Gregorio Ortega Molina
* La patria está en una situación de perder-perder, pero se lesionará menos con la presidencia de Hillary Clinton que con la de Donald Trump. Los barones impulsores y protectores de la globalización tienen la palabra
En política no hay momentos ideales, se toma lo que se encuentra. Las situaciones que colocan a los países ante disyuntivas de perder-perder, son más frecuentes de lo que parece. Hoy EEUU y el mundo está ante una de ellas.
La globalización, para nuestro infortunio, por el momento y dada la ubicación geográfica de México, no es optativa, es una materia que se cursa como obligatoria. El contra veneno sólo puede surgir del nido de la serpiente, y en eso se ha convertido Donald Trump, porque aunque no quiera aceptarse, una buena parte de los estadounidenses ve con muy malos ojos la necesidad de recorrer el trayecto que falta para consolidar la globalización: la integración de México a su proyecto geoestratégico regional, al Comando Norte y al esfuerzo por la desaparición total de asimetrías.
México no es Puerto Rico. Demográficamente la diferencia es brutal, pero además las condiciones de la época en que se estableció la alianza de uno como Estado asociado y de otro como patrón, hoy son inexistentes. La economía mexicana -aunque no se sienta en los domicilios de aquí y a pesar de la voracidad de unos cuantos- es importante, pesa; el mercado de consumo interno favorece el crecimiento y desarrollo del sur de EEUU; la mano de obra legal e ilegal es imprescindible para el sostenimiento de su desarrollo; en cuanto a la seguridad pública de ambas naciones, qué mejor que las muertes por el control del narcotráfico se den en territorio mexicano, dicen allá.
A pesar de la advertencia que me hace Enrique Lazcano sobre una posible equivocación a mi análisis, insisto en creer que los intereses que mueven y motivan a los globalizadores se impondrán, y es posible, muy posible, que conviertan a Hillary Clinton en la primera mujer que dirija su destino e imponga su voluntad sobre el mundo, con más fuerza que la que la reina de Saba la impuso a Salomón.
Cierto es que en ninguno de los casos México queda bien parado, pero el escenario menos malo es una presidencia femenina en EEUU, porque esta nación está en un impasse en su proceso de globalización e integración, que únicamente podrá destrabarse cuando alguien con el suficiente poder comprenda que es urgente la reforma absoluta del modelo político, porque el presidencialismo no resiste ya ni el peso de una pluma, menos el de esas que son pagadas, en la creencia de que sus escritos contribuirán a solucionarles el problema.
La patria está en una situación de perder-perder, pero se lesionará menos con la presidencia de Hillary Clinton que con la de Donald Trump. Los barones impulsores y protectores de la globalización tienen la palabra.