Por Elvira García
Duane Cochran. Secretaría de Cultura
Esta es una entrevista rara, pero amorosa. Amor a larga distancia. Por primera vez en mi vida, no veo el rostro de mi entrevistado, ni sus ojos. Me preguntaba si podría sentir la misma emoción, la misma empatía, sólo escuchando la voz . Y sucedió.
Tal vez ocurrió así porque conozco al de la voz. Se llama Duane Cochran, pianista, bailarín y coreógrafo; en todo, un artista de excelencia.
Lo sigo desde hace treinta años, más desde la danza. Luego lo conocería por la música. Soy su fan, no en secreto, sino abiertamente.
Quizás porque es mi amigo, me atrevi a pedirle -porque ambos andábamos muy ocupados- que respondiera, vía whatsapp, a unas preguntas que le hice. Y sucedió la magia, sólo de escuchar su profunda, musical voz. Esa magia que siempre me ocurre cuando tengo frente a mí a un ser que crea algo.
En este caso, a Duane, que con sus manos sobre el blanco y negro de las teclas, hace nacer música. Y, de música fue que hemos “hablado” a través de estas modernas herramientas de los teléfonos celulares. Sin duda, sus respuestas me movieron a buscar más información.
Duane. Foto Lorena Alcaraz.
Para quienes no lo saben, Duane nació en Detroit, Michigan. Allá se formó como bailarín en la Interlochen Arts Academy; y como pianista en la Julliard School. Y poco antes de hacer su maestría, justamente en Julliard, decidió tomar unas vacaciones para conocer México.
Y ¡qué tal!: empezó por Veracruz, ese estado exuberante en todo, en su gente, en vegetación y en riqueza cultural. Y con eso tuvo para ser conquistado por lo mexicano y fincar su residencia en nuestro país; de eso hace ya un poquito más de cuarenta años.
Aquí se fue quedando, rompiendo la promesa que le hizo a sus papás de retornar al terruño. Pese al dolor de la distancia, su decisión fructificó pronto: ingresó a la Orquesta Filarmónica de la UNAM hace cuarenta años y, más de treinta creó Akzenti, su propia compañía de danza contemporánea que ha ganado varios premios de coreografía hecha por Duane, principalmente.
Akzenti.Secretaría de Cultura.
El reverso de esta luminosa historia son los nublados tiempos que la distancia kilométrica le ha reservado: la pérdida de algunos de sus familiares más amados.
Pero esas son heridas incurables; son huellas del camino, al andar. El resto del tiempo, la vida de Duane Cochran está cien por ciento rodeada del movimiento y de la música. Hoy, es la música lo que me ha motivado a conversar con él, de nuevo.
¿De qué quiero que me platique Duane ? Pues de la obra que este fin de semana interpretará con la Orquesta Filarmónica de la UNAM (OFUNAM) y que lo tiene enormemente emocionado.
Se trata de Turangalîla, de Olivier Messiaen, ese compositor que pone unas de las primeras bases de la música contemporánea en Francia, allá desde los años veinte y hasta los noventa del XX. Turangalîla, es un monumento a la sonoridad instrumental, a la pasión arrebatada y hasta dolorosa; un canto a la religiosidad y a los pájaros. Y al amor, siempre al amor.
Cultura UNAM.
De eso va esta tecnologizada charla con mi admirado Duane Cochran, quien hace como diez años enfrentó, por primera vez ante el piano, el reto de aprender esa obra de Messiaen.
Y desde aquella ocasión, la ha vuelto a tocar con la OFUNAM; y volverá a hacerlo ahora, con la madurez que conlleva la edad y la experiencia, la OFUNAM, bajo la dirección de Sylvain Gasançon, nos acercará a todos los sentimientos que experimentó Messiaen con respecto al amor, el próximo sábado 18, a las 20 horas, y domingo 19 de febrero del 2023, a las 12, en la Sala Nezahualcóyotl, del Centro Cultural Universitario.
Quise que Duane me contara qué es Turangalîla y por qué crea tanta expectación de los músicos y del público.
Turangalîla, una obra impresionante
Sinfonía Turangalila. OFUNAM.
-¿Por qué elegiste Turangalîla la primera vez que la interpretaste?
-Fue un encargo de la Orquesta Sinfónica Nacional, para la clausura del Festival de México en el Centro Histórico. Me llamaron, y les dije que sí. Me aprendí la obra en tres meses. Pero no me había dado cuenta de la dificultad musical y de todo lo que implicaba montar esta Sinfonía, pero finalmente la estrené, con Enrique Diemecke como director de la Sinfónica, y en el Palacio de las Bellas Artes, hace como diez años. Entonces yo no la elegí, me la encargaron. Y desde aquella época, es una obra que me fascina y cada vez que la toco encuentro cosas maravillosas, ya que es una obra tan compleja y tan grande y tan… ¡esta es mi cuarta vez que la interpreto y todavía estoy descubriendo en ella pasajes fascinantes!
-¿Qué valor musical tuvo en su momento y tiene hoy Turangalîla?
-En su momento, en primer lugar, la escala de duración, de 80 minutos, y también la orquestación pues requiere de más de cien músicos en escena, con un grupo de instrumentos de percusión muy extenso; es la dotación que Messiaen decidió; él fue un compositor singular en su época, y marcó un nuevo camino de la música, en los años treinta, cuarenta, y cincuenta del siglo pasado. Su manera de escribir tenía una particular sonoridad; sus texturas, sus armonías, muy diferentes y extrañas para la época, y lo son aún. Es una obra que yo recomiendo escuchar varias veces. Para adentrarte en Turangalîla, hay que oírla en varias ocasiones; se trata de una obra impresionante.
Hay que decir que el francés Olivier Messiaen (1908-1992), fue un genio de la música desde muy temprana edad. A los once ingresó al Conservatorio de París donde estudió piano, percusión, orquestación y composición. Antes de los 20 de edad, ya también aprendía órgano e improvisación. Tenía apenas 22 cuando obtuvo su primer gran premio como compositor”.
-Duane, ¿qué te provoca Turangalîla?
-Yo en general me identifico mucho con la música de Olivier Messiaen, he interpetado varias obras de él, sobre todo el Cuarteto para el Fin de los Tiempos, que dura como 60 minutos; he tocado también El libro de los pájaros, y la que se llama: Los colores de la ciudad celeste, para piano y pequeño ensamble. Y Turangalîla es ya la cereza en el pastel porque está repleta de cadenzas, la estructura armónica me fascina. Èl hizo esta obra sobre el mito alemán de Tristán e Isolda, que se refiere a ese amor tan fuerte y entregado al que se abandonan esos amantes y terminan en la muerte. Es una obra muy obsesiva muy extensa. El suyo es un amor cegador, al extremo, una obsesión tremenda y yo, de algún modo soy así, muy obsesivo y compulsivo, y sí me identifico mucho con esta obra. Me parece una pieza desbordante, sin límites”.
-¿Messiaen por qué o para quién escribe esta obra?
-Messiaen hizo esta obra por encargo de la Sinfónica de Boston. En realidad, le pidieron obra, sin decirle si debía tener un límite de tiempo o un tema específico. Entonces, él se sentó a crear, sin límites, y así nació Turangalîla, que contiene diez movimientos. Al principio, estaba sólo componiendo tres o cuatro, pero fue tanto lo que le provocó el mito de Tristán e Isolda que un movimiento le llevó a otro y a otro, y terminó conteniendo diez. Fue ese encargo que Serge Koussevitzky, director de la Sinfónica de Boston en los años cuarenta, le comisionó a Messiaen, pero resulta que Koussevitsky se enfermó y entonces terminó dirigéndola el entonces muy joven Leonard Bernstein. Y me parece que Bernstein experimentó sentimientos encontrados, al dirigirla”.
Orquesta Sinfónica de Boston.
Olivier Messiaen escribió Turangalîla a lo largo de dos años. En ella, el piano tiene una voz preponderante. El compositor era un ferviente católico practicante desde su adolescencia; en su juventud fue ejecutante del órgano de la iglesia de la Santísima Trinidad, desde 1929, es decir, a partir de los 21 de edad. Como hombre religioso, Turangalîla refleja sus creencias. Al referirse a esta obra, escribió lo siguiente:
Tengo la suerte de ser católico. Nací creyente y ocurre que las Sagradas Escrituras siempre me han producido desde mi niñez una profunda impresión. Cierto número de mis obras intentan por ello iluminar las verdades teológicas de las creencias católicas. Este es el primer aspecto de mi obra, el más noble, probablemente el más útil, el más válido y tal vez el único del que no habré de arrepentirme a la hora de mi muerte.
Pero soy un ser humano, y como todos los seres humanos soy sensible al amor humano, el cual he tratado de expresar en tres de mis obras a través del mayor mito del amor humano, el de Tristán e Isolda. Y finalmente siento un amor muy grande por la Naturaleza.
Creo que la Naturaleza nos sobrepasa infinitamente y siempre he tratado de aprender lo máximo posible de ella. Por elección amo a los pájaros y he investigado sus cantos en forma particular, llegando hasta el estudio de la ornitología. En mi música se hace patente la yuxtaposición de la fe católica, del mito de Tristán e Isolda y el uso extremadamente desarrollado de los cantos de las aves.
Efectivamente, Messiaen fue un ornitólogo reconocido: desde infante coleccionó y estudió en su adolescencia los pájaros. En varias de sus composiciones está el dulce canto de esas aves, a través de distintos instrumentos.
Turangalîla, un amor fatal, irresistible
Turangalîla combina dos palabras provenientes del sánscrito: Lîla, que quiere decir: amor: turanga: el ritmo, el tiempo o el movimiento que corre.
Le pregunto a Duane Cochran:
-Por qué se necesita una dotación de más de cien músicos para ejecutar Turangalîla?
-Pues así la concibió Messiaen. Esa obra es muy rica e intensa; abarca tantas sensaciones, que para poder expresarlas se necesita una orquesta a gran escala. También Messiaen incluyó una especie de gamelan indonesio, que consiste en un conjunto de instrumentos de percusiones como metalófonos, xilófonos, teclados, vibráfonos, gongs de diferentes tipos, además de la celesta. Para expresar las distintas etapas del amor, Messiaen requería muchos instrumentos.
En esta obra, Olivier Messiaen hace uso las ondas Martenot -un insturmento como piano electrónico, inventado por el ingeniero y músico Maurice Martenot-. Según escribió Agus Rodríguez en 2022, “cuando lo ves y escuchas, parece que el Doctor Frankenstein hubiese tratado de revivir un piano a través de la electricidad”.
Al escuchar las ondas Martenot, es como si su creador, Maurice Martenot hubiese viajado al futuro, desde los años veinte. Martenot, nos dice Rodríguez, nació en 1898 y fue violonchelista, pedagogo y además, militar. Desde esta última actividad, trabajando como radio operador para la radio de la armada, en 1917, “comenzó a idear el principio operativo del instrumento que acabaría llevando su nombre”.
Por esa gama tan diversa de instrumentos, por la temática basada en el mito del amor entre Tristán e Isolda -en el cual, en síntesis, Isolda muere de amor, para alcanzar en lo espiritual a Tristán-; por contener esa sinfonía diez movimientos y por los muchos ejecutantes que estarán sobre el escenario de la, sin par, Sala Nezahualcóyotl, no puedo, no pueden ustedes dejar de asistir a cualquiera de las dos funciones (sábado 18 de febrero, a las 20 horas, domingo 19 del 2023, a las 12 del mediodía) donde será posible saborear, sufrir, palpitar intensamente de las distintas etapas por las que transcurre el amor de una pareja, sea mítica o real, en Turangalîla.
Interrogo a Duane acerca de qué piensa de esa sinfonía:
“Cuando toco Turangalîla, lo que me viene a la mente es que es una obra exuberante, generosa, abrumadora, excesiva, majestuosa, monumental, severa, descomunal, monstruosa, compleja, titánica, original, imponente, desbordante, intensa; habla del amor divino, es también una sinfonía de amor, un amor mortal. Para mí, como pianista, es sin duda un tour de force y un reto orquestal de dificultad extrema”.
Turangalîla es, por todo ello, una obra maestra que marcó la ruta de la música del siglo XX.