El convulso siglo XIX, significó un México sobre las armas, en un periodo de aproximadamente seis décadas. Partiendo desde el inició de la guerra de independencia en 1810 hasta el triunfo de la república sobre la intervención y el imperio en 1867, el olor a pólvora fue constante en el paisaje nacional. La lucha de emancipación de España, con más visos de guerra civil que extranjera, se vió sucedida por agresiones de potencias europeas y de los Estados Unidos, así como por asonadas, cuartelazos o enfrentamientos entre liberales, conservadores, republicanos y monárquicos.
Dos desfiles victoriosos marcaron momentos decisivos en nuestra historia. El primero de ellos, el 27 de septiembre de 1821, cuando Agustín de Iturbide hizo coincidir la consumación de la independencia con su fecha de cumpleaños, y marchó triunfante al frente del Ejército Trigarante por las calles de Ciudad de México. Cuenta la leyenda que incluso desvió el trayecto de la columna del desfile para pasar bajo el balcón de su amante, la atractiva Güera Rodríguez, quien coqueta colocó una pluma del bicornio de Iturbide en el centro de su escote.
El segundo de ellos fue el que marcó la victoria de la fuerzas republicanas en la Guerra de Reforma, trás el triunfo decisivo de González Ortega en la Batalla de Calpulalpan el 22 de diciembre de 1860. Entonces sus fuerzas desfilaron triunfantes el 1 de enero de 1861, por las calles de la capital, en una de las paradas militares más significativas de la historia de México. La Guerra de Reforma también conocida como la Guerra de los Tres Años, significó un parteaguas en la consolidación de la nación mexicana, no solo fue como la ha denominado acertadamente el historiador británico Will Fowler, el conflicto del que nació el estado laico mexicano, sino el campo fértil para una de las generaciones más talentosas de nuestra historia: los hombres de la Reforma. En el plano militar derivó en el fin de una camada de oficiales y mandos de corte conservador, muchos de ellos formados en su juventud en el ejército virreinal para dar paso a militares liberales y republicanos que fueron el embrión del futuro ejército federal porfirista, aquel que se rindió a Carranza en Teoloyucan el 13 de agosto de 1914.
El 5 de febrero de 1857, se promulgó la nueva constitución, la Carta Magna que debió marcar la hoja de ruta para un nuevo estado, en cambio propició una polarización nunca antes vista en la sociedad mexicana. Las élites, particularmente el clero y el ejército no estuvieron dispuestas a perder sus fueros y privilegios, las posiciones quedaron muy marcadas entre liberales y conservadores y los esfuerzos de moderados por alcanzar acuerdos jamás vieron frutos. 1857 fue entonces un año muy tenso que no logró que los sectores conservadores juraran la constitución y entonces el 17 de diciembre de ese mismo año, Felíx Zuloaga lanzó el Plan de Tacubaya desconociendo la Ley Suprema, el propio presidente Comonfort también lo hizo y estalló la guerra civil. Zuloaga designado presidente conservador, fue sucedido poco después por Miramón y Juárez apegado a la legalidad desde su posición como presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación asumió la presidencia de la república por el bando liberal.
La guerra en un principio favoreció a los conservadores, al talento militar de Miramón se añadió que la gran mayoría de los soldados profesionales militaron en el bando conservador. Los liberales entonces se foguearon en el campo de batalla hasta remontar la balanza y pasaron de las derrotas a las victorias. Miramón gobernó desde la Ciudad de México, Juárez desde el puerto de Veracruz donde promulgó las Leyes de Reforma. A los triunfos republicanos, se añadió el fracaso de Miramón en su intento por tomar Veracruz, el requisar los fondos de la legación británica así como la masacre que hizo Márquez de prisioneros y civiles en Tacubaya en abril de 1859. Finalmente y como ya se mencionó, la batalla final se dió en Calpúlalpan, donde los liberales derrotaron a los conservadores. Al entrar a la Ciudad de México, González Ortega ordenó que las tropas vencedoras marcharan el 1 de enero de 1861, fueron alrededor de 28,000 hombres los que llegaron hasta Palacio Nacional. Bajo una lluvia de flores y entre vivas de la población desfilaron previamente por el Paseo Nuevo y las calles de Corpus Christi, Santo Domingo, Moras y del Relox. Fue particularmente vitoreado el joven general Leandro Valle, muy popular entre todos e hijo del Colegio Militar. Las tropas con la moral alta que produce la victoria cantaron sin cesar las estrofas satíricas de “Los Cangrejos” compuesta por el genial Guillermo Prieto.
Sin embargo, el épico desfile del 1 de enero de 1861, no supuso más que una bocanada de aire de libertad para la agobiada nación mexicana, los conservadores respirando por la herida, no se quedaron de brazos cruzados y promovieron la intervención y el imperio. Para diciembre de ese 1861, ya se encontraba anclada frente a San Juan de Ulúa, la escuadra francesa, años de guerra y sacrificio vendrían para México hasta que el 15 de mayo de 1867, las armas republicanas vencieron en Querétaro, restaurando la república y consolidando en definitiva nuestra soberanía.
Aprovecho estas líneas, para hacer llegar a quienes gentilmente me leen, mis mejores deseos de buenaventura con motivo del año nuevo.