CUENTO
En el mundo de los humanos ¡siempre han de existir clases y distinciones sociales! Y, en el mundo de las frutas no podía haber una excepción. Para ejemplificar un caso, está la triste situación de aquel Melón, que sabiendo que solamente podía enamorarse de una Melona, su corazón, sin hacerle caso, se había ido a postrar directamente sobre aquella hermosa Sandía.
Y desde ese instante, en el que no habiendo podido confesarle su amor a ella, retrocediendo temerosamente, se había alejado para siempre. Girando sobre su propio cuerpo, Melón había huido así de ella, de la sandía por la que su alma, su corazón y su ser tanto suspiraban. Ella era –en opinión de su amigo- un amor imposible.
“¡Date cuenta, Melón!”, su amigo le había dicho un día. “Un melón solamente puede enamorarse de otra melona…” Y él, que había escuchado todo esto con total decepción, no pudo intuir que estos comentarios lo acobardarían en el momento decisivo…
Los años pasaron y… Un día, mientras Melón veía la tele con total apatía, de repente escuchó a la voz de aquel programa decir: “Hoy, en el mundo de los humanos, ¡se ha dado un hecho histórico! Un acto que en otros tiempos se habría pensado imposible, el día de hoy ¡ha sucedido! Un hombre de raza negra se ha casado con una mujer de raza blanca…”
Poniendo los ojos como platos, Melón se levantó de su lugar, y entonces se acercó al televisor para poder así mirar con más detalle la foto en la que aparecían la pareja de casados. Parados bajo la Torre Eiffel, ella y él sonreían, completamente felices y dichosos por la unión de sus vidas.
“¡¿Por qué?!”, se recriminó Melón al apagar su televisor. “¡Por qué en mi mundo no pudo ser así en su momento!” Los tiempos habían cambiado mucho en el mundo de los humanos. Las cosas que antes se habían creído imposible que sucedieran, ¡ahora sucedían! Los hombres se casaban con otros hombres, las mujeres, ¡igual! Blancos con negras, negras con blancos, morados con verdes, etcétera. Por lo visto, solamente faltaba que los niños se casaran entre sí, y los animales también; ¡¿pero y las frutas?!
“Y las frutas ¡¿cuándo?!”, se preguntó dolido Melón. Con su cuerpo puesto ya dentro de lo que era su cama: un huacal, ahora él se hacía un montón de preguntas. Ya era más de la media noche, y Melón solamente no podía dejar de pensar en su amada sandía.
“¿Te habrás casado ya?”, preguntó Melón a la oscuridad. Acostado boca arriba, intentaba verla, ¡tan sólo una vez más!, como aquel día en el que él, estando a solamente unos escasos dieciséis metros de ella; sin dejar de contemplarla con arrobamiento, de repente, en un último instante se había dado la vuelta para así entonces salir huyendo hacia un destino lleno de desdicha. ¿Y todo por qué? Todo porque el temor había terminado por ganarle a su débil optimismo. Melón no había podido acercarse hasta ella para confesarle su amor.
“¡Todavía te sigo amando, Beverly!”, musitó Melón. Y entonces cerró sus ojos para así intentar dormir… ¡Una noche más sin el gran amor de su vida!
FIN.
Anthony Smart
Noviembre/27/2019