CUENTO
“¡Vengan! ¡Vengan todos!”, se puso a gritar el hombre, aquella mañana. “¡Aquí traigo tortas suficientes para todos!”
Ese día, que estaba nublado, y hacía frio, decidió ir a visitar un sitio, que siempre había sido el hogar de algunos indigentes.
El hombre, parado detrás de la pequeña mesa de plástico, que había traído para asentar su caja de tortas, una y otra vez invitó a los indigentes para que se le acercaran. Pero los indigentes, esparcidos por diferentes puntos, solamente permanecieron quietos en sus lugares. Por lo visto, ninguno de ellos podía creer que alguien les haya traído comida; y mucho menos en Navidad.
Así que, pasado un rato, él, para tratar de convencerlos, se puso a decir: “¡Son gratis! ¡Y están riquísimas! Las hice con una carne muy especial… Acérquense sin temor…” Pero los indigentes, tampoco esta vez le hicieron caso.
Ese día, el hombre, que andaba de un ánimo muy alegre, al ver que todos esos seres seguían sin acercársele, en lo absoluto los llamó “perdedores”, sino que, más bien, sintió verdadera compasión por todos ellos.
Por eso es que, pasado otro rato, para terminar de animarlos, a él se le ocurrió una gran idea: ponerse a cantar un villancico; a pesar de tener pésima voz.
“…Por eso y muchas cosas más, VEN A MI CASA ESTA NAVIDAD…”
Los indigentes, al irlo escuchando, de poco a poco, al fin comenzaron a acercársele. El hombre, sin dejar de cantar su villancico, como Jesucristo cuando multiplicó los pescados, una y otra vez depositó una de sus tortas en cada mano.
“¡Tengan! ¡COMAN TODOS!”, los animó: ¡FELIZ NAVIDAD!”…
Y así es como, después de media hora, la caja…, al fin se había vaciado.
Era Navidad, y el hombre se sentía más que alegre por el acto tan bondadoso que acababa de hacer. Alimentar un poco a todos esos indigentes, en verdad que había llenado su corazón de gozo puro.
Pero, aparte de su reciente acto de caridad, él, también sentía un regocijo extra por haber hecho las paces con su antiguo enemigo.
“VEN A MI CASA ESTA NAVIDAD…”, le había escrito en una postal. “Quisiera verte, hablar contigo y reconciliarnos…”
Su enemigo, que vivía en la misma ciudad que él, al leer la tarjeta, que había encontrado debajo de su puerta, solamente creyó que eso era una broma. Pero, luego, al ver que más abajo de la postal iba escrito una dirección y un número de teléfono, al fin quedó convencido de que no era así.
Sentado en la sala de su casa, el hombre que había recibido el mensaje, poco a poco se puso a recordar todo lo que había sucedido entre los dos, y la razón por la cual se habían enemistado.
Ambos habían sido compañeros de trabajo, en una tienda de muebles y electrodomésticos. Pero, el autor del mensaje en la postal, siempre había sido mejor vendedor que su amigo, ya que, no solamente era más alto, sino que también más atractivo, razón por la cual, las personas que acudían a dicha tienda, siempre terminaban pidiendo ser atendidas por él.
Su amigo y compañero, en secreto, de un día para otro, sin darse cuenta realmente, porque el odio siempre ciega los sentidos, había comenzado a tenerle envidia y celos.
Por eso es que, apenas y se enteró por boca propia de su amigo de que estaba deprimido, porque su novia lo había dejado por otro, en secreto se alegró mucho de su desdicha.
El hombre, de tan mal que se sentía, faltó a su trabajo mas de dos semanas. Durante todo este tiempo, pensar en perder su puesto de trabajo, en lo absoluto le preocupó. Su vida, sin la mujer a la que él tanto había amado, simplemente pareció ya no tener ningún sentido.
“…Dile, por favor, cuando regrese, de que vine a verlo para hablar con él…”, pidió un cliente al amigo del deprimido, sin imaginar los sentimientos ocultos que éste tenia hacia su compañero… “¡Creo que eso no podrá ser posible, ya que se fue a vivir a otra parte!”, mintió el falso amigo. “Entonces… Sabiendo que usted era muy buen amigo suyo, ¿no le interesa el puesto?, quiso saber el cliente…
El tiempo pasó y… Un día, cuando el hombre que estaba deprimido por fin regresó a su trabajo, ya no encontró a su amigo. Éste se había ido a trabajar a otra parte, ocupando un puesto que estaba destinado a ser para él.
El hombre, cuando un mes después, al fin se enteró de todo, llenándose de ira y de rabia, se dijo así mismo: “JURO QUE HE DE ODIARTE HASTA QUE ME MUERA…”
Pero… Los años pasaron; unos dieciséis en total, y… Y AHORA ERA NAVIDAD. “TIEMPO DE PAZ, DE AMOR Y PERDÓN…”, pensó el hombre.
Por lo tanto; él, que por muchos años había guardado todo ese odio en su corazón, una noche, mientras permanecía despierto en su cama, meditando sobre este pasaje de su vida pasada, llegó a una conclusión: tenía y debía de buscar a su enemigo para hacer las paces con el.
“VEN A MI CASA ESTA NAVIDAD…”
Debían de ser como las seis de la tarde, cuando el hombre escuchó unos golpes sobre su puerta. Dejando de mover la salsa de tomate que estaba cocinando, se dio la vuelta para ir a echar un vistazo.
Apenas abrió su puesta, exclamó: “¡Oh, Ghost mio! ¡Pero mira quién ha venido!”
Su enemigo, y antiguo compañero de trabajo, viendo en su rostro genuina emoción, se cohibió un poco. Con sus hombros encogidos, caminó hasta donde le habían indicado: la cocina.
El anfitrión, luego de servirle una cerveza a su invitado, continuó cocinando su salsa de tomate, así como también un poco de pasta de espagueti. Pasados seis minutos, colocó dos platos grandes sobre la mesa, sobre los cuales sirvió la comida ya terminada.
Y así, al terminar de comer, y mientras seguían bebiendo, se lo pasaron platicando de todo un poco…, hasta que, de repente, llegaron a esa parte que los había separado.
“Espero que ya se haya olvidado lo que te hice”, dijo el invitado, que ahora tomaba una copa de vino tinto. El anfitrión, luego de darle un sorbo a su bebida, sonrió, y… Acercando un poco su rostro hacia su antiguo amigo, le respondió: “¡Por supuesto que sí!” “¿POR QUÉ CREES QUE TE MANDÉ LA POSTAL…?, preguntó. El otro, entonces, le dirigió una sonrisa de agradecimiento. Se sentía muy contento.
“ES NAVIDAD… TIEMPO DE PAZ, AMOR Y DE PERDÓN; ¿NO CREES?”, terminó diciendo el anfitrión, quien se había levantado para poner un poco de música en su teléfono.
El invitado, que ya se había comenzado a sentir un poco mareado, lentamente fue moviendo su cabeza hacia atrás para responderle a su antiguo amigo, cuando entonces, de manera súbita, comenzó a sentir que se asfixiaba.
Su antiguo amigo, y colega de trabajo, acababa de cortarle el cuello.
“¿De verdad creíste que se me había olvidado?”, preguntó minutos después, cuando el otro ya se había desangrado por completo sobre su asiento.
“… Por eso y muchas cosas más…, VEN A MI CASA ESTA NAVIDAD…”, cantó el hombre, una y otra vez, durante todo el tiempo que le llevó cortar en pedazos el cuerpo de su enemigo.
Y así, esa Nochebuena, se lo pasó cocinando toda la carne, con la que al siguiente día preparó, con mucho amor, ternura y cariño, todas esas tortas, para todos esos pobres indigentes…
FIN
Anthony Fleming Smart
Diciembre/11-20/2024
Wednesday-Friday