CUENTO
Roberto siempre había sido un hombre corrupto. Gracias a sus altos puestos en la política había logrado amasar una gran fortuna. Para estas alturas de su vida poseía unos veinte carros de lujo, unas treinta casas en los mejores lugares del mundo, ¡y muchísimo dinero!
Todo en su vida era perfecto. Tenía una esposa bella y unos hijos a los cuales amaba mucho. Roberto el político tenía 53 años, y hasta ahora nada parecía interponerse en su camino. No había hombre más dichoso y feliz en el mundo que él mismo.
Un día, para festejar su cumpleaños número 54, decidió que se lo quería pasar solo en una de sus tantas casas alrededor del mundo.
-Quiero meditar sobre el nuevo puesto que me han propuesto -le dijo a su esposa, cuando ella le preguntó que cómo lo festejaría.
-Por mí no hay problema, cariño -ésta le respondió, luego lo besó.
Roberto, con mucha antelación hizo todos los preparativos de su viaje. Todo lo tenía ya listo. Ahora lo único que faltaba era esperar por el día y la hora para abordar el avión.
Él, a pesar de que tenía muchísimo dinero no poseía avión propio. Había pensado que lo mejor era seguir viajando en aviones comerciales, ah, ¡eso sí!, pero en línea ejecutiva, con asientos grandes y cómodos, y tomando champagne de la más alta calidad.
Roberto seguía siendo el mismo sibarita de siempre. Le encantaba disfrutar la buena vida, sin miramientos de ningún tipo. El día de su viaje, cuando uno de sus choferes lo condujo hasta el aeropuerto, no dejó de pensar en lo afortunado que era. No le faltaba absolutamente nada. La vida lo había tratado de lo más esplendido.
El señor político consultó la hora en su reloj de cincuenta mil dólares. “Todavía es temprano”, pensó. Luego alargó su brazo y se preparó un sándwich de caviar, ya que no había desayunado.
“La vida definitivamente es bella”, se dijo para sus adentros, mientras se tomaba una copa de vino muy caro.
-Pero ¡qué pendejo soy! -exclamó Roberto-. ¡Me he manchado la camisa con el vino! Bueno -siguió diciéndose-, pero por qué me molesto si ni me costó. Además en la maleta traigo unas treinta más. Ah, ¡qué vida es la que me doy!
El señor político dejó que el incidente se le olvidara y siguió disfrutando de los placeres que la corrupción le brindaba: una vida llena de puros lujos. Roberto no desperdiciaba ni un solo segundo en satisfacer su paladar y todos sus demás sentidos.
Después de un buen rato, el coche por fin se detuvo frente a la puerta del aeropuerto. El chofer enseguida se bajó y le abrió la puerta a su jefecito. Luego caminó hasta el maletero y le sacó sus cosas. Roberto agarró su maleta, que era una sola, una L.V., y caminó hasta traspasar la puerta. Tres horas después ya volaba hacia su destino.
El político se había cambiado la camisa manchada por una nueva que había comprado dentro del aeropuerto, en una boutique de una marca como a él le gustaba: carísima y muy lujosa. “Para qué me molesto en abrir la maleta y buscar una de repuesto, si me sobra el dinero para comprarme cuantas yo quiera”, había pensado, cuando recordó que la que llevaba puesta se le había manchado.
-¡Mi marca favorita! ¡No lo puedo creer! -gritó el señor-. Después de todo, ¡creo que el vino me ha hecho un gran favor! ¡Voy a estrenar camisa!
Roberto entró a la tienda y, como era su costumbre, enseguida preguntó por las piezas más caras.
-Son las de allí -le contestó una persona, y apuntó las telas.
-Gracias.
El señor se acercó a las camisas, y cuando miró los precios se rió. “Si alguien lo supiera -.pensó-, creo que me harían juicio político”. La camisa costaba cinco mil dólares.
Roberto no tardó nada en encontrar una de su talla. Luego se dirigió al probador. Se quitó la que tenía encima y se puso la que había escogido. Entonces, lleno de orgullo se dijo:
-¡Hasta para esto de lo de las tallas soy bien chingón! ¡Qué bueno soy calculando medidas! -Salió del probador.
-Señorita, ¡me llevo ésta!
El político pasó a la caja y pagó la camisa que llevaba puesta. Sacó su billetera de su blazer y pagó la prenda con dinero del pueblo dizque al cual servía. Después abandonó la tienda y se dirigió a abordar el avión que lo llevaría a su destino paradisiaco.
Muchas horas después giraba la llave para abrir la puerta de su casa. Cuando estuvo adentro, lo primero que hizo fue decir un improperio:
-¡Todos allí chingandose! y yo aquí ¡disfrutando! -Volvió a reírse-. ¡Esto sí que es vida!
Faltaban tres días para su cumpleaños. Mientras esperaba por el tan ansiado día, decidió que lo mejor que podía hacer era darle rienda suelta a sus más locos deseos.
Ese día, cuando anocheció, salió de su casa vestido con ropas que en dinero equivalían al salario anual de uno de sus conciudadanos.
“Aquí nadie me conoce”, pensó, mientras se paseaba por los sitios más exclusivos de aquel lugar.
La primera noche se divirtió a lo grande. Cuando al siguiente día despertó, un dolor muy fuerte de cabeza lo devolvió a la realidad.
-¡Vaya noche la que tuve! -se dijo, cuando lo recordó.
Era el segundo día. Al siguiente día sería su cumpleaños. Esa mañana, después de levantarse y prepararse algo para aliviar el dolor, decidió que esta vez trataría de divertirse, pero sin alcohol. Y así lo hizo. Aunque no por esto iba a dejar de gastar y despilfarrar dinero que no se había ganado con su esfuerzo propio.
El segundo día pasó volando y Roberto volvió a su casa un poco tarde. Cuando esa noche por fin se acostó, lo único que pensó fue:
“Mañana cumplo 54 años. Me estoy poniendo viejo”. Al político le entró la nostalgia. De repente, un hombre como él, frívolo y demás, caía en la meditación del tiempo transcurrido. Se durmió.
A la mañana siguiente cuando se despertó, sin motivo aparente, se sintió alguien diferente. Empezó a sentir algo raro.
“Hoy es mi cumpleaños”, recordó, y se sintió infeliz. No se levantó porque se sentía cansado. “Hoy es mi cumpleaños…” Roberto recordó que había querido venir hasta este lugar para pensar sobre el nuevo puesto que le ofrecían. Entonces empezó a evocar todo lo que había hecho hasta el ahora. Recordó todas las veces que había hecho cosas malas, desde lavado de dinero hasta otorgamientos de concesiones ilícitas; y un montón de cosas más.
-¡Ahora entiendo por qué me siento así! ¡He sido un hombre muy corrupto! Mis hijos que tanto me aman, ¡no saben la clase de lacra que tienen por padre!
Roberto se puso muy triste. Estaba arrepentido de todo lo malo que había hecho. Sus ojos empezaron a llorar por todos los remordimientos que lo hacían sentir lo más ruin. Se sintió molesto consigo mismo.
-¡Ahora lo entiendo! -se dijo entre sollozos.
Dicho esto se levantó y lo primero que hizo fue tirar al suelo la primera cosa que se encontró en su camino. Parecía haberse vuelto loco, loco de arrepentimiento.
Roberto destruyó todas las cosas que había en su cuarto, y cuando terminó aquí se dirigió hacia la sala de su casa lujosa. En una de sus manos llevaba un bate de madera que había encontrado debajo de su cama, y el cual siempre había guardado en caso de algún robo o de cualquier otra amenaza.
El hombre gritó de ira y de dolor, ¡estaba muy arrepentido! Sus manos sujetaron muy fuertemente la base del bate y enseguida empezó a romper y a destruir todos los muebles, pinturas y esculturas, valuados en varios millones de dólares.
Pasadas unas tres horas ya había destruido por completo esta casa.
-Pronto iré a destruir todas las demás -se dijo, mientras respiraba con dificultad.
Después de permanecer de pie, mirando, el político sintió que sus piernas no le respondían. Entonces se acercó junto a una pared y se dejó caer de espaldas contra ella. Sentado así sintió una especie de alivio. Todo su cuerpo estaba muy cansado. Sus ojos pesaban y se le nublaban. A duras penas y reconocía todo su entorno.
-¿Yo hice todo esto? -se preguntó, entre un respiro y otro. Estaba muy agitado.
Roberto siguió sentado en el mismo lugar. Luego, al sentirse más cansado, se acostó allí mismo. Se durmió y ya nunca más despertó.
Había muerto de un paro cardíaco.
Él nunca lo supo, que se había redimido de todos sus pecados, porque al final se había vuelto… un hombre arrepentido.
FIN.
ANTHONY SMART
Nov./17/2016
Enero/28/2017