RODOLFO VILLARREAL RÍOS
Había arribado al cargo bajo la bandera de ser un demócrata. Por ello, se decía convencido de que al momento de que concluyera su encargo debería de comportarse como tal y transferirlo de manera pacifica a quien resultase apoyado por las mayorías. Bueno, ese era el discurso que ofertaba para el consumo público, en la realidad no iba a dejarle la responsabilidad a cualquiera. Mucho trabajo le había costado acceder a la primera magistratura como para actuar con irresponsabilidad y no tomar ciertas precauciones. Muchos eran quienes en su fuero interno aspiraban a sucederlo, pero a la hora de la verdad, solamente tres mostraron sus cartas sin tapujos. Revisemos lo que al respecto se escribía.
Veamos lo plasmado en un diario cuyo nombre evoca lo mismo un vigilante que un tutor. En las páginas de ese rotativo su director, quien poseía una de las plumas más brillantes de su generación, plasmaba una reflexión acerca del futuro a partir de dos preguntas: “¿La política [del país], no tendrá ya otro carácter que el de luchas palaciegas sin objeto elevado, que ofrezca alguna esperanza de mejora para el porvenir? ¿El título para ejercer el poder supremo en la república no reconocerá otro principio que el favor del gobernante o el éxito de las revoluciones ruinosas que sólo sirven para extender en el pueblo la miseria y el desprestigio?” Acto seguido, procedía a tratar de encontrar una respuesta.
Indicaba que “si esto fuera verdad, menester sería renunciar a toda esperanza y aguardar estoicamente la desaparición de un país que no podría subsistir como entidad independiente y soberana, porque hay males que no pueden aclimatarse en una sociedad , y son aquellos que tienen una acción disolvente, que atacan los fundamentos mismos del orden y la libertad, que ahogan todo principio de dignidad y energía, acabando por hace exótica la práctica de esas virtudes que son, por decirlo así, el estímulo de los pueblos.” El editorialista de entonces no se detenía y continuaba reflexionando,
En ese contexto, indicaba que “volver en tales circunstancias los ojos al pasado, sería la mayor de las quimeras; ¿ni que iríamos a buscar allí que pudiera ser un correctivo a la profunda gangrena que ha invadido el cuerpo social? Ignorancia, fanatismo, ridículas supersticiones, hábitos degradantes; he aquí lo único que nos ofrece ese pasado, de que debemos alejarnos lo más posible, cuya resurrección, por fortuna, está puesta fuera de todas las leyes de la naturaleza y en el cual sólo pueden pensar algunos espíritus de ultratumba que se alimenten de sombras y recuerdos.” Ante eso, planteaba como era factible revertir el estado de cosas y mirar hacia el futuro.
Desde la perspectiva de aquel pensador, “[la patria] no puede ser más que una república, pero una república de verdad, esto es, un país en el que el pueblo sea el arbitro de sus destinos, en el que el poder se ejerza por su voluntad y en su provecho y que no haya más autoridad que la ley, a la cual nadie debe sobreponerse. Sólo bajo estas condiciones es posible el engrandecimiento, que forma el bello ideal de la nación, que se hace cada día más vivo y apremiante, en proporción que la realidad es más cruel y dolorosa.” Para poder llegar a ello, sin embargo, se advertía que era necesario realizar acciones varias.
Dado que aquel escritor no creía en el voluntarismo simple, tenía una receta que ofrecer. Los ingredientes, seguramente, habrían sido cuestionados por algunos “chefs” del arte culinario político, pero esa era su propuesta y la exponía. Según su perspectiva, “…ese gran resultado [el engrandecimiento de la nación] no podrá obtenerse mientras que el partido…, fraccionado en círculos hostiles, se olvide de sus antecedentes y razón de ser; en otros términos, mientras no se reconstruya sobre sus bases naturales, abjurando ese espíritu de personalismo al que se sacrifican los más preciosos intereses de la nación.
Un partido verdaderamente político obra siempre de la misma manera, sea que se encuentre en la prosperidad, o en la desgracia, en los campamentos o en las asambleas; porque siempre se muestra inspirado en la misma idea y se dirige al objeto. Un partido en esas condiciones busca a sus hombres, no para subordinarse a sus caprichos, sino para imponerles la línea de conducta que deben de seguir, de tal suerte que, si alguna vez se separan de ella, no tiene más que aguardar que el castigo de su traición. Así es como concebimos un partido político, así es como queremos ver al partido… [del país].” Con esa reflexión en mente, repasemos las características y actitudes que adoptaban los tres ciudadanos quienes sentían ser capaces de ocupar la presidencia de aquel país.
El primero de los aspirantes era alguien por quien el presidente había hecho todo; “…le ha sacado de su oscuridad para elevarlo a los primeros puestos; le ha dado poder, posición; le ha dado cuanto es y cuanto tiene; no le dio la presidencia, porqué oyó el no enérgico, terrible, la furiosa reprobación que lanzaba la república; a no ser esto, quizá [el aspirante] llega, aunque fuera por un día al deseado sillón.
Pues bien, como el presidente le ha negado ese capricho, que no podía concederle, [el aspirante y su alter ego], se levantaron airados, frunciendo el ceño, declarando la guerra, prometiendo venganzas apocalípticas y diciendo [al presidente] hasta que no sabe gobernar, que todo lo bueno que ha hecho, ellos, [el aspirante y su alter ego], lo practicaron en honra y gloria de esta administración…” Pero ahí no terminaba la rabieta de quien no sería.
En una editorial publicada en un diario afín a él, decían “…al Ejecutivo cosas que es de admirarse que hasta ahora salgan a la boca de los que han venido siendo compañeros inseparables de los errores y de los abusos de este gobierno. Ahí es donde se nota la ira de la decepción: [el aspirante] promete enarbolar la bandera de la oposición, para hacer ver al país los hombres que lo rigen.” Si bien el redactor de la nota daba la bienvenida a la participación del aspirante frustrado a la contienda democrática, le quedaban algunas dudas.
Ante ello, escribía: “sólo que se nos ocurre que el pueblo no va a creer de buena fe todo lo malo que del actual orden de cosas le digan los señores [seguidores del aspirante], por lo mismo que público y notorio es que la oposición… va a ser de hoy en más la venganza por no haber logrado que el voto público fuese violado escandalosamente en favor del [aspirante]. Dejemos aquel pretendiente en su proceso por definir que mas haría ante el desprecio y vayamos al segundo contendiente.
Convencido de que la palabra del presidente era valedera y por ningun motivo habría de aceptar la reelección, el segundo aspirante decidió jugar saus cartas de manera abierta y, a través, de una publicación, que despedía aromas a refriega, afín a él, decidió venderse como la opción mejor. Ahí, lo presentaban como “alguien que luchó enérgica y constantemente, desde joven, por la libertad, el progreso y la prosperidad de nuestra patria; su hoja de servicios presenta en cada página un servicio positivo a la causa de la civilización, al adelanto social y al bienestar de su ciudadanos…Nadie puede negar que [este segundo aspirante] pertenece a aquellos de nuestros conciudadanos que más se ha distinguido por el impulso enérgico que con sus ideas ha impreso a la sociedad… Leal hasta el fanatismo en sus compromisos,… magnánimo y a la vez justiciero; patriota inmaculado; …abnegado hasta el sacrificio de su nombre y de su fortuna en beneficio del orden y el progreso, de ideas avanzadas y de convicciones invariables; ¿cómo negarle un lugar distinguido entre nuestros hombres eminentes?” Acorde con esa descripción, se estaba ante el hombre que la nación requería.
Para el editorialista, sin embargo, aun quedaba miel por verter sobre figura tan egregia. Indicaba que “en todas las circunstancias de su vida, por difíciles que hayan sido, ha permanecido firme partidario del progreso, querido de los comerciantes y gente laboriosa…por su honradez acrisolada; siempre fue leal a su partido, y firme en la marcha que una vez se trazó, y por eso el pueblo lo ha llamado a empleos honoríficos, y ahora es tiempo de que premie sus méritos elevándolo a la primera magistratura.”
Para llegar a ese sitio tenia definido un programa de acción en el cual se incluía: ‘Garantizar la libertad del voto popular; la enseñanza será obligatoria y gratuita; no habrá exclusivismo político y por lo mismo el sufragio no quedará convertido en tributo de un partido; a las minorías se les otorgará representación política…” En estos temas de la política, se indicaba que: “el bien general ha sido siempre para él superior al bien particular; rechaza y combate las ideas del absolutismo por eso se opone a que el régimen legal quede constituido por la voluntad de un individuo…” Asimismo, planteaba una “política amplia, tolerante, generosa; administración económica y moralizada; llamamiento de todas las aptitudes, de todos los intereses, de todos los intereses a la administración pública.”
Sabedor de que el orden era un requerimiento para el funcionamiento correcto del país, buscaría “armonizar la institución militar con el establecimiento de la guardia nacional.” Todo lo planteado no era suficiente para convencer al presidente de que esta persona podría ser una opción para sucederlo, lo consideraba muy limitado en su presencia que no iba más allá de los confines de su entidad natal. El presidente tenía colocado entre ceja y ceja que era necesario buscar una tercera alternativa que asegurara la continuación del proyecto.
Para ello, tenía bien aceitado a un diario que presumía en su nombre la libertad a la hora de votar. Sin esconder sus preferencias, el editor de dicha publicación salió cual mosquetero a cumplir las ordenes del jefe y empuñó la pluma en defensa de aquel a quien unos acusaban de ni siquiera ser nativo del país, otros mas indicaban que era un encubierto al servicio del conservadurismo, algunos más le espetaban que era un traidor. Nada de eso era cierto, alegaba el editor quien presumía de defender el libre albedrió a la hora de emitir el voto. Bueno, eso de que era una mentira absoluta pues era muy cuestionable, ya que, en realidad, durante siete años, fue militante en las filas del conservadurismo.
Pero eso no importaba, según el editor, ya que su carrera la construyó peldaño a peldaño siempre con el interés de la patria puesto por adelante y como ejemplo de esto fue que abandonó a su partido a la primera enunciación de una amenaza externa. Asimismo, se preguntaba: “¿Su conducta no ha sido siempre leal, generosa y llena de abnegación?” Como respuesta ofrecía ejemplos diversos del comportamiento de este tercer suspirante, aún cuando se alineó con su antiguo jefe y amigo, jamás traicionó a quien entonces ocupaba el cargo de presidente. Y ya en el paroxismo de ver solamente virtudes en aquel a quien apoyaba, el editor mencionaba que si alguno se cuestionaba sí su apuntalado no tenía ambiciones, le respondía: “Si que la tiene; pero no por llamarse presidente, y reportar el honor y beneficios que de esto resulta sino por hacer algo provechoso por el bien de la patria, y vivir en la historia; ambición legitima según creemos.” Y continuaba.
“Por esta razón, [este tercer aspirante] si asciende al poder, como estamos seguros de ello, no se acordará de que aquel fue reaccionario, el otro [opositor], y el de más allá [apoyador de otro contendiente]; escogerá [ciudadanos] honrados, aptos, y donde quiera que los encuentre, éstos serán los que ocupe al servicio de la nación… Su gabinete será compuesto de hombres tan respetables, que la nación no tendrá que murmurar.” Eso no sería suficiente para aplacar las acusaciones en contra de la persona a quien se trataba de presentar como un ser alejado, ya para entonces, de pasiones insanas y dispuesto a dar cabida a todas las opiniones y posturas políticas. El fantasma de su pasado, sin embargo, no terminaba por desvanecerse y sería necesario lanzar otra carga de artillería para tratar de exterminarlo.
Se argüía: “que [el aspirante] haya pertenecido al Partido Conservador, no significa otra cosa, sino que aquel caballero tuvo la necesidad de seguir su carrera…bajo una administración que defendía los principios reaccionarios.” En otras palabras, era un mercenario al servicio de quien le asegurara el birote. “Que el [suspirante] haya sido considerado por los principales jefes del partido muerto, no quiere decir, sino que aquel caballero era digno de ser considerado y admitido entre los jefes …, por las condiciones que reunía de subordinación, caballerosidad y honradez.” O sea, uno de esos que, para evitar caer en un error posible, se dirigen a sus superiores no por su nombre sino con el calificativo de “jefe” y así no le “yerran.”
Dado que el editorialista anda empecinado en arrimarle partidarios a “su gallo,” no quería dejar a nadie fuera y escribía: “El partido conservador, vencido por nosotros, no quiere significar en nuestra vida política la nulificación de sus individualidades, ni quiere representar el pasado… Así, no tenemos por qué rechazar a los hombres que, acatando el código fundamental, vengan a nosotros con su óbolo para ayudarnos a la reconstrucción del país, para tomar parte en los debates de la cosa pública y a doblegar su espíritu de partido ante la necesidad de tener una patria exenta de todo cargo, humilde, pero respetada; laboriosa, honrada, y compuesta de un grupo de ciudadanos libres.” Acorde a esto, todos tenían cabida en el proyecto del aspirante tercero.
Esta persona, “ante ese partido [el conservador] no representa hoy más de lo que significa entre el gran partido…, es decir, una figura que preste garantías a todos los círculos sociales, que reconstruya todo lo que la presente administración, con duros trabajos, va levantando, y sobre todo, que asegure la paz y el orden en todas las zonas de nuestro vasto territorio.”
El aspirante, “ni llama en su auxilio al partido muerto ni lo anatematiza; que el pasado y la tradición quedaran en el hogar, pero que en las cámaras nacionales y el gabinete, no imperara más ley que la Constitución…, Constitución que nos ampara y protege a todos los ciudadanos que no sojuzga ni envilece a nadie, sino que respetando los derechos todos, abre las puertas de la cosa pública a todos cuantos vienen con puro corazón y recta conciencia, a colaborar a la obra grande que se propone…es decir, paz y orden para la prosperidad nacional ; garantías para el trabajo de las clases obreras; unión de todos los mexicanos y extinción de los rencores de partido, afianzamiento de las leyes democráticas y, por último, restablecimiento de la confianza pública y respeto a la vida y los intereses de todos los habitantes de la nación.” Hubo algo que el escribano-matraquero olvidó, al presidente le urgía encontrar alguien que fuera capaz de poder mantenerse en el cargo por el tiempo que la ley establecía, y al final de su mandato… pues ya se vería quien podía continuar con la construcción de la obra que apenas empezaba, no era cosa de transferir el mando a cualquiera…
Como colofón a todo lo anterior, podemos citar las palabras del abuelo de su nieto quien aún no nacía. En un diario con nombre de conglomerado de individuos, realizó un comentario muy preciso y totalmente cierto. En cuarenta y dos palabras resumía una verdad intemporal al indicar: “Pues esto [la grandeza del país] no [la] veremos mientras que hombres que nada valen de por sí, entren a figurar en la política, porque esos generalmente tienen que caminar unidos a otros que los sostengan a cierta altura, prestándose en cambio a toda clase de sumisiones.”
Si usted, lector amable, llegó hasta aquí en la revisión de este escrito y se pregunta en que tiempo ocurrió y a quienes nos referimos, permítanos comentarle que todo lo relatado aconteció en los albores de 1880 cuando el presidente José de la Cruz Porfirio Díaz Mori buscaba encontrar un sucesor que le asegurara la continuación de su proyecto. Los tres personajes suspirantes eran el abogado y político oaxaqueño Justo Benítez; el gobernador de Zacatecas, Trinidad García De La Cadena González y el general tamaulipeco, José Manuel del Refugio González Flores. Los diarios de los que hemos tomado los párrafos entrecomillados son El Monitor Republicano, El Combate, El Libre Sufragio y La Patria en donde, entre otros, escribían José María Vigil Orozco, Antonio Justiniani e Irineo Paz Flores. Y como decía aquel comentarista radiofónico estadounidense, Paul Harvey: “You know the rest of the story.” (Usted conoce el resto de la historia). Ante lo descrito en líneas arriba, solamente nos queda por preguntar: ¿Será la historia una rueca en la que siempre se vuelve a tejer con los mismos hilos?
vimarisch53@hotmail.com
Añadido (23.36.157) Leíamos la nota de que allá en el pueblo, Piedras Negras Coahuila, se ha dado paso a la picota para derruir lo que fueran las instalaciones del Cuartel de la Guarnición de la Plaza. Ni modo de no recordar cuando ahí en, 1963-1964, en los terrenos ubicados en la parte posterior, nuestra maestra de tercer año de primaria, María del Socorro Lozano Dávila, nos llevaba a todo el grupo a jugar beisbol y ella misma tomaba parte en los partidos. Todo eso concluiría el día en que una de nuestras condiscípulas, María del Consuelo Ramos García, cayó accidentalmente a la alberca y, dado que no sabia nadar, de no haber sido por Joel Alaníz Rangel no lo cuenta.
Ese lugar nos evoca la figura del capitán Bruno Neira Flores y su ayudante Plácido de quien nunca conocimos sus apellidos. Nos llamaba la atención aquel comandante de la guarnición de la plaza, el general Julio Pardiñas Blancas, sin olvidar a un par de personajes muy populares, el capitán Jesús Cortéz Mendizábal y el mayor Raúl Sánchez Calderón a este último muy frecuentemente se le veía participar en los partidos de voleibol que armaba con los miembros de la tropa, en la cancha del sitio, el presbítero protestante, I.M. Alaníz. Ni modo de no acordarse cómo dentro de la campaña de alfabetización, durante 1966-1967 acompañados por nuestro primo Gilberto Mata Ríos, fuimos a enseñar a leer y escribir a varias damas esposas de soldados.