Si la ortodoxia aún funciona en política, para estas horas deberían estar dándose a conocer un par de renuncias obligadas o, misericordiosamente, por el clásico “motivos de salud” entre los colaboradores más cercanos al Presidente Enrique Peña Nieto.
Una de ellas, obligadísima, repito, porque incluso metió al mexiquense en un brete internacional.
La otra, por la incapacidad que alguien más mostró de evidenciar al yucateco Emilio Gamboa Patrón, cual se tenía perfilado.
Y es que, cual seguro usted ya sabe, desde la semana pasada los que sí saben de comunicación política –es un chascarrillo, claro– empezaron a “filtrar” en ciertos medios que el mensaje que Peña Nieto daría a la Nación con motivo de su primer Informe de Gobierno, se llevaría a cabo en el Auditorio Nacional, primero, y en el Campo Marte –a descampado, en realidad–, después. Ello ante la imposibilidad de que dicha ceremonia se efectuara en los patios de Palacio Nacional, dada la ya muy prolongada “toma” del Zócalo por parte de los maestros que se oponen a la llamada Reforma Educativa –en realidad, laboral y administrativa– del propio Peña Nieto.
Pero hete aquí que, otra vez en las columnas de gossip político, descartaron el Auditorio Nacional que dizque porque lo habían usado los panistas para ocasiones similares. Y se movieron unos metros al poniente, filtrando ahora que “el Mensaje” se oficiaría en la instalación militar convertida en helipuerto, capilla ardiente y, muy ocasionalmente en su fin original: cancha de polo.
Pero no. Fue el propio Peña Nieto quien, en las goteras de Monterrey, desmintió a sus “filtradores” a los medios. Y en conferencia de prensa, en Apodaca, Nuevo León, él mismo dijo que se estaba replanteando el formato, el lugar y la hora del referido Mensaje a la Nación.
¿Qué pasó? ¿Alguna amenaza terrorista? ¿Los maestros disidentes tenían algún plan maestro para sabotear el Mensaje? La alarma cundió.
Nada de eso. Y es que, como seguro usted ya bien sabe, los colaboradores de Peña Nieto no se percataron de que el Reglamento Interior del Congreso de la Unión fija para las 17 horas del 1 de septiembre el arranque de la sesión solemne de apertura del periodo ordinario, por lo que estaban citando para las 11 de la mañana a escuchar al Presidente, ¡cuando el texto del Informe aún no se había entregado a las Cámaras!
Grave pequeño gran error. En los detalles, dicen, se esconde la mano del Diablo. Dicen bien.
Porque ese traspié provocó no sólo la sospecha de que, a final de cuentas, el Presidente se quedaría encerrado, tras las altas tapias de Los Pinos, ya por precaución, ya por temor, a pronunciar su discurso lejos y amurallado de las protestas, las marchas, los plantones.
Y peor todavía, porque, ¡volvieron a cancelar la gira de trabajo a Turquía!, que estaba programada para iniciar hoy. Peña Nieto y su comitiva, en efecto, debieron haber salido anoche rumbo a Ankara, pero un error de agenda, de algunas horas, lo orilló a suspender su viaje, lo que se justificó con la difícil situación que ahora mismo se vive en Siria.
Si se da la ortodoxia vendrá el castigo a quien cometió el desliz. Y será un despido más que justificado, porque ahora ¿”qué van a decir de nosotros en Turquía”, no cree usted?
GAMBOA NO QUISO PRESIDIR
El otro despido esperado podría ser para el colaborador de Peña que no supo y no pudo convencer al escurridizo Emilio Gamboa Patrón de que fuese él mismo quien, desde ayer, encabezara las sesiones del Senado de la República.
No y no y no, dijo varias veces el yucateco.
Pretextos encontró por decenas. Justificaciones, muchas más.
En Los Pinos, lo sabe el mismo Gamboa desde hace mucho tiempo, lo querían exhibir. Que una y otra vez la conducción de las sesiones se le fuera de las manos. Que no supiera reaccionar ante los embates opositores que, pese al Pacto por México o, a lo mejor, por causa de éste, serán cosa de todos los días, de cada sesión por lo menos.
Y no. Y no. Y no.
El de la tierra del Mayab no dio su mano a torcer. Sabía que, pese a su red de relaciones públicas –regalos a las esposas de los funcionarios, avión privado a la disposición, cuadros de su amplia pinacoteca directo a ser colgados en los muros de aquél a quien quiere halagar y/o comprar– en Los Pinos bien que lo tienen medido.
Y por tal, para deshacerse de él, lo querían exhibir en su justa dimensión. Rollero, pero políticamente ineficaz.
Días, tardes, noches hasta que, por cansancio, le ganó Gamboa a quien llevaba el mensaje presidencial.
No. No presidiría al Senado como sí lo hizo varias veces su “compadrito” Manlio Fabio Beltrones, en las dos Legislaturas anteriores. Ahí en la mal llamada Cámara Alta se puede. Ser coordinador de la bancada y presidir la Asamblea, al mismo tiempo. En la Cámara de Diputados, por reglamento, tal no es posible. Que si no…
Así que ya sin la presión, sin que lo obligaran, Gamboa proponía a un muchacho sonorense apellidado Gándara. En Los Pinos al ex gobernador queretano Enrique Burgos, a quien el propio Gamboa objetó, rechazó, por su conocida alergia a la inteligencia.
La solución fue un tercero en discordia: Raúl Cervantes, el abogado de Joaquín Vargas y de Multivisión –remember los encontronazos con Felipe Calderón y Alejandra Sota–, al que el propio Gamboa está ligado en intereses desde hace décadas.
Y así las cosas, otra vez, Gamboa les ganó a quienes despachan en Los Pinos.
Por partida doble, además. No fue, como ahí querían, el mal presidente del Senado que todos adivinan. Pero consiguió imponer en el cargo anual a quien responde más a sus intereses que a los de la residencia presidencial.
Despido más que justificado, entonces, de quien desde Los Pinos no supo y no pudo derrotar al escurridizo Gamboa Patron, ¿a poco no?
Índice Flamígero: Y sí. En los próximos días, conoceremos de cambios en el equipo de Enrique Peña Nieto. Irán acompañados de lo que muchos dicen es un “necesario golpe de timón”, porque como vamos…