Por Alejandra Del Río Ávila
Los asesinatos del alcalde Carlos Manzo y del líder limonero Bernardo Bravo exhiben el fracaso de la estrategia de seguridad y la desconexión emocional de una presidenta que no escucha.
México vuelve a estremecerse —quizá más que nunca— ante dos asesinatos que deberían cimbrar a todo un Estado: el del alcalde de Uruapan, Carlos Alberto Manzo Rodríguez, y el del líder limonero Bernardo Bravo, ambos en Michoacán, ambos símbolos de la resistencia civil ante la violencia y ambos víctimas de una estructura criminal que ha rebasado los límites del poder institucional.
Manzo fue ejecutado en público, en plena celebración del Día de Muertos, mientras Bravo apareció torturado en su vehículo tras denunciar extorsiones al sector agrícola. Dos muertes distintas, una misma raíz: la impunidad como política de Estado.
Ambos habían solicitado protección. Ambos estaban amenazados. Y en ambos casos, la respuesta oficial fue un “lamentamos los hechos” y están aprovechando el tema como herramienta para criticarnos; textualmente con su habitual enfado dijo “Los conductores carroñeros están diciendo -Haber vamos a buscar donde tenemos un PEQUEÑO argumento para irnos contra el gobierno-” Pequeño Sra. Sheinbaum?? Es una pequeñez que maten a un alcalde al que hoy lloran su famiia incluyendo 2 niños pequeñitos, 400,000 habitantes de Apatzingan y al que guarda luto todo el país este con la derecha o con izquierda, ¿Le parece pequeño? O los que han empequeñecido son sus valores, su empatia y sus ideas.
Sincerese alguna vez aunque sea ante el espejo, su heredada estrategia de seguridad, no es mas que un fracaso que usted se empeña en maquillar.
El gobierno federal insiste en que su modelo de seguridad “no es de guerra”, sino de inteligencia y coordinación, la pregunta hoy sería con quien se coordinan ya que parece ser que no con la ciudadanía, sino con los verdaderos patrones del país, la delincuencia organizada.
Pero los hechos son tercos en mostrar la realidad: los alcaldes se asesinan en público, los productores pagan piso, las carreteras están tomadas y las regiones enteras viven bajo el terror de los cárteles.
Si eso no es un Estado fallido, es al menos un Estado rendido.
La retórica de los abrazos terminó convertida en un eufemismo: los abrazos son para los criminales; los balazos, para los inocentes.
Sheinbaum es una presidenta desconectada del dolor, clavada en la retórica del encono, a la que se le ve perder la compostura ya todos los días ante camara, mejor haría cancelando las mañaneras diarias y dejando de mostrarse como el verdadero monstruo en el que se está convirtiendo. Decía algún exmandatario mexicano “El mejor Presidente es el que menos habla” Los presidentes de la 4T están viviendo las concecuencias del antiguo proverbio marinero “El pez por la boca muere”
Lo más grave no fue solo el crimen, sino la reacción.
Lejos de mostrar empatía, la presidenta Claudia Sheinbaum respondió con un tono defensivo, casi irritado, preguntando a la sociedad “¿qué proponen? ¿Quieren que regrese Gracía Luna?
La pregunta era otra: ¿Qué hará usted, presidenta?
Pero Sheinbaum prefirió eludir la autocrítica, desviar la conversación y victimizarse ante los cuestionamientos de la opinión pública.
Como si el duelo nacional fuera una ofensa personalizada, y la exigencia de resultados, un ataque político.
No se trata de buscar culpables imaginarios, sino de reconocer una realidad inocultable: la estrategia actual ha fracasado, y el costo lo están pagando los alcaldes, los líderes sociales y los ciudadanos comunes que se atreven a denunciar.
El costo político y moral
Cada asesinato de una autoridad municipal no solo es una tragedia humana; es un golpe directo a la democracia.
Porque cuando matar a un alcalde no genera consecuencias, el crimen gobierna.
Y cuando una presidenta se indigna más por las críticas que por las muertes, el liderazgo se evapora.
Michoacán no es una excepción: es el espejo de un país fracturado entre el miedo y la indiferencia.
El silencio oficial se ha convertido en complicidad estructural.
Y mientras las conferencias matutinas se llenan de justificaciones, los cementerios se llenan de víctimas.
México necesita verdad, no victimismo, no necesita una presidenta que se defienda: necesita una presidenta que asuma, que corrija y que proteja.
El país no aguanta más discursos huecos ni condolencias televisadas.
Se requieren acciones concretas: mandos únicos eficaces, inteligencia operativa, protección real para autoridades locales y castigo inmediato a los responsables.
Si la respuesta del poder sigue siendo el reflejo narcisista de la autovictimización, el mensaje será el mismo: la empatía murió junto con la autoridad moral.
En un país donde matar a un alcalde se volvió rutina, lo verdaderamente peligroso no es el crimen organizado: es el desorden institucional disfrazado de estrategia.
México sangra. Y mientras tanto, el gobierno sigue mirándose al espejo.





