Luis Alberto García / Moscú
*Son ocho, todos sofisticados e innovadores.
*“Ésta será la oportunidad de mostrar nuestra cultura”.
*Primer torneo mundialista a disputarse en un país árabe.
*Hubo que cambiar calendarios para jugarlo en noviembre y diciembre.
*Régimen monárquico absolutista, socio de petroleras internacionales.
*Los qataríes obtuvieron la sede con ayuda de la FIFA y otros amigos.
Hay estadios con aroma a futbol como Wembley, el Maracaná, el Centenario, el Monumental y La Bombonera, el Camp Nou, el Bernabéu, el Parque de los Príncipes y hasta el Luzhnikí de Moscú; pero otros huelen a plástico y modernidad, los de reciente construcción, entre ellos el Al-Thumama y otros ocho ubicados en un reino gobernado por un soberano con poderes absolutos.
En noviembre de 2022, casi todos esos sitios van a estrenarse en Doha, capital de Qatar, un califato inmensamente rico que compró la sede del XXII Campeonato del Mundo de futbol con muchos petrodólares, influencias políticas y económicas de empresas monopólicas, mediadores y brokers que tienen como objetivo único la ganancia, el dinero en abundancia.
Con edificios que atraviesan el cielo y automóviles de lujo para los nobles, los cálculos del gasto mundialista se aproximarán a los 20 mil millones de dólares, algo más o igual a lo erogado en Rusia; pero se desconocen al detalle las cifras que han costado esos escenarios deportivos, como el mayor y más importante, no por su aforo, sino porque está en la capital del país.
El Khalifa International Stadium posee un museo del deporte, sistema interior de enfriamiento –como todos los demás- y lleva el nombre de Khalifa al-Tani, encargado de remover a los elementos conservadores que, al finalizar el siglo pasado, aún se oponían al progreso y la modernización qatarí.
Por sus dimensiones y cupo, siguen el Lusail Iconic, para 86 mil espectadores; el Al- Bayt de la ciudad de Al- Khar, para 60 mil; el Al- Wakrah, para 40 mil, en la urbe del mismo nombre; el Al bin Alí, para 40 mil, en Al-Rayyan; y el par restante, con cabida para 40 mil personas cada uno, construidos en Doha: el Ras Abú Aboud y el Qatar Foundation, diseñados para reflejar aspectos de la cultura nacional, llenos de innovaciones.
“Tres de nuestros estadios están junto al mar y cinco tierra adentro, y esta será la oportunidad de mostrar nuestra cultura, pues todavía existen prejuicios acerca de los países islámicos por parte de Occidente, sobre todo en el contexto de otro tipo de pensamiento, como el nuestro”, dijo Auda Abu Tayyi, responsable del pabellón de Qatar instalado en el estadio de San Petersburgo, casa del club Zenit, en la isla de Krestovski, durante la Copa FIFA / Rusia 2018.
Será el primer Campeonato del Mundo de futbol que se lleve a cabo en un país árabe, el primero en disputarse a fines de año, en noviembre y diciembre –obligando a cambiar los calendarios de los torneos en casi todo el mundo-, pues los otros 21 eventos fueron en junio y julio, en el verano.
Y será el último en el cual participen 32 selecciones nacionales, que serán 48 en 2026, al escenificarse la Copa FIFA de ese año en Canadá, Estados Unidos y México que, dos veces sede mundialista (1970 y 1986), para entonces solamente tendrá diez partidos en su territorio, mientras la mayoría se realizarán en la Unión Americana.
Auda Abu Tayyi aseguró que el clima cálido, que se aproxima a los 50 grados centígrados en esa época, no será problema, ya que se habrán instalado costosos y sofisticados sistemas de acondicionamiento, que mantendrán templada la temperatura en estadios y paradas de autobuses para favorecer a turistas y delegaciones nacionales participantes.
El territorio sobre el que fueron levantados los ocho monumentos a la sofisticación modernista lo constituye la península de Qatar, en la costa oriental de la península arábiga sobre el estratégico golfo Pérsico, con los Emiratos Árabes Unidos y Omán al Sureste y Bahrein al Noroeste, y al Oeste el desierto de Al Jafurah, perteneciente a Arabia Saudita, cuya superficie gigantesca es de dos millones 250 mil kilómetros cuadrados.
De clima seco y desértico, el relieve de Qatar es plano, en cuya franja costera son posibles los cultivos agrícolas, en tanto que, sobre la costa occidental, están los míticos yacimientos petroleros, con el puerto de Musayid como punto de salida del crudo de exportación en cantidades ilimitadas, sostén de la economía y las finanzas qataríes.
La población es de origen árabe, minoritaria en relación al total –aproximadamente un millón de habitantes- con un buen nivel adquisitivo-, ya que representa solamente el 20% de ella; sin embargo, los árabes, como grupo étnico, son mayoría gracias a los inmigrantes: 25% son palestinos, egipcios y yemenitas, y el 55% restante lo integran pakistaníes, iraníes e hindúes.
La religión musulmana es oficial y predominante -ramas sunnita y chiíta-, con minorías cristianas y brahamanicas, y las lenguas el árabe –oficial-, hurdu y farsi de uso común, y el inglés –obligatorio en las escuelas de todos los niveles- la comercial y empresarial, debido a la influencia impuesta por las grandes compañías petroleras británicas instaladas en territorio qatarí desde mediados del siglo XX.
Con una monarquía hereditaria absolutista, en Qatar no existen los partidos y no hay oposición política alguna y, al no ser firmante de la Convención de 1951 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ni del Protocolo de 1967 sobre los refugiados, el gobierno no proporciona ni ayuda ni protección a los solicitantes de asilo de las naciones vecinas.
El régimen de Doha se ha negado sistemáticamente a cooperar con la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y, en casos excepcionales, ha llegado a otorgar asilo transitorio a perseguidos políticos iraníes, argelinos y ocasionalmente de Yemen, ante el conflicto que mantiene éste país con el reino de Arabia Saudita, hegemónico sobre todos los que se encuentran geográficamente ubicados en el Oriente y Sur de la península arábiga
En los aspectos social y político, se discrimina a la ciudadanía en cuanto a trabajo, como se ha visto en el acceso y trato a los inmigrantes y no inmigrantes que laboran en la industria de la construcción de los estadios de la Copa FIFA / Qatar 2022, lo mismo que los servicios de salud, vivienda y seguridad social.
En contraste, los ciudadanos reconocidos por el régimen autocrático de Hamad Khalifa al-Tani reciben servicios básicos gratuitos (agua electricidad y educación); pero sin tener derecho a ser propietarios, dentro de un régimen económico discriminatorio, similar al de otras satrapías islámicas: de Arabia Saudita a Indonesia y Marruecos, pasando por Qatar, los Emiratos Árabes Unidos, Yemen, Bahrein, Dubai y naciones circunvecinas.
Ese régimen consiste en que, si se tiene más dinero, mayor es la posibilidad de acceder a las capas “superiores” de la sociedad y sus correspondientes derechos, con la nobleza de jeques y emires como la casta beduina que se impone en absoluto, sin que, ni remotamente, la lucha de clases esté dada.
Así es el diminuto y riquísimo país en cuyos estadios ultramodernos, bajo el patrocinio un gobierno autoritario que, con una pequeña ayuda de sus amigos –la FIFA y acompañantes-, escenificará la XXII Copa del Mundo que verá el planeta-futbol en 2022.
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