Luis Farías Mackey
La complejidad del mundo rebasó las capacidades de un Estado-Nación diseñado después de la Segunda Guerra Mundial, más como equilibrio que como capacidad, y la solución fue castrar al poder, debilitar al Estado, satanizar lo político, desinstrumentalizar al gobierno.
En lugar de fortalecer la organización y sistemacidad política, llámese como se llame y a su sujeto, llamado hasta hoy ciudadano, se les vacío e imposibilitó. Nadie quiso resolver la complejidad naciente, todos buscaron simplificar culpando al Estado, a la política, a las representaciones y, finalmente, a la democracia, que pasaron a diseñar a su medida y de su propiedad. Toda una pléyade de próceres brilló de alimentar grandes hogueras donde indiscriminadamente ardió todo lo que los acreditara como profetas y sumos sacerdotes del nuevo México, sin distinguir entre verdad y patraña, lo importante era venderse como salvadores.
Entre los salvadores y chantajistas de siempre, al menos desde el 68, se coló la locura.
Hoy tenemos una política más desacreditada que el crimen organizado, aunque sea ya imposible diferenciarlos; un Estado espectáculo y estéril; unos payasos en el papel de histriones políticos; una gran industria de botox y de la propaganda, el desmantelamiento de todo sistema social y político, y una sociedad abismada contra sí misma sin saber por qué pero dispuesta a desaparecer.
Matamos al ciudadano de la Polis, para primar al consumidor del mercado; el primero es un imbécil, el segundo un sabio. Los dos son el mismo sujeto y juguete de los poderes en juego.
“La intelectualidad” dejó de ser la conciencia de la sociedad, para jugar el papel de amancebada agorera, que mientras más nos denostaba, más se hacia necesaria y más la aplaudíamos: algo así como “La profesía sin adjetivos”.
Diseñamos, así, una democracia de ciudadanos apolíticos, apartidistas, arcángeles, distantes, distraídos, irresponsables; ajenos a las inmundicias y refractarios a las pestilencias políticas. Una democracia reivindicativa que, por sí sola, y sin dolor, nos resolviese todos nuestros problemas, taras y pecados para siempre.
Pero la democracia jamás es prístina ni perfumada, sabe a locura, es complejidad, contradicción, otredad, confusión. Es siempre un equilibrio inestable y explosivo. Deja de serlo cuando por sobre todos, uno solo impera, pero no es la paz de la concordia, es el silencio del miedo.
Ha llegado el tiempo de aceptar que nuestras categorías, sistemas, normas, procedimientos y organizaciones para procesar esto que llamamos México y que somos nosotros, no funciona desde hace mucho. Tan no funciona que una horda de noroñas nos gobierna.
Tenemos que reconfigurar nuestras interrelaciones, no cercenarlas. Ningún diseño de organización será funcional si excluimos a alguien de la ecuación. Incluso a Noroña.
No requerimos una reforma electoral.
Urgimos respeto, diálogo y reencuentro en México entre todos nosotros.
Pero “Vamos bien y vamos a ir mejor”.
¿Vamos?