RELATO
8:42 p.m. …Esta había sido la cuarta visita de trabajo que Lone-Boy había hecho para “su padre”, aquel hombre canadiense, que ahora ya llevaba 7 años viviendo en aquel puerto, llamado: “Progreso”.
Ese día, como cada miércoles, a Lone-Boy le había tocado limpiar la casa que su padre le rentaba a otro señor canadiense.
Como desde la primera vez que él había viajado hasta ese lugar, su padre también lo fue a buscar hasta la terminal de camiones. Pero Lone-Boy, ahora, ya no exageraba este acto, como seguramente sí lo habría hecho, de manera estúpida y excesiva, en otros tiempos en los que había estado solo, ¡muy solo!, pero también lleno de muchísimo dolor.
Ahora, el que “su padre” lo fuese a recoger hasta el centro de aquel puerto, para él venía resultando el acto más natural de todo padre, que en verdad ama y está pendiente de su hijo.
A decir verdad, todo esto era algo que al joven le gusta muchísimo fantasear en su mente: “Mi padre viene por mí, y luego él y yo nos vamos en su moto hasta su casa…”
Del centro hasta donde el hombre vivía, había una distancia de cuatro kilómetros; cuatro kilómetros que Lone-Boy siempre recorría muy gustoso junto a su padre.
Como un niño grandote, Lone-Boy, gustosamente caminaba fuera de la terminal de camiones. Como un niño grandote, entonces se iba hasta aquel puesto, donde hacía fila para así poder comprar sus dos sándwiches de jamón y queso, con pan integral.
Después, también como un niño grandote, abría su mochila y guardaba dentro los sándwiches. Lone-Boy prefería comprar él mismo su desayuno, y no esperar a que su padre le ofreciese hacerle una torta. Este acto de comprar su propio desayuno, para él, representaba ser “un acto de persona independiente”, lo cual, solamente él lo sabía, lo llenaba de mucho orgullo.
Más tarde, con su refresco de coca ya también guardado en su mochila, salía de la tienda y, ¡y entonces al fin iba a encontrarse con su padre!, quien, como siempre, lo esperaba en la orilla de aquella calle.
En la antepenúltima visita, Lone-Boy llevaba el pelo, no corto, pero tampoco largo. Pero luego, al pensar que tenerlo muy corto lo haría sentirse más cómodo, una tarde fue e hizo que se lo cortaran.
Ese día, apenas llegar a su casa, se metió a darse un baño… Al terminar, cuando se miró al espejo, le gustó mucho ver que aquel corte le sentaba de maravilla. A decir verdad, lo hacía lucir guapísimo.
Era como si de repente, después de toda una vida de sufrimiento, su universo entero al fin comenzase a concederle un poquito de paz, tranquilidad y tregua.
“Ya no quiero sentir más dolor…”
Lone-Boy, que tanto tiempo había sido humillado en toda su vida escolar y no escolar, ahora ya no supo cómo aceptar la buena racha de vientos, que hermosamente comenzaban a soplar en dirección hacia su existir actual.
En su interior, sentía no merecerlo. Tanto se había acostumbrado a las vejaciones y comentarios hirientes hacia su aspecto, que, ahora, cuando pensó que se veía “guapo”, se sintió, no solamente muy estúpido, sino que además muy ingenuo.
En su interior, Lone-Boy quería ser guapo, ¡pero no para sí mismo, sino para su nuevo padre! Quería que éste lo amase y lo admirase, pero no solamente por su buen aspecto, sino que también por su alto desempeño como trabajador…
Luego de pasados cuatro días, desde que se había cortado el pelo y tomado fotos, de las cuales una había puesto en su perfil de WhatsApp, llegó el día, que era miércoles, en el que Lone-Boy tuvo que viajar hasta “Progreso”, para así limpiarle la casa a su padre.
La noche anterior, le había escrito a su padre un mensaje, diciéndole: “Te escribo mañana, apenas y ya esté dentro del camión de “AutoProgreso”. Su padre, al que le gustaba hablar y escribir español, como si fuese un nativo de aquel lugar, le había respondido: “Ta bueno”, seguido de unos emojis de “Abrazos, besos y la cara de un osito”.
Ese día, Lone-Boy, seguía sintiéndose un poco desconcertado. Por un lado, ya no podía entender nada de lo que veía en esa ciudad, que a él tanto le gustaba llamar como “La Sucia Mérida”. Porque, a decir verdad, esa ciudad, ¡nunca le había gustado por sus diferencias y contrastes de unas gentes y otras…!
Lone-Boy siempre había sufrido por todo y por todos. Siempre había sufrido, sobre todo, por las gentes, que, según él, eran personas “pobres de dinero”. Pero ahora, para colmo, también parecía comenzar a sufrir por todos aquellos imbéciles, hombres y mujeres, que, a su paso, desde la ventanilla del autobús, iba viendo cruzar dentro de sus coches asquerosamente lujosos.
“¿Sabrán acaso LO QUE ES LA VERDADERA VIDA Y EL LUJO?”, burlonamente se preguntó para sí mismo Lone-Boy, cuando recordó que él sí lo sabía.
Gracias a aquel hombre, para el cual apenas y llevaba ya trabajando menos de un mes, Lone-Boy, a pesar de su pasado tan doloroso, al fin había podido saber la respuesta a dicha pregunta. Y, esto mismo, lo hacía sentir “poderosísimo”. Esto mismo, no dejaba de hacerlo sentir, todo el tiempo, como si fuese un ser, un ente, de un planeta que no era éste.
Ese día, como si de la cereza de un pastel se tratase, Lone-Boy se sintió infinitamente feliz, cuando, apenas llegar junto a la moto de su padre, éste, alargando el brazo le quitó su gorra para así poder ver SU NUEVO CORTE DE PELO.
“¡Lo ha hecho! ¡LO HA HECHO!”, pensó con infinita dicha y alegría Lone-Boy. “¡Me ha quitado la gorra PARA ADMIRAR MI NUEVO CORTE DE PELO…!”
Y, unca vez más, UNA DE SUS TANTAS FANTASÍAS DE TODA UNA VIDA, AL FIN SE HABÍA HECHO REALIDAD: “QUERER QUE SU PADRE “IMAGINARIO” HICIESE EXACTAMENTE LO QUE ESTE HOMBRE ACABABA DE HACER”.
Así como él lo había hecho, igualito así Lone-Boy lo había soñado, deseado y fantaseado UNO Y UN MILLÓN DE MILLONES DE VECES… “Lone-Boy, hijo; ¡deja que tu padre mire tu nuevo corte de pelo…!”
Segundos después, sentado detrás de aquella moto roja, Lone-Boy se sujetó a su padre, ¡abrazándolo por su cintura con todas sus fuerzas…!
Y así, como todas las veces anteriores, PADRE E HIJO se fueron andando en aquella moto, con el viento y la brisa del mar acariciándoles cada poro de sus cuerpos.
Anthony Smart
Agosto/08/2023
9:51 p.m. Saturday