Joel Hernández Santiago.
Es un asunto extremadamente serio. Lo es para Estados Unidos de América sobre todo. Para su política interior y exterior, para su sistema democrático, para su alta seguridad nacional, para la seguridad de los candidatos a puestos de elección popular, en particular, en este caso para quienes aspiran a la presidencia de ese país.
El atentado de este sábado 13 de junio en contra de Donald J. Trump, en el estado de Pennsylvania, causó conmoción como azoro, sorpresa, suspicacia, a veces preocupación; en otros casos se recibió con displicencia o incluso con gusto. De todo.
Querientes y malquerientes de Donald Trump expresaron su particular opinión. Y sin embargo en la gran mayoría de los casos se repudia la violencia como forma de acción política y social.
Por supuesto no se necesitan dos dedos de frente para saber que un hecho de esta naturaleza no cabe en ningún modelo democrático, ni en ninguna expresión de gusto o disgusto hacia un candidato de cualquier partido, en cualquier lugar y en ningún momento.
Pero además, un hecho violento de esta magnitud tiene variables que afectan a un mundo globalizado, a un mundo que depende de los vínculos de la política exterior y de quien los opera para tener paz y acuerdos internacionales no dañinos para nadie. O por lo menos eso se espera de los presidentes de las grandes potencias mundiales.
El presidente de EUA tiene una enorme influencia en materia de seguridad internacional, paz o guerra, acuerdos o desacuerdos, modelos de intercambio comercial, estabilidad monetaria, control de crisis de países dependientes de su propia economía y, sobre todo, la seguridad mundial. Tanto más.
La prioridad del presidente, cualquiera que sea su partido político, en cualquier país, es la de garantizar la seguridad interna de su población; y sobre todo si ese país es Estados Unidos de América: Debe garantizar la paz social, evitar la polarización política y garantizar una economía robusta en la que la mayoría de sus habitantes vea que sus impuestos y el resultado de su trabajo están bien administrados en su favor.
Aun así, de un tiempo a esta parte se percibe una enorme fragilidad de la política interna y electoral de aquel país. Por un lado está el candidato que parece ir a la cabeza de las preferencias, el republicano Donald J. Trump, del partido conservador de EUA y quien quiere reelegirse.
Éste ha vivido uno de sus peores años en lo personal. No como político. Ha tenido que hacer frente a diversos procesos judiciales por razones distintas, sobre todo por aquella que presumen incitación a la violencia cuando aún era presidente de la nación del norte y decidió no reconocer el triunfo demócrata; pero también por razones de tipo sexual y fiscal. Algunos de los casos los ha perdido y habrá de pagar cifras millonarias en indemnizaciones.
Trump cree que ganará la elección de noviembre. Lleva ventaja por una simple razón. No ha decaído en el apoyo de los republicanos estadounidenses y mantiene índices de preferencia electoral muy altos, incluso los de aquellos que ven a un Joe Biden muy disminuido en sus facultades físicas.
Esto es: Biden está en un proceso de envejecimiento que le impide solucionar los grandes problemas nacionales de EUA. Quiere reelegirse pero miles de sus correligionarios demócratas le insisten en que dé paso a un candidato joven y vigoroso y que pueda enfrentar a un Donald J. Trump crecido.
De hecho se habla de Michelle LaVaughn Robinson Obama, quien fue primera dama de la nación de 2009 a 2017. Esposa del ex presidente Barak Obama. Es administradora universitaria, abogada y escritora. Y cuenta con grandes apoyos y simpatías entre el electorado demócrata e indecisos.
La rudeza y altanería de Trump contrastan con la debilidad de Biden. Muy probablemente con el atentado del sábado 13 de junio sus bonos electorales suban de forma insospechada. Esto garantizaría una repetición presidencial que a muchos atemoriza por el exceso de autoridad que ejerce este personaje contradictorio y repudiado por millones en el mundo.
Pero el mundo todo no vota en EUA y ahí los republicanos están haciendo todo para demostrar fortaleza de su candidato que luego del atentado salió con el discurso de la unidad republicana para enfrentar la violencia que se vive en EUA bajo el gobierno de Biden.
No lo mataron. Bien. Sobre todo en un país en el que los magnicidios son parte de su historia. Cuatro presidentes han sido asesinados y 8 más salieron ilesos a atentados criminales.
Trump deberá aprender de esto que sus adversarios llegan a extremos de locura criminal para evitar que vuelva a la presidencia de EUA. Adversarios o fanáticos: al final son lo mismo.
Los republicanos ahora hacen cábalas para ver riesgos y ganancias de llevar a Trump como su candidato inevitable. Es fuerte políticamente, pero es débil porque tiene muchos-muchos enemigos que en una segunda ronda presidencial presionarán para demostrar la inutilidad de la violencia verbal, amenazas y presiones de Trump.
Muchos jefes de Estado lo ven como un peligro a la estabilidad internacional. En México es bien visto sólo por el presidente López Obrador y, en consecuencia, por Claudia Sheinbaum quien inmediato envió un mensaje calca de lo que había dicho su mentor político en apoyo de Trump. Esa es la línea.
Las consecuencias de este atentado a Trump tienen un significado electoral y un enorme significado para el mundo. Ya veremos los días siguientes cómo manipula este fenómeno político el candidato republicano y se victimiza, sabiendo que el ser humano tiene a apoyar a las víctimas.
¿O no sería un auto-atentado fríamente calculado?