NOVELA CORTA
Él era “un niño bien”. Había nacido en cuna de oro, dentro de una de las familias de más rancio abolengo. Corría el año dos mil dos, y para éste entonces él ya era un joven de dieciséis años. El tiempo parecía haberlo favorecido, porque su rostro era todavía mucho más guapo que cuando era niño.Cuando nació, sus padres decidieron ponerle un nombre que denotase su origen español. Entonces lo bautizaron como: José Carlos.
El señorito burgués estudiaba en una de las escuelas más prestigiosas de Mérida, allí donde solamente podían acudir los más ricos, allí donde solamente convivían entre iguales, sin jamás mezclarse con “la chusma” -como ellos llamaban a las gentes “inferiores” a ellos.
-¡Fo! ¡Qué feo! -estas eran dos de las expresiones con las que José Carlos creció. Siempre escuchaba a sus padres decirlas, con desprecio. Ellos siempre las usaban cuando de denigrar lo mestizo o lo indígena se trataba. Como personas criollas que éstos eran, llevaban en sus sangres todo ese repudio de manera innata.
Como herederos perfectos que eran de su linaje, siempre llevaban a cuestas esa conciencia de saberse la raza elegida, o, dicho en otras palabras, la casta divina.
El joven, después de tanto tiempo de convivir con personas como sus padres, terminó por ser como ellos. Teniendo solamente la edad que tenía, ya era un discriminador y racista.
Había aprendido a burlarse, humillar y denigrar a los que no eran igual a él.
-¡Indios de mierda! -les gritaba a las personas, fuesen estas mestizas o indígenas.
Cuando iba en su coche, solo o con sus amigos, era cuando más disfrutaba hacer estas cosas.
-Ja ja ja. ¡Qué afortunados somos de no ser uno de ellos! Gracias a dios nosotros pertenecemos a la raza elegida…
José Carlos y sus amigos disfrutaban a más no poder todo lo que hacían. Vivir en una ciudad como Mérida era para ellos lo mejor que podía haber, porque aquí siempre se sentían a sus anchas, siempre se sentían superiores; sentían ser los dueños de “la tierra del faisán y del venado”…
Los años pasaron muy rápido y a José Carlos le llegó la hora para ir a la universidad. Sus padres lo inscribieron en la más prestigiosa de las tres universidades que había para gente rica. Por nada en el mundo iban a mandarlo en una de segunda categoría; porque después de todo, dinero es lo que les sobraba.
Para la gente rica de Mérida, la vida siempre era como una pasarela: solamente se dedicaban a mostrar todo lo que tenían, todo lo que compraban. Todo el tiempo competían entre sí para ver quién era “el mejor”. Entre ellos mismos también existían categorías o niveles. Los papás de José Carlos pertenecían desde luego a la clase más alta,
Las clases se dividían de la siguiente manera: Los de la high high, los middle class, y los nuevos ricos. Éstos últimos automáticamente accedían a los lugares a los que antes jamás habrían podido, pero les tomaba mucho tiempo dejar de ser vistos “como gentes de baja categoría”, porque carecían de linaje o de buen apellido.
El joven José Carlos jamás tendría problema alguno, aunque sus padres se quedasen pobres, su linaje siempre sería suyo, y esto -ellos lo sabían muy bien- era lo que realmente valía. Es por esto que se daban el lujo de despreciar hasta a la gente que pertenecía a la segunda categoría.
-¡Fo! ¡Esos creen que porque ya tienen dinero ya se sienten con el derecho de mirarme a los ojos! -decía la mamá del señorito burgués, cuando iba de compras a la gran mole. Cada vez que esto sucedía, la señora solamente devolvía la mirada a la otra persona, pero denotando asco. Su rostro parecía gritar el desprecio que sentía por esas gentes, que creyéndose ya lo suficientes ricas tenían la osadía de mirarle así.
Todo era puro racismo y discriminación en aquella “ciudad blanca”, pero nadie lo veía, o nadie lo quería hacer, tal vez porque a nadie le importaba, o tal vez porque habían nacido sabiendo ya sus lugares en la escala de las “clases sociales”.
El señorito burgués cursaba ya el segundo año de su carrera: administración de empresas internacionales. Todo iba de maravilla en su escuela, hasta que sucedió algo que lo hizo pegar el grito en el cielo. Un joven de extracto maya se había ganado una beca completa para estudiar en esa escuela, pero lo peor de todo -como supo después- es que estudiaría en el mismo salón que él. Cuando entonces se enteró, hizo cuanto se le ocurrió para sacar al joven pobre.
-¡No lo puedo creer! -exclamó, haciendo una mueca de sorpresa.
-¿Un indito en esta escuela? -preguntó a sus amigos. -Estaba muy indignado, y esperaba que sus amigos tuviesen la misma reacción que él estaba experimentando en ese instante.
Pero sus amigos, de los cuales solamente le quedaban dos antiguos, ya no eran tanto como antes, es por esto que el señorito burgués casi les gritó:
-¡Pero es que no van a decir nada! ¡¿No van a protestar por lo que nos está sucediendo…?! -Después que sus amigos no le respondiesen nada, les dijo-: Está bien. Si ustedes no lo hacen, ¡voy a hacerlo yo! Llamaré a mis papás y les diré que saquen a este pata rajadas de esta universidad… -El joven riquillo se dio la vuelta y empezó a alejarse. Entonces uno de sus compañeros le gritó:
-¿Y si la dirección no lo permite, qué?
-¡Claro que lo harán! -explotó el señorito-. Mi familia es una de las más poderosas de Mérida, ¡y pueden hacer lo que se les pegue la gana!
El nuevo alumno era de una colonia pobre. Provenía del sur de la ciudad, pero a pesar de esto había logrado destacar en sus estudios, y gracias a sus altos promedios se había ganado una beca completa para estudiar su carrera en esa universidad tan exclusiva.
Y mientras el riquillo luchaba para que lo sacaran, no desperdiciaba tiempo ni oportunidad para amedrentarlo. Lo llamaba cuanta cosa fea se le ocurría: indio, naco, igualado… maya malnacido…
El joven pobre era mestizo, pero tenía la piel muy oscura. Esta era la razón por la que el señorito ricachón lo despreciaba aún más. Porque el joven mestizo no era feo, en lo absoluto, pero el tono de su piel era motivo suficiente para que él le hiciese sentir que sí lo era. Nunca paraba de decirle: ¡cosa fea de piel oscura! -Luego le preguntaba-:
¿Cuándo te vas a largar de aquí?
El joven pobre, al escuchar todo esto, solamente bajaba la mirada para tratar de ocultar su dolor. Luego se daba la vuelta para evadir a esta persona, pero entonces el blanquito le bloqueaba el paso.
-¡No tan rápido! -le espetaba-. ¡Todavía no he terminado contigo! Primero escucha lo que te tengo que decir, y después, si quieres, te puedes largar para tu choza, ¡porque yo aquí ya no quiero verte más!, ni ahora ni nunca…
-¡Ya déjame en paz! -el joven por primera vez se atrevió a contestarle un día. Estaba harto de soportar tanto comentario despectivo y humillante-. ¡Yo no te he hecho nada!
-Oh, ¡claro que no! ¡Pero has venido a ensuciar esta universidad con tu color de piel! ¡Por qué no te das cuenta de que tú y yo no somos iguales!, indio malnacido. ¿Por qué no te largas de una vez por todas de aquí, eh? ¡Me ahorrarías mucha indignación!
El joven pobre sintió su corazón rompérsele. Después de mucho tiempo de ser fuerte, por primera vez mostró signos de debilidad. Sus ojos se le humedecieron con lágrimas, lagrimas por verse humillado ante varias personas.
Uno de sus amigos, al ver lo que le hacían, pareció sentir compasión por él, porque entonces se le acercó al riquillo y le dijo:
-¡Ya déjalo en paz, José Carlos!, no vale la pena. Es sólo lo que tú dices que es: un indito. Vámonos ya, amigo.
-Está bien -dijo por fin el blanquito-. ¡Pero sólo porque tú me lo has pedido! ¡Ah…! -sus palabras iban dirigidas hacia el joven pobre- ¡Esto todavía no ha terminado! No voy a descansar hasta verte fuera de aquí…
El señorito rico había ganado. Sus padres tenían mucha influencia en todas partes, así que solamente les bastó con ir a la dirección y pedir que sacaran de la escuela a la persona que su hijito no deseaba ver más ahí. El joven pobre fue trasladado a otra universidad…
El tiempo pasaba y todo seguía normal. José Carlos ya se había olvidado de lo que había hecho, pero pronto alguien vendría y se lo recordaría.
Ella tenía casi la misma edad que él, veintiún años, y era muy hermosa. Por sus venas corría sangre maya y anglosajona, era mestiza. Su madre había conocido a su padre en Estados Unidos. Cuando ella se fue de ilegal, nunca imaginó que el destino le tenía deparado un brillante futuro. Ella era una indígena de sangre pura, o sea que no hablaba nada de español y sus rasgos seguían siendo la de aquella raza antigua. Esta fue la razón por la que su futuro esposo quedaría completamente cautivado por su físico.
Cuando ella llegó a California, una amiga suya, que sí hablaba español, le consiguió trabajo en casa de unos gringos. La joven era muy tímida y callada, pero tenía unos ojos y un rostro que parecían hablar por ella.
Todo lo demás sucedió como si fuese parte de un cuento. El matrimonio para el que ella trabajaba tenía un hijo de su misma edad. Cuando éste entonces la vio, quedó totalmente cautivado por su belleza única. Entonces le pidió ser su amigo. Ella acepto, no sin muchas suplicas por parte de él.
El muchacho, en los siguientes días, le dijo a su amiga que aprendería su idioma para poder comunicarse más con ella.
-Será más fácil para mí aprender primero tu idioma -le dijo-, y luego yo te enseñaré el mío.
El joven, al que se le daba aprender muy rápido, en unos días, gracias a la internet, ya sabía sus primeras palabras en maya. Y no veía la hora para ir a presumírselo a su amiga indígena. Cuando ésta lo escuchó pronunciar aquellas palabras, se sintió muy contenta y alagada. No podía creer que aquel muchacho de piel tan distinta a la suya estuviese hablando esas palabras. Los dos no pararon de sonreír.
Con el pasar de unos días más, ya podía comunicarse con ella en las cosas más elementales.
-Ahora -le dijo a ella- te toca a ti aprender. -El joven le explicó a su amiga todo lo que harían. Le mostraría cómo aprender las palabras básicas de su idioma. Ella sonrió, luego le preguntó en maya:
-¿Crees que podré?
-¡Claro que podrás! ¡Es muy fácil! -Los dos pusieron manos a la obra…
La joven maya siguió trabajando para esta familia hasta el día en que su amigo le comunicó a sus papás que estaba enamorado de ella. Los señores, como si todo fuese parte de un cuento, se sintieron muy contentos por la noticia que su hijo les dio.
-Es una persona muy buena -le dijo su mamá, llena de emoción.
-Serás muy afortunado -replicó su papá mientras lo abrazaba.
-Gracias a los dos. En verdad que ya me siento muy afortunado…
Los jóvenes se casaron en una ceremonia muy bonita. La novia se veía muy radiante con su vestido blanco, el cual contrastaba mucho con el color de su piel. El novio no podía ocultar la dicha que sentía por unir su vida a su princesa maya.
La joven indígena, al casarse con un ciudadano estadounidense, automáticamente pasó a convertirse en lo mismo. Ya nunca más volvería a ser una ilegal, una indocumentada; y aunque seguía sin saber hablar español, el inglés ya lo hablaba como si fuese su propia lengua.
Un año después ella quedó embarazada.
-¿Qué crees que sea? -le preguntaba su esposo, cuando le tocaba su panza.
-No lo sé -respondía ella-. Pero sea niño o niña, lo hemos de querer mucho. ¿No es así?
-Sí. ¡Estoy de acuerdo! Ya me muero de ganas porque nazca…
El día llegó y la joven dio a luz a una niña.
-¡Es hermosa! -le dijo su esposo-. ¡Ha sacado tu color de piel!
Todo fue dicha y felicidad para la joven pareja. Los abuelos de la niña no hicieron más que llenarla de amor y cariño. Al contrario de lo que se puede pensar que los gringos, sobre todo los anglosajones, son unos racistas y demás, estos no lo eran, ni un poquito. Tal vez y todo se debía a que ellos, al igual que su hijo, siempre habían sido personas muy cultas. Amaban los libros, y habían leído mucho sobre la cultura maya…
Con el pasar del tiempo, el esposo de la joven empezó a enseñarle a cultivarse, y ella recibió gustosa todo lo que su marido le enseñaba. En el trascurso de unos años pasó a convertirse en una mujer muy refinada; ya sabía muchísimo, incluso más que él…
-¡Yo siempre supe que tú eras una persona muy inteligente! -le dijo él un día, cuando miraban a su hijita caminar por el parque.
-¿Si?
-Sí. Siempre pude verlo en ti. No sé. Era algo que no sabía cómo explicarme… -Los dos estaban sentados en una banca de madera; su esposa lo miro y le dijo:
-¡No sabes lo feliz que me siento! ¡Mírame! Si no fuese por ti, no sé, tal vez y seguiría siendo una simple sirvienta. Y no es que sea algo malo, ¡para nada!, pero sólo es hasta ahora que puedo entender muchas cosas. Gracias a todos los libros que he leído, ahora me siento muy orgullosa de ser quien soy. Y he aprendido a amar mis raíces, pero no solo porque tú me amas, no, sino porque los libros me enseñaron el camino para hacerlo. Ahora me he convertido en una mujer muy fuerte, que habla dos idiomas muy distintos entre sí…, y quien nunca volverá a sentir vergüenza de su origen humilde y maya. Porque, ¡ah!, ¡no sabes cómo en Yucatán se sufre, cuando se es maya como yo!
-¿De verdad? -le preguntó él.
-Sí, de verdad. Es por esto que nunca voy a dejar de estarte agradecida. Porque gracias a que me enseñaste que los libros te dan sabiduría es que yo ya nunca más volveré a ser esa persona tímida y callada.
-Amor, ¡cuánto te amo! -le dijo su esposo, y la besó…
Los años pasaron y la niña mestiza creció. Ahora ella era una belleza de pies a cabeza. Su figura era alta y delgada. Su pelo, de color castaño oscuro, lo llevaba suelto casi todo el tiempo. Todo en ella era la mezcla perfecta. Había heredado el color de piel de su madre, y los rasgos suaves de su padre.
-¡Eres mi Cindy Crawford! -solía decirle su padre, cuando la miraba tan alta y elegante.
-¡No exageres! -sentenciaba su madre-. ¡Nuestra hija es mucho más hermosa que cualquier modelo! -Los tres se reían de lo dicho por ella.
Cuando la joven nació, su madre le había preguntado a su esposo que si quería ponerle un nombre en inglés o español, y éste le respondió que por qué no ponerle un nombre en maya. Ella dudó un instante, luego le dijo:
-Tal vez y cuando crezca, no sé, se podría avergonzar de ello, y también de su sangre maya. No sé, ¡tengo miedo! Tal vez y hasta se pueda avergonzar de mí.
-¡No!, amor, ¿cómo puedes pensar semejante cosa? -su esposo rápidamente le respondió-. A nuestra hija la hemos de educar con valores. Ella crecerá sabiendo quién es y amando quién es. Para eso somos sus padres, para darle una educación impecable. Ya verás cómo ella se convierte en un orgullo para nosotros dos.
-¡Tengo miedo! -volvió a repetirle su esposa-, miedo de que cuando crezca se avergüence de mí…, y de su color de piel. -Su esposo se le acercó, la abrazó y la besó. Era todo lo que podía hacer…
La educación que sus padres le habían dado a la joven -como ellos habían predicho un día- le enseñaron a amar todo lo que era. Ahora ella tenía veinte años y amaba la vida como ninguna otra persona de su edad. Tal vez y todo se debía a que, tantos sus padres como sus abuelos, no habían hecho más que colmarla de amor, cariño y conocimiento.
Un día, cuando ella estaba a punto de cumplir veintiún años, la edad legal estadounidense, le anunció a su padre que quería ir a conocer la tierra de su madre.
-¡Quiero conocer donde mamá nació! -le dijo, llena de emoción-. ¿Qué dices, papá? ¿Puedo ir…? ¡Di que sí, por favor!
-No sé, hija. ¿Por qué no le preguntas a tu madre, para ver qué opina?
-No. ¡No quiero que ella lo sepa! Me gustaría que fuese una sorpresa.
-Bueno. Por mí no hay problema. Te doy mi consentimiento. Ahora sólo falta que se lo comuniques a ella, y a ver cómo reacciona. -La joven se fue corriendo a buscarla…
-Mamá…
-Sí, hija, dime.
-Hay algo que quiero decirte.
-Te escucho, hija. Dime.
-Yo…, he pensado que me gustaría ir a Yucatán, para conocer el lugar donde naciste.
-Hija… ¿De verdad?
-Sí, mamá.
-Hija, ¡qué noticia más bonita es la que me das! ¡Me siento muy contenta de que quieras conocer la tierra donde nací! Por supuesto que puedes ir, ah, eso sí, siempre y cuando nos prometas a tu padre y a mí que te has de comportar a la altura de las circunstancias. Porque tal vez y no lo sepas, pero hay cosas que verás, y que tal vez te puedan afectar.
Si me entiendes, ¿verdad?
-Sí, mamá. ¡Por supuesto que te entiendo!
-Entonces que no se diga más. Prepara tus cosas, que una hermosa aventura te espera…
Los abuelos paternos de la joven siempre habían pertenecido a familias muy ricas, tanto así que su hijo, si así él lo hubiese querido, pudo haber optado por dedicarse a vivir la buena vida, a los viajes, al derroche de dinero, a todo aquello que solamente podían permitirse los que pertenecían al reducido círculo denominado “jet set”. Pero la vida quiso que él no fuese tan frívolo o vacío, sino todo lo contrario.
Cuando creció, después de casarse con su princesa maya, todo lo que hizo fue trabajar y estudiar. Quería forjarse un futuro propio, y, ahora, con la ayuda de su mayor motivo -ella- supo que lo lograría. Pocas fueron las ocasiones en las que él tuvo que recurrir a sus padres, por dinero, y muchas las veces en las que ellos se lo habían ofrecido. Querían que no le faltase nada a su única nieta.
Ahora, a sus cuarenta y ocho años, gracias a su profesión como ingeniero en la NASA, ya poseía un patrimonio envidiable, ¡y todo lo había conseguido gracias a su propio esfuerzo! Su esposa y su hija se sentían muy orgullosas de él, y él de ellas. Sus vidas parecía un cuento; todo era perfecto.
…Los padres de la joven la condujeron al aeropuerto de Los Ángeles. Tres horas antes sus abuelos se habían despedido de ella. Ambos derramaron lágrimas cuando abrazaron a su nieta, pero estaban muy contentos, igual que ella, porque sabían que se iba para conocer parte de su vida, que no haría más sino hacerla mucho mejor persona. También ellos estaban muy orgullosos de ser abuelos de una persona así de excepcional…
-Adiós, hija. ¡Te vamos a extrañar mientras no estés…!
Tres horas después Sac-nicté ya volaba rumbo a la tierra de la laja y el “cancab”; estaba muy emocionada por ir a conocer la otra parte de su cultura.
Cuando llegó a Yucatán, unos amigos de su padre la fueron a buscar al aeropuerto. “Me muero de ganas por ir ya a conocer el pueblo de mamá”, ella pensó, cuando se bajó del avión…
-¡Qué diferente es todo aquí! -se decía en silencio, mientras miraba las diferencias de las casas. Unas eran pobres, con piedras al frente, otras tenían un aspecto completamente distinto, con muros altísimos y rejas de metal.
-¿Qué es eso? -le preguntó a una de sus amigas que había ido a buscarla, y apuntó las piedras.
-Ah, ¡eso! Aquí le llamamos albarradas, y sirven para demarcar el límite de un terreno. -La joven no sabía que en el pueblo de su madre vería estas piedras ¡en todas las casas!
Después de estar una semana en Mérida, por fin le llegó la hora para ir a visitar a sus parientes maternos.
Ese día, ella se levantó muy temprano para alistar sus cosas. Una amiga suya la llevaría en su auto hasta aquel pueblo. …Después de dos horas de viaje, finalmente llegaron a su destino. Cuando se bajó del coche, enseguida empezó a buscar y a preguntar entre las gentes que veía pasar.
El pueblo era muy pequeño, así que, después de buscar por todas partes por más de una hora, se llevó una desilusión: nadie conocía a las personas que ella buscaba. Y era lo más lógico. Hacía más de veintiún años que su madre había salido de ahí rumbo a los Estados Unidos.
La joven, después de superar su decepción, sacó su cámara y empezó a tomar un montón de fotografías para mandárselas a su madre. Quería registar hasta el más minímo detalle de todo aquello que su madre no había visto en años. Cuando por fin terminó, se acercó a saludar a las personas que no dejaban de sonreírle. Una vez su madre le había dicho que ella era así. Todo se debía -según ella- a que la gente maya, al ser muy humildes, no podían hacer otra cosa sino que sólo sonreír. Sac-nicté, al recordar todo esto, se sintió muy contenta, contenta de ver que su madre se había logrado superar, pero sin haber olvidado jamás sus raíces.
-Hija -le había dicho ella-. Ser maya en Yucatán es algo muy difícil. Te discriminan, te humillan… ¿Sabes una cosa? Por más increíble que te pueda parecer, pero de todos los años que llevo viviendo aquí en California, pocas son las veces en que alguien lo ha hecho, en cambio allí siempre lo hacían, sobre todo cuando iba yo a la capital…
La joven, después de pasarse todo el día en este lugar, pasó a despedirse de todas esas gentes que la habían recibido de manera muy amable y cálida. El dinero que ella tenía previsto darles a sus parientes, lo repartió entre las familias más pobres, si es que las había logrado distinguir unas de las otras. A los niños les regaló dulces.
-Volveré. ¡Los voy a extrañar! -les dijo en maya. -Todos volvieron a sonreírle.
Sac-nicté regresó a la ciudad de Mérida. En una semana más empezarían sus clases. Cuando ella le comunicó a su padre que quería estudiar un año aquí su carrera, él, al principio se negó, pero luego lo convenció. Le había dicho que quería perfeccionar su español, y que los fines de semana los aprovecharía para ir a aprender maya en el pueblo mismo de su madre. Después de un buen rato y de muchas explicaciones, éste por fin acepto.
Cuando estuvo de regreso en Mérida, lo primero que ella hizo fue llamarle a su mamá. Tenía que decirle lo que le había sucedido. Su madre, al saberlo, entristeció. Después de veintiún años, era de esperarse, porque su familia no era muy numerosa, y sus padres -con mucho dolor recordó- no sabían leer ni escribir, para haber podido mantener contacto con ellos a través de cartas. “Tal vez y ya estén muertos…”
La mamá de la joven jamás pudo regresar a verlos, y no sabía si había hecho bien. Se sentía egoístaal pensar que solamente se había dedicado a hacer su vida, a estar con su esposo y su hija. Sus padres jamás sabrían que su hija, su única hija, se había casado con un hombre de alma muy bondadosa…
-Mamá, ¡estoy muy emocionada! La próxima semana empiezan mis clases en la universidad…
El padre de la joven le había preguntado a sus amigos que cuál era la mejor de las universidades en Yucatán, y ellos le dijeron cual. -Entonces allí irá mi hija -les respondió.
La mañana cuando Sac-nicté llegó a su escuela, todos empezaron a mirarla de manera sorprendente. Ella, que venía de un país distinto, ni siquiera lo notó. Fue su amiga quien se lo dijo.
-Todos te miran…
-¿Por qué crees que sea? -preguntó ella-. ¿Acaso me veo mal?
-No, ¡para nada! Al contrario. ¡Te ves bellísima!
¿Entonces…? Ah, ¡ya sé! Ha de ser por mi color de piel. ¡Claro! ¡Pero qué bruta soy! ¡Cómo no me había dado cuenta! Aquí todos tienen la piel clara, incluso tú… -dijo, y después añadió-: ¡Pero cómo pude olvidarlo, si mi madre siempre me dijo que aquí discriminaban mucho a los de piel oscura como la suya y la mía!
-¡No!, amiga -su compañera trató de defenderse-. Créeme que Mérida y su gente ha cambiado mucho. Ya no es como hace muchos años atrás.
-De todas maneras yo no sabía que mi padre me había inscrito aquí en esta escuela, y estoy segura de que él tampoco jamás imaginó en cómo sería éste lugar. ¡Qué horrible me siento! ¡Cómo pude venir a parar aquí…!
-Te entiendo, amiga. Si te quieres ir, estás en todo tu derecho de hacerlo.
-No -intervino la joven mestiza-. ¡No me quiero ir! He venido a Yucatán para conocer mis raíces y las de mi madre, ¡y voy a honrarla a ella!
-¡Así se habla, amiga! Ahora, ¡démonos prisa que nuestra clase ya va a empezar…!
La amiga de la joven, algo muy raro, aunque sus padres eran muy ricos y pertenecían al mismo círculo de amigos que los papás del joven riquillo, también era diferente. Y aunque también tenía la piel muy clara, sus padres la habían educado con valores, y éstos tampoco eran como la mayoría de sus amigos, quienes sí hacían lo mismo que los papás del joven riquillo.
Ese día, por cierto, cuando él vio a Sac-nicté, por ironías de la vida, quedó completamente fascinado por su belleza, y no imaginó que en el trascurso de unos días se enamoraría perdidamente de ella…
-¡Pero si tiene la piel morena! -le dijeron sus amigos, cuando les comunicó su secreto-. ¿Acaso no sabes que tiene sangre maya en la venas, algo que tú siempre odiaste y despreciaste?
-¡Lo sé, lo sé! ¡Por todos los carajos que sí lo sé! ¡Pero ella es diferente! ¿Es que acaso no lo han visto? ¡Sólo mírenle esos ojos, y esa sonrisa, y esos rasgos, y esa figura!
-¡Y ese color! -añadieron ellos, en tono de burla.
-¡Y ese color! -recalcó el joven riquillo-. ¡Ese color completa su hermosura! ¡Estoy completamente enamorado de ella!
-¡¿Pero es que acaso te has vuelto loco?! -dijeron todos muy sorprendidos-. ¡Pero cómo es posible que tú, el peor de los racistas, estés diciendo estas tonterías!
-¡Ya lo sé, ya lo sé! -contestó muy consternado José Carlos-. ¡Ya sé que fui así!, ¿pero qué le voy a hacer? Jamás imaginé que esto me fuese a suceder. ¡Y maldigo la hora en que dije lo que dije! Por mi culpa un joven inocente fue sacado de esta universidad.
-¡Vaya! Vemos que al menos sigues conservando la memoria -dijeron ellos, y después uno añadió-: Creímos que ya la habías perdido también. -Todos estallaron en carcajadas.
-¡Vamos!, José Carlos -le dijo otro-. Si tus padres supieran lo que estás diciendo, seguramente que les daría un infarto.
-¡Pues a mí me importa un bledo lo que a ellos les pueda suceder! -replicó el riquillo, muy encabronado-. ¡Gracias a ellos es que aprendí a despreciar a los que no eran igual a mí, a los que no tenían el mismo color de piel que el mío! No sé qué hacer. Estoy muy arrepentido. Estoy enamorado de esa muchacha.
-Ja, Ja, Ja -sus amigos se rieron del tono patético en que él había dicho esto último. Su voz tenía un dejo de amargura.
…Al siguiente día esta universidad estaba de luto. Un estudiante se había quitado la vida la noche anterior. Cuando todos preguntaron de quién se trataba, nadie lo pudo creer: era José Carlos. Se había reventado los sesos con la pistola de su padre.
Cuando esa mañana los peritos llegaron a su casa, para levantar el cuerpo y hacer la autopsia de rigor, uno de ellos encontró en uno de los cajones de su cómoda un sobre que decía: “ENTREGAR A SAC-NICTÉ RICHARDSON”
Días después, cuando el sobre se le hizo llegar a la persona mencionada, ésta lo abrió y dentro encontró una carta que decía:
Ayer, antes de que las clases terminaran, todo lo que hice fue averiguar cuál era tu nombre. Y después de preguntarles a muchos chavos que estudiaban contigo, y después de que ninguno de ellos me lo quiso decir, decidí entonces, no sin sentir mucha vergüenza, ir a la dirección. ¡Necesitaba saber tu nombre, porque se me había vuelto insufrible no saberlo!
Cuando llegué y entré a la oficina, otra vez me llené de mucha vergüenza, porque solamente había una secretaria, y esta era mestiza. Entonces al instante recordé mis fechorías, todo lo mal que yo había tratado a gentes como aquella… -La carta continuaba. Era una declaración de amor. El joven le decía-:
Después de que esta secretaria me mirara de mala gana, y después de que le rogara, por fin accedió a darme tus datos. Me dijo que te llamabas Sac-nicté Richardson, y que venías de los Estados Unidos. También me dijo que, como ella misma, tú eras mestiza, y que te sentías muy orgullosa de llevar sangre maya en tus venas… ¡Qué lecciones nos da la vida!, ¿no? Yo, quien siempre discriminé a los que eran como tú, jamás imaginé que un día sufriría por el amor de alguien así.
Sac-nicté. Desde el primer momento en que te vi quedé completamente fascinado por ti, y con el pasar de unos días me di cuenta de que estaba enamorado de ti. Pero luego entendí que la vida me estaba haciendo pagar por todas las injusticias que cometí, y que por lo tanto tú jamás podrías amar a alguien como yo. Es por esto, no pudiendo soportar ni un día más, esta noche he decidido acabar con mi vida.
He escrito esta carta para ti, para solamente decirte que, si la vida me diese otra oportunidad, yo haría las cosas de manera distinta. Pero sé que ésto jamás sucederá, así que esta noche te digo ADIÓS.
Alguien te pide perdón, por todas las cosas malas que hizo en contra de esas gentes…, y éste alguien soy yo. Y siempre te voy a amar, Sac-nicté, mi amor imposible, mi flor morenita.
A donde sea que vayas, solamente espero que siempre recuerdes que, desde que te vi, tú, TE ROBASTE TODO MI CORAZÓN.
Tu eterno enamorado, José Carlos…
FIN.
ANTHONY SMART
Marzo/20/2017
Mayo/10/2017