Héctor Calderón Hallal
Este viejo adagio ranchero mexicano ilustra la forma tramposa en que políticos de la izquierda grandilocuente mexicana, se “han colgado” materialmente de frases, conceptos y construcciones lingüísticas, para recetarnos verdaderos embustes, que prevalecen hasta hoy y que datan desde los tiempos de la independencia y sus embrionarios debates sobre el entonces incipiente estado moderno: liberalismo, conservadurismo, federalismo, centralismo, soberanía, autonomía, son algunos de los conceptos más socorridos… y prostituidos.
Empecemos por estos dos, centralismo y federalismo: ¿Qué implica cada concepto?
Centralismo es el régimen político-administrativo que concentra un poder superior y absoluto en una sola instancia central, sin competencia o por encima de, poderes periféricos o regionales.
Federalismo, es un régimen político-administrativo con estados federados o gobernados entre sí, para todos.
Debates asentados en la discusión tendiente a promulgar la Constitución de Cádiz de 1812, primer ordenamiento digamos “real”, de la irrumpiente nación mexicana, refieren que el centralismo ha estado en México desde su origen formal como país. Debates por cierto, que estuvieron marcados -en esencia- por el gran pleito filosófico entre los dos grandes ritos del pensamiento liberal universal de la época: yorkinos y escoceses.
Se impusieron los yorkinos y el llamado orden nacional debió afianzarse a base de golpes espectaculares a los recién instaurados derechos ciudadanos (por la influencia de la reciente Revolución Francesa) y a los entonces jóvenes ayuntamientos creados por la Constitución de Cádiz. Ese ambiente alentó un sistema “centralista” en la novel nación mexicana, que nunca hemos abandonado en realidad, salvo intermitencias durante la segunda mitad del siglo 19 y al inicio del 20.
Pero además, la explicación sobre el predominio del sistema centralista sobre el federalista, estriba en que este último ha resultado una verdadera utopía en los países latinoamericanos, acaso por las idiosincrasias de cada nación o por la perpetua amenaza de dominio de las grandes potencias. En el caso de México, el constante asedio ya no solo de la metrópoli peninsular, que nunca abandonó en el siglo 19 la idea de retomar el dominio colonial y por otra parte, la más nociva: la constante amenaza de guerra, invasión y despojo de parte de los Estados Unidos de América.
El Federalismo tiene más que ver con el auspicio al valor individual de los ciudadanos; a las nuevas formas de organización política comunitaria; el municipio es un concepto de clara filosofía federalista.
Curiosamente, algunas de las escasas expresiones de federalismo fueron impulsadas por el General Porfirio Díaz, tan larga e injustamente vilipendidado por la “historia oficial” y por el actual Presidente de México, en sus “Audiencias de Corte Palaciegas” de cada mañana, desde donde este ‘cuasi-monarca’ oye y atiende al pueblo ‘generosamente’, gobierna y dicta la agenda mediática del día… a propósito de las ‘Cortes de Cádiz’.
Pero volviendo al siglo 19, el Presidente Díaz le dio fuerza a los gobiernos locales -cacicazgos señalarán algunos detractores- forjando economías a escala vigorosas en algunas entidades, del norte básicamente; desarrollando incluso el mercado interno en estas y hasta fundando sistemas bancarios y financieros de alcance y beneficio regional. Hubo bancos centrales y casas de moneda que acuñaron dinero en algunos casos.
En síntesis, en la historia de México hay atisbos de federalismo, que no ha podido consolidarse porque es una forma administrativa diseñada para países con sistemas económicos estables y con altos estándares cívicos y culturales en su población.
En un país como el nuestro, donde no hemos podido siquiera lograr que los municipios recauden eficientemente ni el Impuesto Predial, que es la única obligación trasladada a estos entes administrativos, para que puedan sobrevivir, no puede florecer el federalismo; somos ineficientes por antonomasia.
Incluso donde la interpretación constitucional ha sido errónea, no puede prosperar un auténtico federalismo.
Los mexicanos, de forma inconsciente –o las autoridades dolosamente- al interpretar la ley, dan vida a conceptos como ‘el Gobierno’, que es algo impersonal, aduciendo que tiene atributos por ejemplo como de ‘Soberanía” –en el caso de los estados-, cuando en realidad la soberanía es un atributo personalísimo de los individuos y no de los gobiernos; menos de los gobiernos de las entidades federativas, que nunca lo han sido, ni son, ni lo serán.
Así entonces, soberanos son los ciudadanos, para votar, para incidir en las políticas públicas y hasta para remover a las autoridades. Ese es el sentido del concepto soberanía en la ley suprema, hablando del orden jurídico nacional.
Soberanía es un gobierno propio de un pueblo o nación en oposición al gobierno impuesto por otro pueblo o nación. Esto –por supuesto- que no encuadra en la perspectiva de cada una de las entidades, creadas e inspiradas en el “unitarismo” de un sistema de República “Federal”, como lo marca la propia Constitución en su artículo 40; cuya filosofía se reduce a una mera aspiración, a una bella utopía; ninguna entidad mexicana posee formal ni legalmente gobierno en oposición al gobierno emanado de la federación. Así que cada entidad federativa será en la práctica, si acaso “autónoma”, aunque no lo marque la Carta Magna y eso, también es algo muy discutible.
Se vive permanentemente en el error, así sea semántica o políticamente; los mexicanos “nos hacemos tontos”, “fingimos demencia” y permitimos que todo el espectro de políticos nos hable con “imprecisiones” o mentiras.
Todos los rectores de antaño de universidades públicas (estatales), que antes fueron jóvenes actores de aquella izquierda ‘clandestina’ de este país, por ejemplo, que hoy intentan migrar de la vida política y sindical universitaria a los cargos del poder formal en México, (Senadores, Gobernadores), gracias a las bondades del sistema partidocrático actual en México, han defendido con rabia en sus discursos de izquierda recalcitrante, la “autonomía” de la “Universidad Autónoma de…. San Juan de los Pericos”, o de la que Usted, amable lector, diga…. La Nacional (UNAM), incluso.
Pero pues ¿Cuándo han sido autónomas, por favor?
En realidad no lo son, ni por asomo.
Autonomía es, para una entidad, un ente o territorio dependiente de un Estado que tiene cierto grado de maniobra independiente en cuanto a su gobierno y a sus leyes; gozando de cierta división parcial, reconocida por la autoridad externa de la que depende.
El Federalismo como sistema político, promueve la separación de poderes entre un gobierno central y los estados que estén asociados a este. Esa es una forma de autonomía, que tiene un rango territorial específico y se representa en la extensión de poderes públicos que pueden manejar… pero en el caso de México, las entidades nunca han sido suficientemente autónomas ni para diseñar, planear o ejercer su propio presupuesto financiero anual; menos para sus políticas neurálgicas de gobierno: en educación, seguridad, salud, etcétera.
Incluso, cada asignación presupuestal proveniente de la Federación ya va etiquetada.
En un análisis crudo, sobrio, los gobiernos de los estados nunca han sido tratados en el marco de un auténtico federalismo, por ningún presidente en la historia, ni siquiera (y mucho menos)… por este que está actualmente en el poder.
López Obrador, que se dice de izquierda radical, fustiga diariamente a los “conservadores”, dando por sentado que al señalarlos, él no lo es. Menuda trampa.
Este presidente que tenemos, muestra rasgos alarmantes de “conservadurismo” en el fondo de sus acciones; se coincide con Roger Bartra; AMLO es un derechista (conservador) de “manual”. No obstante su permanente descrédito hacia los “conservadores”.
Sus actos de gobierno son aterradoramente “centralistas”… y ser centralista es un rasgo plenamente conservador. Así como el Ejército y la Iglesia Católica de tiempos de Agustín de Iturbide y de Guadalupe Victoria, apoyaron fervientemente el centralismo, como dos entes conservadoras que históricamente han sido.
Como en las siete décadas del predominio del PRI, con los “generalazos” primero y luego con “licenciados cachorros de la revolución” y luego con los “economistas neoliberales nietos e hijos de los anteriores”, como nunca, el gobierno de López Obrador ha arrinconado y ninguneado en lo político y lo fiscal a los gobernadores de los estados.
Como también en los peores tiempos de control territorial férreo de Porfirio Díaz, de Antonio López de Santa Anna y de Benito Juárez, que ejerció en sus diferentes períodos que gobernó –reelecto- un implacable control desde el gobierno centralista que encabezó. Era finalmente, el signo de los tiempos y era una forma necesaria de consolidar a un país diverso, inhóspito e incomunicado.
Hoy día, diez (10) gobernadores que encabezan eso que se llama la “Alianza Federalista”, han cimbrado a la nación y al orden jurídico nacional, amenazando con salirse del llamado “pacto federal”, que surte efectos de carácter fiscal estrictamente.
La última rebelión que han desatado estos diez mandatarios “rebeldes”, se debe a que la mayoría morenista en el Congreso, falló a la hora de procesar un recorte por más de 108 mil millones de pesos para el presupuesto del año próximo –por instrucción presidencial muy seguramente-, dinero que eventualmente correspondía a las entidades federativas y a los municipios.
Los gobiernos locales no están dispuestos a asumir la afectación que implicaría quedarse sin tales recursos, por ejemplo, para los proyectos de desarrollo metropolitano, la capacitación de la policía o la compra de equipo de seguridad.
Esos 10 gobernadores de la Alianza Federalista exigen al presidente una reunión porque saben que nadie más dentro del Estado mexicano tiene potestad para resolver su demanda y en el Congreso no cuentan con la mayoría necesaria.
En este país no podremos construir un federalismo vigoroso, mientras exista una clase política que nos confunda con mentiras y eufemismos.
Mientras sin ser aun autoridades, como candidatos, se apropien de una verdad que les es ajena y construyan narrativas que no han vivido, desconocen y que nunca cumplirán, tratándose de las promesas y compromisos que hacen con la población.
Nos vienen a hablar –sean candidatos o como autoridades consolidadas- de liberales y conservadores, cuando jamás han reparado en entender que cualquier concepto en política, más allá de su valoración ética o moral, es ante todo relativo, circunstancial… responde sólo al valor de la realidad o de la funcionalidad (pragmatismo).
La política es la disciplina que estudia los caminos para construir la paz y el progreso, sin llegar a la conflagración ni al caos. Para estudiar estos últimos existe otra instancia, institucionalizada desde hace siglos: la guerra.
Así que, políticos y candidatos; miembros de la clase política en general: no nos quieran sacudir la conciencia con conceptos que no les pertenecen y ni siquiera los inventaron tampoco ustedes. Ni liberalismo ni conservadurismo han sido inventados por la ocurrencia hedonista del ser humano. Asi los tasó el estudio de la historia, mucho tiempo después de que algún hombre o colectivo los padeciera en carne propia.
Ni el centralismo, ni el federalismo; ni la soberanía ni la autonomía, son formas de convivencia adoptadas por gusto ni por elección racional la mayoría de las veces; la historia nos explica que son procesos complejos, que la humanidad ha conocido y ha construido, por una influencia multifactorial y a lo largo de muchas décadas o siglos, quizá.
Ni el presidente conoce, en su mínima superficialidad, el liberalismo o su antagónico, el conservadurismo, como lo entendieron Rousseau o Voltaire.
Ni es una buena idea tampoco, hablar de autonomía o soberanía, a la hora en que muchos padres de familia mexicanos sufren por resolver problemas más profanos como la salud de algún familiar, el ingreso familiar, el desempleo o el cómo solventar la manutención más elemental. Cuando implora a un ser superior, que llegue pronto la vacuna contra la pandemia.
Construir la paz y el progreso, Señor Presidente, implica no confrontar… no polarizar al pueblo que gobierna.
No sea como el resto de la clase política tradicional, a la que dice ‘no pertenecer’. Para decirlo en términos beisboleros: “¡No quiera ‘robarse el home-plate!’… O como se dice en el rancho:
“¡No quiera robarle los huevos al águila en su propio nido!”.
El pueblo sabiamente distingue cuando un político quiere confundirlo y engañarlo: Paradójicamente, son los políticos los que sí llegan a convertirse en autoridad y el pueblo se queda siempre como pueblo, obedeciendo; pero eso no implica que no sepa distinguir.
Al final, en este país de injusticias, casi siempre: “¡Unos corretean la liebre… y otros sin correr la alcanzan!”.
Autor: Héctor Calderón Hallal
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