Joel Hernández Santiago
A Vicente Fox Quezada, ex presidente de México (2000-2006), no le para la lengua. No se contiene. No deja de buscar los reflectores para lanzar andanadas en contra de lo que le viene en gana y que tiene que ver con sus intereses particulares… Es 2018, hace casi doce años dejó la presidencia del país y aún cree que su palabra tiene el peso presidencial de entonces.
Esto es: una vez que Andrés Manuel López Obrador lanzó la amenaza de que si llegara a la presidencia retiraría las pensiones de retiro que se otorgan fuera de ley a los ex presidentes. Fox enfurecido defendió, sin decirlo, el ingreso mensual y todos los beneficios adicionales (suministros, vehículos, guardias de vigilancia…) que le entrega el gobierno de México. En cifras: según datos, Vicente Fox recibe cada mes 500 mil pesos del dinero público, que es decir, de nuestros recursos nacionales.
En contraste, según las reglas de operación del Programa Pensión para Adultos Mayores, publicadas en la Comisión Federal de Mejora Regulatoria (Cofemer), el apoyo que otorgará la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) a los adultos mayores de 65 años y más, será de 580 pesos mensuales este año. Fox recibe 500 mil al mes.
De ahí la andanada crítica al candidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador, al que “tiro por viaje” suelta descalificaciones, adjetivos, acusaciones y reclamos; del que pasa de foro en foro advirtiendo de los riesgos de su posible gobierno y de la ‘venezolización’ de México con “Lopitos” como suele llamar al tabasqueño.
Lo mismo haría en contra de José Antonio Meade si éste tocara el tema y dijera que en caso de ser presidente retiraría esas pensiones; o Anaya o, incluso, su clon, un señor al que apodan “El Bronco”. A cualquiera. Fox es así. Para infortunio de la política nacional.
Y está en su derecho –digamos-; está en su libertad de expresión decir lo que piensa, expresarlo y caminar por el mundo con su criterio electoral y político.
Pero este criterio parece sustentarse en el peligro que prevé de perder los ingresos mensuales que lo hacen tener una vida fuera de cualquier preocupación, fuera del temor a no tener para mañana, y lejos de ser parte de esa mayoría a la que se le otorgarán 580 pesos mensuales luego de toda una vida de trabajo. Y otra cosa que no quiere perder: su sentido del poder. Cree que aún lo tiene, que aún le pertenece y navega con la bandera del poderoso, pero sin poder.
Y lanza dardos envenenados a diestra y siniestra. No hace mucho le pidió a los mexicanos y mexicanas, “ver más allá de las promesas –y no dejarse- endulzar con cuentos de venganzas o grandeza”; “AMLO –dijo- no es todopoderoso, no es ningún mesías, no tiene la autoridad de perdonar ni menos la varita mágica de acabar con la corrupción”.
Antes, el 31 de marzo de este año escribió en twitter: “Las voces que no quieren a López Obrador en la grande2018 deben hacerse escuchar. No permitamos que estas advertencias pasen desapercibidas por la perrada de Lopitos. ¡México merece mejor que él!”.
Y así antes y después. Una guerra verbal en solitario. Una guerra que es su guerra y a la que millones repudian. Porque Vicente Fox ha conseguido el repudio nacional, aunque él todavía no lo sabe. Y si acaso hay gente que lo atiende, es porque los medios se hacen cómplices de esta algarabía foxista que no lleva a nada ni conmueve nada: o si, al repudio, decíamos…
El mismo repudio con el que en octubre de 2007 manifestantes –supuestos militantes del Partido del Trabajo, Partido Revolucionario Institucional, Partido de la Revolución Democrática y Convergencia–, se reunieron alrededor del monumento “a Fox” en el boulevard costero de Boca del Rio, en Veracruz, para derribarlo.
Pero así son sus intereses. Su rancho San Cristóbal, del cual recibe ingresos pues lo ha convertido en hotel de lujo y con un restaurante de lujo, desde el que irradia sus consejas anti López Obrador, y desde donde ha mostró su apoyo por José Antonio Meade, con el que le hizo mucho daño; y es desde ahí, desde donde sale para ir a diversos foros de México y del extranjero para ‘dictar conferencias’ sobre la política nacional y desglosar ahí su perspectiva de las cosas. Por supuesto, cobra las famosas conferencias.
Ni modo. Está ahí y está en su derecho y en su libertad de decir lo que quiera. El problema sigue siendo el nuestro: que le hacemos caso. O mejor: ¿Deveras le hacemos caso? ¿O se está convirtiendo en el bufón de la fiesta?… Cosas del proceso electoral mexicano.
jhsantiago@prodigy.net.mx