EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
El Chimborazo al centro del Naturgemälde de Humboldt.
Ciudad de México, sábado 19 de octubre, 2019.– Una tarde, leyendo La invención de la naturaleza de Andrea Wulf (Taurus, 2017) visité a Humboldt en su estudio cuando nos recibió Seifert, su mayordomo, a quien seguimos hasta el segundo piso para “atravesar una sala llena de pájaros disecados con varios ejemplares de rocas y otros objetos de historia natural, antes de pasar por la biblioteca y llegar, finalmente a su estudio: una habitación forrada de libros, manuscritos y dibujos, instrumentos científicos y animales disecados, además de unos folios llenos de plantas prensadas, mapas enrollados, bustos, retratos y hasta un camaleón domesticado. Sobre el suelo había una piel de leopardo y, por ahí, un loro que interrumpía la conversación gritando las más recientes órdenes que había dado Alexander: “¡Mucho azúcar, mucho café, señor Seifert!”.
Había cajas apiladas en el suelo y una mesa con montones de libros. En una mesita que estaba a su lado, había un globo terráqueo –como el que he bajado a la mesa que está al lado del sillón donde leo– y vimos cómo, cada vez que Humboldt hablaba de una montaña, un río o una ciudad, se levantaba y lo hacía girar.”
¡Ah!, cómo me gustó viajar desde mi sillón y navegar con él en su barco de vela, subir las montañas, cruzar parte de la Amazonia y escalar los volcanes a un lado del explorador, científico y creador, un hombre genial que no paraba de hablar explicando todo, hasta lo que llegó a deducir esto que ahora conocemos como ecología con los datos que tenía cuando dedujo que “toda la Naturaleza está unida por lazos invisibles” como lo hizo después de sus exploraciones por América cuando era joven y, años después, por la Rusia imperial.
Escalamos el Chimborazo en el Ecuador y cuando pasamos por México, subimos al cráter del Nevado de Toluca cargando sus instrumentos para medir el azul del cielo (no entendí cómo), la temperatura, la altitud y la humedad, recogiendo plantas para hacer un dibujo que expresara su descubrimiento: el Naturgemälde, es una obra original en donde pudo anotar en la sección transversal del Chimborazo el entramado de la flora y fauna según la altura sobre el nivel del mar, expresando de esta manera qué “la Naturaleza era una totalidad y cómo es que todo en ella es interacción y reciprocidad” en un dibujo detallado de 90 por 60 centímetros en donde está al centro esa montaña increíble como es el Chimborazo y, a los lados, las tablas de todo lo que había encontrado: desde los hongos subterráneos hasta los líquenes en la línea de la nieve.
Bertrand Russell debió conocer lo que hizo Humboldt y, por eso, aconsejaba a las nuevas generaciones que “cuando estudien cualquier tema se pregunten: ¿cuáles son los hechos y cuál es la verdad que los hechos sostienen?, y no se dejen desviar por lo que desean creer o por lo que creen que les daría un beneficio si así fuese creído: observen única e indudablemente los hechos.”
Eso fue lo que hizo Humboldt, tal como lo detalló en las miles de páginas que escribió y, entre éstas, las más conocidas: Cosmos, Cuadros de la Naturaleza y Narrativa personal, libros de cabecera de sus discípulos Charles Darwin, autor de El origen de las especies; Henry David Thoreau y su Walden; George Perkins Marsh autor de Man and Nature; Ernest Haeckel con La forma de la Naturaleza y John Muir fundador del Club Sierra, conformando entre todos lo que actualmente conocemos que rige la Naturaleza.
Viajé con Humboldt y hace años, con Darwin cuando publiqué la versión de El origen… resumida y anotada por Richard E. Leakey o cuando estuve con Thoreau en su cabaña hecha a mano, cerca del lago Walden en Concord, Massachusetts, en medio de los bosques.
Así es esto de la lectura: podemos viajar con ellos para tratar de entender lo que descubrieron y aportaron para entendernos mejor, saber dónde estamos y quiénes somos.