Meditaciones
Carlos Ferreyra
No se me ocurre mejor parangón al pensar: en un viejo, como los muebles en desuso, se colocan en un rincón. No estorban, no molestan, pero no tienen un uso constante.
Si, se les pasa ocasionalmente la mano, de vez en cuando un plumero y se recuerdan los gratos momentos que el mueble, el viejo, pasó con los moradores de esa casa.
El viejo, el mueble, debe arrinconarse por propia voluntad. En su rincón, mirar cómo transcurre la vida, ver con cierta nostalgia a los jóvenes moradores, escucharlos con sus alegrías y sufrir el dolor de no poder aliviar sus penas.
El viejo, el mueble debe ser feliz, encontrar satisfacción en el recuento de vida, revivir las alegrías y gozar las nuevas causas festivas
El viejo, el mueble, guardan secretos. Por ellos pasaron los escritos del nacimiento de los hijos, sus triunfos y fracasos escolares, así, hasta el momento en que deciden formar su familia.
El viejo, el mueble, tienen la certeza de que los tiempos nuevos alejan los más sentidos cariños. Es la ley de la actual existencia.
El viejo, el mueble, se regocijan en el amor de los hijos y en la esperanza de conocer otra generación más, otros vástagos del hermoso árbol que plantó con su pareja.
El viejo, el mueble, observan con las entrañas, el pensamiento, cuando la compañera de toda una vida parte. Y espera que el viejo, el mueble, también emprendan esa marcha.
No hay pena por eso, el viejo, el mueble, espera con alegría ese instante en que unirá sus cenizas a las de quien significó todo en su existencia.
El viejo, el mueble, agradecidos reciben el cariño, los cuidados de los hijos y el amor de los nietos cuando sus tareas se los permiten.
El viejo, el mueble, saben que tuvieron una vida plena, extrañamente siempre en medio de la felicidad total.
El viejo, el mueble, esperan lo que sigue, pero con el pensamiento en Male por toda la eternidad…