por David Martín del Campo
La nueva estrella asoma deslumbrante más allá de Maravatío. Ya vienen los Reyes de Oriente, en sus trocas y suburbans, desde el Houston, Río Grande y acullá. Ha nacido El Salvador, escucharon en un sueño, y allá van para presentarle sus parabienes.
Ese nuevo lucero sí que es sospechoso. ¿No será un asteroide asomando para impactar el Planeta? ¿O un dron del gabacho ciscando a los connacionales? “De qué es una señal, no hay duda”, comentó en su momento Melchor, el de Galveston, yesero de profesión. “Vamos pues, y si no es nada nos devolvemos”, lo apoyó Gaspar desde Texarkana, donde se desempeñaba como jardinero. “Una centella como esa, nomás una vez cada mil años”, confirmó el primo Baltazar Reyes desde McAllen. Era el tercer primo.
Los tres Reyes quedaron de reunirse en Juárez, cada cual en su vehículo y de ahí bajar en caravana hasta donde el alumbrón destellaba. Así, para no perderse, grafitearon sus trocas con el epíteto familiar; Reyes, Reyes… y se iban comunicando por medio del celular.
–¿Ya vieron esas vacas jodidas?, deben estar agusanadas.
–¡Arrebásame, Gaspar! ¡Arrebasa que no hay fuckin shit delante!
–Ya me dio la hambre –intercedía Baltazar Reyes, tan antojadizo–. ¿Y si nos paramos en esa birriería?
El plan era pernoctar en Zacatecas, acompletar los tanques de gasolina, que eran de 15 galones, y comprar algunas baratijas en los puestos de El Laberinto.
Arrancaron temprano, repuestos, con más curiosidad que esperanza. “Esa fucking star, ¿no será puro mareo, primo?”, gritaba Gaspar Reyes al teléfono cuando debió disminuir la velocidad. Un retén de la policía aparecía ahí delante.
–Uy, vienen del gabacho… –comentó el gente Augusto, al pedir los papeles–. ¿Visitando a la family?
El permiso de circulación, el seguro del vehículo, ¿dónde van?, el certificado aduanal, ¿traen green card?
–Uh, no. Vienen incompletos –gruñó amenazante en la gente Adán–. Así no van a poder seguir; tendrán que dejar aquí sus unidades. Parking here.
–Pero, pero… la vez pasada no hubo problema –se defendió el jardinero Gaspar–. ¿Ahora porqué?
–Uh, ¿no se enteraron? –río burlón el otro policía–. Acá hubo elección, la judicial ahora es democrática, del voto del pueblo. Somos distintos, nueva ley.
–¿Y entonces? –Baltazar atisbaba hacia el sur; la estrella de esperanza.
Entonces hay que cumplir el trámite, disponer la norma “in situ”. Facilitar la cosa.
Los tres reyes, comprendieron el gesto, los agentes sobándose los bolsillos. Melchor, Gaspar y Baltazar se miraron contrariados. ¿Y entonces?
En eso asomó en el horizonte una polvareda. Varios vehículos aproximándose a toda velocidad… camionetas, vehículos pesados.
–¡Uuuta!, de nueva cuenta –gruño el gente Adán, dudando si desabrochar su pistolera.
–Son ellos meros –confirmó su compañero cruzándose de brazos.
Apenas a arribar, frenando a polvo y rechinidos, retumbó el grito de los que ya saltaban:
–¡Quietos todos! ¡Acá llegan las cuatro letras! –portando cada cual un fusil de asalto.
–¿Qué traen los paisanos? –preguntó al agente Adán el cabecilla de los bandidos.
–Sabe… –respondió el policía–. Apenas dialogábamos.
Los tres Reyes, obligados por la circunstancia, ingresaron a sus vehículos para mostrar las mercancías recién adquiridas.
–Oro –dijo Melchor, mostrando un santito de escayola pintado con esmalte.
–Mirra –adujo Gaspar al enseñar el envoltorio de tamarindo enchilado.
–Incienso –expresó Baltazar presentando la bolsita de copal.
Los asaltantes se miraron con gesto desengañado. “¿Tanto para esto?”.
–Creo que van al bochinche de Maravatío –másculló el jefe de policía.
–Al guateque de la famosa estrella, como tantos otros.
–¿Tú crees, Jicotillo? –rezongó el jefe de los bandidos–. Entonces sólo nos llevaremos las unidades. A ver… esas llaves.
Dos minutos después procedieron, y en el mismo momento los policías del retén también abandonaban.
Los tres Reyes quedaron como pasmados. ¿Y ahora? Más tarde, cuando el cierzo arreciaba, vieron aproximarse una peregrinación. Venían a pie, retornaba del Tepeyac, repetían letanías y plegarias. Todos eran campesinos. Algunos pastores, gente de bien.
A los despojados viajeros no les quedó más que sumarse a la triste procesión. Ya se vería. Esa noche, descansando en un cobertizo de Apaseo, dos peregrinos de nombres José y María se apartaron. Ella parió en secreto a una hermosa criatura, y los tres Reyes decidieron obsequiarle aquellas insustanciales mercancías.
Nunca llegarían a Maravatío. La magnífica estrella desapareció, así nomás, esa misma noche. Los tres Reyes debieron regresar sin los documentos robados. Como ilegales, otra vez.




