norte del país, porque se está viviendo un fenómeno del crecimiento de Morena en la nación”, tiene ese sello.
Pero. Y aquí hay que aplicar otro refrán, por cuanto a que nadie se muere en la víspera, porque paralelamente López Obrador llamó a evitar que se roben la elección. ¿Por qué el temor?
Y es que, con ese porcentaje de 15 por ciento, como presume el candidato presidencial de Morena, es prácticamente imposible un fraude electoral, en estricto sentido de números y porcentajes.
¿Qué tanta seguridad tiene Andrés Manuel en esa encuestas que le llenan el espíritu de triunfalismo?
Porque, contra lo que ocurrió con Vicente Fox en el año 2000 –confirmado por Francisco Labastida—a quien ayudó el entonces presidente Ernesto Zedillo, hoy el candidato del PRI, José Antonio Meade Kuribreña, tiene todo el respaldo del presidente Enrique Peña Nieto. Y no es un secreto. ¿Para que echar campana al vuelo en el equipo de Morena si, como reza el refrán, nadie se muere en la víspera? Digo.
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