EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Ciudad de México, sábado 28 de agosto, 2021. – “Me gusta la literatura que me depara una exaltación lúcida sin desvarío ni resaca y una serenidad sin indiferencia ni frialdad, que me induce a ser plenamente quien soy y, al mismo tiempo, a ser otro y a no ser nadie, un don nadie, Don Nadie, Monsieur Personne, Mr. Nobody, que presencia el esplendor de las cosas no ya como un testigo sino como quien pudiera verlas tal como son cuando no hay testigo alguno”, dice Antonio Muñoz Molina en el más reciente de sus libros, un experimento en donde publica todo lo que ve, oye y piensa cuando sale a caminar por Madrid o Nueva York o cómo lo hacían Oscar Wilde y Baudelaire en París, Thomas de Quincey en Manchester o Londres y Pessoa en Lisboa, entre cientos de sucesos que registra.
Es un libro que provoca para que aprendamos a ver en detalle lo que nos rodea. Lo tituló Un andar solitario entre la gente (Seix Barral, 2018) y es una bitácora de la vida cotidiana entre una que otra noticia espeluznante como las que seguramente leía Buñuel si un día “volviera de su tumba cada pocos años para comprar un periódico y enterarse de cómo iba el mundo, y regresar de nuevo contento al sueño eterno”; entre otras cosas publica la crónica del Ángel Exterminador en México: “…cuando los cuatro ladrones se acercaron a la puerta, ese fue el momento en que el hombre sentado al fondo eligió para ponerse en pie. Sacó una pistola. Apuntó en silencio y apretó cuatro veces el gatillo. Cada bala alcanzó a un asaltante…”
Con la lectura de este libro confirmo la conexión que existe con lo que escribe Muñoz Molina, sobre todo, cuando describe la relación con su pareja (Elvira Lindo) a quien “la enriquece el tesoro del tiempo. Tiene la piel tan suave que no hay roce que no sea una caricia. El tiempo nos ha ido haciendo por separado y al unísono y nos ha formado en el roce del uno con el otro. Somos cada uno lo que éramos de nacimiento y cuando nos conocimos y lo que nos hemos ido haciendo en el trato con el otro. Los dos somos la atmósfera que respira cada uno”, en una puntual experiencia compartida.
Más adelante (pp. 233-240) habla de ella como pocas veces en mi vida he leído que alguien exprese tal amor y respeto de su pareja: “Está atenta a sí misma desde dentro y desde fuera” y con esto, recuerdo lo que decía Arnaldo Coen de Catalina mi esposa que “es tan linda Corcuera como Cordentro.”
Habla de hacer el amor con su mujer, pero evita dar detalles, pues son “secretos que no permite que sean dichos… lo sagrado y lo incorruptible que protege el pudor, lo que solo sucede y para nadie más detrás de la puerta cerrada.”
Todo lo que ve, oye y piensa lo anota durante el tiempo que anduvo solitario entre la gente. Un ejercicio literario parecido a esas cacerías escopeta en mano en donde los perdigones cubren “todo” lo que vuela en un momento dado.
Escribió cientos de notas y textos sorprendentes. Me quedo con los andares de Oscar Wilde, Walter Benjamín, Fernando Pessoa o Herman Melville “quien, con disciplinada tristeza, atravesaba las mismas calles de Manhattan”; o Joyce cuando iba “por las calles de Trieste, flaco y miope, desastrado, formal, de un lado para el otro siempre con retraso para su próxima clase de inglés”, (pp. 137-140),
Echa a andar calle abajo en Madrid para registrar los pasos en esos días “despoblados de agosto, después del 15, cuando se han marchado todos los que tenían que irse y todavía no ha empezado a volver nadie.”
Con esta bitácora de sus andares armó un libro que adquiere vida propia y, entre muchas otras cosas, nos da a conocer a unos personajes fantásticos. Resulta ser una obra única, leída, sin duda alguna, por puro placer.