José Luis Parra
Una cosa es que Adán Augusto López sea un conocedor del alma tabasqueña. Otra, muy distinta, que no sepa con quién desayuna. O que finja no saber.
El arresto de Hernán Bermúdez Requena, alias El Abuelo, en Paraguay, reactivó no solo las alertas del sistema de seguridad hemisférico, sino también los nervios en la bancada morenista del Senado. Y no por gusto. Resulta que el detenido no es cualquier prófugo: fue secretario de Seguridad de Tabasco y, según el parte oficial de la Secretaría Nacional Antidrogas de Paraguay, líder del cártel La Barredora.
Y aquí es donde las cosas se ponen, digamos, insalubres para el exgobernador de Tabasco y actual coordinador de Morena en la Cámara Alta.
Adán Augusto, fiel a su costumbre, intentó capotear los señalamientos con voz grave y narrativa de operador sabedor: que si Tabasco, que si la política local, que si “uno lo sabe todo”… hasta que le preguntaron por qué se reunía con Bermúdez casi todos los días sin saber que estaba frente a un presunto narcotraficante. Ahí se desmoronó el discurso. Y la lógica.
El silencio de Palacio
A pesar de todo, López Obrador lo sostuvo en el cargo. ¿Por qué? Muy sencillo: no por afecto, sino por obligación. Los pactos políticos son como las promesas en campaña: incómodas, pero a veces necesarias. Y romper un acuerdo en este momento de hiperfragilidad legislativa sería un suicidio innecesario.
Lo que sí cambió es el tono. Adán Augusto se mostró en las últimas semanas más obediente con Claudia Sheinbaum, como si supiera que en cualquier momento puede llegarle el aviso de que se acabó la cortesía. El exsecretario se puso el traje de coordinador austero, empezó a “horizontalizar” la relación con sus compañeros de bancada y hasta defendió públicamente los preceptos morales de la 4T. Pero el arresto en Paraguay vino a reventarle la jugada.
Un país, dos interlocutores y un problema llamado Washington
La noche posterior a la detención, el chat senatorial ardió en WhatsApps. Oscar Cantón, su aliado, y Alejandro Esquer, uno de los enlaces con Palenque, intercambiaron puntos de vista. Nada alentador.
La conclusión: es un riesgo que un hombre con vínculos, aunque sean por omisión, con un presunto narcotraficante esté al frente de una bancada que negocia —o finge negociar— con Estados Unidos. El arresto fue internacional, sí. Participó inteligencia mexicana, también. Pero ahora los gringos tienen los datos. Y Santiago Peña, el presidente paraguayo, no es precisamente un simpatizante de la 4T: es uno de los aliados más consistentes de la Casa Blanca en Sudamérica.
¿Lo extraditarán a México? ¿O se irá directo a cantar en inglés a alguna cárcel estadounidense, estilo Ovidio? Porque si Bermúdez habla —y lo hará— puede enterrar políticamente a varios. El primero en la fila: Adán Augusto.
El narco sí sabe de diplomacia
Mientras en México se discute si el coordinador sabotea o no proyectos ajenos en los estados (spoiler: sí lo hace), el exsecretario de Seguridad de Tabasco planeaba instalar su startup criminal en Paraguay. Según el titular de la SENAD, ya se había movido como buen ejecutivo del crimen transnacional: Panamá, Brasil y finalmente Paraguay, donde lo delató su falta de papeles y el seguimiento financiero.
Un sobrino lo esperaba con la mesa puesta. La esposa le tramitó los papeles. Él se escondía, pero no mucho. ¿Y de qué huía? De todo: de los jueces, de los rivales, del escándalo… y posiblemente de sus socios políticos. De esos que hoy dicen no conocerlo.
El colapso moral de una mayoría legislativa
En este contexto, mantener a Adán Augusto en un cargo de esta magnitud es un ejercicio de negación institucional. Si Morena quiere tener un mínimo de credibilidad en el ámbito internacional —y en el doméstico— tendría que hacer cirugía mayor. Dejarlo fuera. Pero hacerlo implica reconocer errores. Y ya sabemos que, en la 4T, reconocer un error equivale a traicionar al líder.
En Palacio Nacional alguien hará las cuentas: ¿qué duele más, aguantar el costo político de removerlo… o esperar a que El Abuelo cante en Miami?
Difícil disyuntiva. Mientras tanto, seguimos desayunando con desconocidos. O eso dicen.