Mauricio Carrera
Fue un día largo, lleno de agradables momentos y de aeroportuarios sobresaltos. El vuelo donde Alicia García Bergua y yo regresaríamos de la hermosa y soleada Campeche a la CDMX, se demoró. El motivo, “fuertes vientos”. Después, se esparció como un rumor con visos de verdadero, la razón que se argumentó fue otra: un pasajero del vuelo CDMX-Campeche se había robado un anuncio de salida de emergencia, y el avión no podía despegar sin antes reponerlo. Tan absurdo como suena. Algo así como cien pasajeros varados por ese robo. El tiempo estimado de retraso, seis horas. ¡Seis horas, sí, qué lata, qué flojera!
Saldríamos, en lugar de a las 4 de la tarde, a las 10 de la noche.
La mayoría de los pasajeros fueron llevados a un hotel, donde les dieron un refrigerio. Por nosotros pasó Carlos Vadillo Buenfil, escritor y académico, quien nos salvó de una larga espera. Él y Kenia Aubry se portaron como los grandes. Nos dio tiempo de regresar a la Feria del libro y el arte de la Universidad Autónoma de Campeche, y de escuchar una amena charla sobre la lectura que dio Alfredo Núñez Lanz, con la moderación de Ana García Bergua. Como no habíamos comido y aún faltaban 4 horas y media para el despegue del avión sin anuncio de salida de emergencia, Carlos y Kenia nos llevaban a cenar, cuando recibí una llamada de un número desconocido con lada de Campeche. Contesté. Una voz entre policiaca y de supermercado me dijo:
—Su vuelo sale en 15 minutos. Si está cerca del aeropuerto, lo esperamos. Si no, ya tenemos localizada su maleta y viajará usted en nuestro siguiente vuelo.
Ese vuelo sería a las siete de la mañana del siguiente día. No, gracias.
Yo recién había recibido un mensaje de Aeroméxico donde se disculpaban por el retraso y donde se estipulaba la hora del despegue a las 22.55. Pero eran las 7.30 de la noche y debíamos estar a las 7.45 listos para abordar. Si no, el avión nos dejaba.
Ahorro algunos detalles. Corrimos, nos apresuramos, nos inquietamos, creímos no llegar a tiempo. Gracias a quienes nos llevaron al aeropuerto pudimos hacerlo. Volvimos a correr, pasamos el filtro de seguridad (¡a mí me hicieron abrir mi mochila de viaje por querer verificar un llavero!), y abordamos el avión.
Ya sentados, nos tomamos esta foto como prueba. ¡Fiuf, qué día!