De memoria
Carlos Ferreyra
Salí de Morelia a los 14 años en 1952. El recuerdo del terruño provocaba una nostalgia dolorosa, que me obligaba a visitarlo en tanto tenía tres o cuatro días de descanso.
Salía del Distrito Federal en un autobús de segunda que llevaba como lema, “primero muertos que tarde”.
No existían autopistas por lo que había que transitar por fuerza la zona de mil cumbres donde se registran alrededor de 600 curvas, en un tramo relativamente corto.
Los autobuses salían de su terminal repletos con todos sus asientos ocupados y un par de decenas que teníamos que hacer el recorrido totalmente de pie.
Era un tormento chino donde al cansancio natural, se sumaban los aromas varios decenas quien expedía aires o simplemente se vomitaba.
Pero aguantaba, el deseo de pasar algunos días en mi pueblo querido, eran demasiados intensos.
En uno de esos viajes, que se iniciaba a las 7 de la tarde y terminaba en Morelia a las 7 de la mañana, llegué a la casa del tío Leopoldo quien, con enorme sonrisa, blandía un periódico para mostrarme unas fotografías a la vez que me decía que le avisara a mi padre porque toda nuestra familia había sido encarcelada.
Brevemente me enteré que en el poblado vecino de la quemada donde la matriarca era la hermana de mi abuela paterna, habían matado bajo una montaña de piedras a un chamaco.
En el poblado todos eran familia paterna y el comisario ejidal era un primo de nombre Raúl García, quien en festejo familiar fue atacado con una oz por un tal Laureano, miembro de la única familia ajena a la nuestra.
Laureano recibió ocho tiros a los que sobrevivió sin problema, Raúl fue a la cárcel de la que también salió sin problema.
Pasó mucho tiempo y cuando Raúl a caballo pastoreaba a sus vacas, de atrás de una cerca de piedra empezaron a tirotearlo. Le metieron tres balazos en una pierna pero escudado en el caballo que logró acostar empezó a responder a sus agresores.
Los adultos andaban en las diversas labores del ejido pero alguien avisó a la tía abuela que a gritos convocó a mujeres y niños que bajaron corriendo hasta el lugar de la balacera.
Sin más armas que las piedras que podían tomar del suelo, comenzaron a responder y mientras Laureano huía del lugar su sobrino muy joven caía lapidado bajo una montaña de rocas de todos tamaños.
Llegó la policía de Morelia y levantó a niños y adultos, se los llevaron al penal de Santiaguito a la salida a México.
Mi padre estaba trabajando en la carretera a Tabasco pero logré localizarlo explicarle el problema y su única advertencia fue, que no dejara acercarse al primo Abel, porque era un abogado sin vergüenza y lo primero que haría, como fue , exigirle a Raúl que vendiera sus animalitos .
Un abogado, amigo de mi padre, se hizo cargo del asunto. Y entre viajes al hospital para ver cómo iba Raúl de salud y caminatas hasta la penitenciaria se me pasaron esas vacaciones.
El abogado presentó a uno de los jóvenes participantes para que se echara la culpa de la muerte del sobrino de Laureano, con lo que el resto de la familia salió libre y el supuesto autor de la piedriza, salió al poco tiempo por el argumento a su favor de la agresión contra su tío Raúl.
Fueron dos semanas que me pasé brincando de un lugar a otro llevando recados y manteniendo al corriente a mi padre de cómo iba el asunto.
El tío Leopoldo que veía venir la solución sin mayor pena, se divertía principalmente por que en esas vacaciones inolvidables no vi a ningún amigo, no visité a ningún otro familiar pero creo que cumplí con creces como quería mi padre que lo hiciera.
Michoacán siempre igual con historias iguales para platicar a diario.