Javier Peñalosa Castro
Aún están en curso los recursos legales presentados por los representantes de Morena y de Acción Nacional para impugnar el resultado de las elecciones del 4 de junio en los estados de México y Coahuila. Y aun cuando se busca al menos dejar constancia del cúmulo de irregularidades que se cometieron a lo largo de ambos procesos, todo parece indicar que no habrá poder capaz de hacer entrar en razón a las instituciones que fungen como autoridad electoral.
La victoria pírrica y, peor aún, dudosa y presumiblemente ilegítima atribuida en estas dos entidades federativas al partido en el poder, por más que quiera ser vendida por algunos como la antesala de un triunfo para el PRI en los comicios presidenciales del próximo año, sólo refleja que, en sus estertores de muerte, el dinosaurio aún es capaz de soltar algunos terribles coletazos, y que dará la pelea hasta el último aliento.
Por lo pronto, las trapacerías que se cometieron para lograr esos puntitos porcentuales que, en el papel, dieron el triunfo al PRI a través de los votos que algunos despistados siguen desperdiciando en favor del Verde Ecologista, se mantienen en la sombra, y seguramente no se conocerán hasta que se llegue a emprender alguna acción legal en contra de los gobernantes que inyectaron dinero público a la campaña.
Pero independientemente de que se dé cuenta de la “operación” priista y del rebase del tope en los gastos de campaña, el resultado, lo sabemos bien, es que, por más que se demuestren las irregularidades, el resultado se mantendrá, y los dudosos candidatos asumirán el poder “haiga sido como haiga sido”, como bien aprendió de este corrupto andamiaje de la política mexicana el mínimo Felipe Calderón quien, al igual que su congénere, el lenguaraz Vicente Fox, buscan a toda costa atajar a López Obrador. Pero como chango viejo no aprende truco nuevo, creen que con seguir asociándolo con Hugo Chávez y Nicolás Maduro la gente volverá a asustarse con el petate del populismo, del cual Fox es, sin duda, un preclaro exponente.
A “toro pasado”, tal vez se persiga en un futuro a Eruviel Ávila o a Rubén Moreira, como aparentemente se hace con los Duarte —César, el de Chihuahua, y Javier, el de Veracruz—, que destinaron algunos cientos de los miles de millones que saquearon de las arcas de sus estados para financiar al PRI. Por lo pronto, ninguno de los dos ha declarado sobre estos desvíos y parece poco probable que lleguen a hacerlo, al menos hasta que el PRI vuelva a dejar el poder, idealmente en forma definitiva.
Tradicionalmente los priistas con poder han subsidiado a su partido con dinero público. Sin embargo, antes los fondos salían de las “comisiones” cobradas a los contratistas por la asignación de obra pública, que se reflejaban en costos inflados, pero que finalmente ahí quedaban y servían para que muchos años después se recordara a los gobernadores.
Las comisiones, aun en el caso del célebre “míster diez por ciento”, Raúl Salinas de Gortari, rondaban precisamente la décima parte del costo de la obra. Hoy el cinismo no tiene parangón, y el desvío de fondos se hace tomándolos directamente de las arcas, con sobreprecios de 30 y 40 por ciento en las licitaciones o simplemente a través de la simulación de que se prestan servicios inexistentes o de que se realizan adquisiciones de agua destilada para sustituir medicamentos para el combate del cáncer, el escamoteo de fondos para las universidades y otras lindezas, como ha quedado evidencia que lo hacía Javier Duarte.
Actualmente apenas empieza a verse la punta del iceberg de estas montañas de corrupción, y aunque cada día hay más exgobernadores sujetos a proceso, no parece que todos vayan a pagar con cárcel sus ilícitos ni existe garantía de que les será confiscado todo lo que robaron.
Mientras tanto, los paladines de la democracia del INE se desgarran las vestiduras porque no se les aplaude e insisten en decir que hoy los votos se cuentan, como si el “embarazo” o robo de urnas fuera el único método para alterar el resultado de la votación; como si la entrega de tinacos, tarjetas de débito, despensas y otros métodos no existieran; como si la inyección de recursos de procedencia ilícita a las campañas resultara invisible e imposible de comprobar.
Pensarán quienes así se impusieron que la misma receta habrá de resultar para la elección presidencial de 2018. Sin embargo, el hartazgo adquiere día a día proporciones mayúsculas; la descomposición social, que se traduce en violaciones, asesinatos, robos con los que se despoja de lo poco que tienen a los más pobres, extorsiones a pequeños negocios y una larga lista de agravios, aunque no parezca, siempre tiene un límite, y éste se da, precisamente, cuando los agraviados poco tienen ya que perder y deciden poner un “hasta aquí”.
Desgraciadamente, cuando eso ocurre, la reacción no es tan pacífica como hasta ahora.
Aún hay tiempo de enderezar, en lo posible el rumbo. Para que eso ocurra, debe darse un cambio profundo en la manera de gobernar. Si aun esta esperanza la atajan por la mala, el panorama serpa sombrío.