Por: Armando Ríos Ruiz
Para nadie es un secreto que el Presidente de México es un hombre por demás agradecido, aunque demasiado burdo a la hora de corresponder, ya que sus expresiones de agradecimiento no cuentan con el mínimo cuidado o discreción. Esto lo inclina a revelar sus ligas con los criminales, a quienes ha permitido hacer y deshacer a su antojo, en un toma y daca de favores.
Burda es la frase de abrazos, no balazos, para permanecer inalterable frente a la delincuencia y para dejarla expandir su poderío en todo el territorio mexicano. Jamás le importó lo que la gente dijera respecto a sus continuas visitas a la sierra de Sinaloa o al territorio de Los Chapitos, como estrategia para certificar el dicho popular, el que nada debe, nada teme. Esos continuos viajes acabaron por despertar todas las sospechas en las personas más agudas y suspicaces.
Burdo es su proceder cada vez que alguien comete abiertamente un acto de corrupción, de expresar “yo confío en él”, como un mensaje a las autoridades encargadas de procurar justicia, para deslindarlos de cualquier responsabilidad, porque el monarca que habita en un palacio real así suele expresar su voluntad.
Apenas acaba de ponerse de moda otra vez el nombre de Ignacio Ovalle, su paisano de Tabasco, ligado de nueva cuenta a una extensión de lo que fue Segalmex bajo su mando, empresa en la que se consumó el fraude más grande en la historia de los gobiernos mexicanos, que hoy asciende a más de 17 mil millones de pesos, con la reciente novedad de que ahí cobraban 400 personas sin “dar golpe” o sin trabajar. ¿Saben que hizo el Presidente? Lo defendió.
Desde luego, dijo que, si es responsable, tiene que pagar. Pero este es un dicho como los que dice casi todos los días, cuando muere alguna persona conocida.
“Lo siente mucho”, como sintió la muerte de 38 candidatos a diferentes cargos de elección popular en los recientes comicios, que en la realidad le importaron un bledo, como no le importaron los muertos en la pandemia, los niños con cáncer y sin medicinas y miles y miles de desaparecidos.
En una conferencia matutina dijo que Ovalle es una buena persona, al puro estilo de sus recomendaciones. Pero al pobrecito lo engañaron funcionarios priistas de malas mañas, acostumbrados a robar, que son los que realizaron el saqueo. Estos son los auténticos malvados. Los que se dedicaron a comprar leche y otros productos a precios elevados, para hacer negocios, dijo.
Entonces, lo anterior quiere decir que designó en Segalmex a un hombre que goza de prestigio de muy inteligente. Pero en la realidad que pinta su amigo, es un retrasado mental, que no pudo advertir la clase de tipos que había llamado a ayudarle. Pero sí. Es un bueno. extraordinariamente bueno, pero superior con mucho a los priistas de malas mañas. ¿Se acuerdan de Conasupo?
Y es agradecido. Ignacio Ovalle es uno de los primeros que le dio trabajo cuando era director del Instituto Nacional Indigenista. El poeta Carlos Pellicer lo recomendó en 1977, cuando tenía apenas 23 años de edad, con el entonces gobernador, Leandro Rovirosa y este a su vez lo reviró a la Ciudad de México, en donde despachaba el paisano cuyo nombre brilla mucho hoy día.
Casualmente encontré a un amigo querido que se desempeñó como comprador en Segalmex, a quien intentaron sobornar repetidas veces y a quien le pidieron firmar documentos muy comprometedores y cuyo nombre conservó absolutamente limpio. Me dijo así: “era una verdadera fiesta de corrupción solapada por el ínclito y bueno de Ovalle, en el que se involucraban funcionarios como si supieran que jamás pasaría nada malo contra de ellos. Ante lo que se avecinaba, renunció a su cargo. Preferible.
¿Y por qué, el Presidente es proclive a deslindar de sus responsabilidades a sus amigos, cuando es exageradamente evidente que están comprometidos con los señalamientos en su contra? Pareciera que él mismo está metido en los asuntos de corrupción que se les descubren y esto lo obliga a decir que confía en ellos, a manera de despresurizarlos.
ariosruiz@gmail.com
Una entrega de Latitud Megalópolis para Índice Político