Claudia Rodríguez
En el 2009, estudiantes del Instituto Politécnico Nacional (IPN), desarrollaron un material educativo e informativo conocido como violentómetro, para identificar distintos grados de violencia que una persona ejerce sobre la otra y que se plasma como una broma, un adjetivo, amenazas, mentiras, gritos, empujones, golpes y hasta el propio riesgo de muerte.
Este material de manufactura politécnica se usa con los mismos fines no sólo en México, sino también a nivel internacional, por lo que es común ver carteles de esta información en muchos recintos de trabajo, educativos y hasta de atención de organismos gubernamentales.
Es claro que la violencia no es sólo ya un asunto de género; también se ha transportado a muchos otros ámbitos de la vida diaria con desenlaces terribles y hasta fatales.
Los escenarios de la vida política no están alejados de acciones violentas; desde las más sutiles hasta las más cruentas.
Meses atrás y ante la llegada del presente proceso electoral, legisladoras presentaron un violentómetro específico para identificar situaciones determinadas de violencia política en contra de las mujeres y cómo los hombres impedían su desarrollo para conseguir otros espacios de trabajo, representación y gobierno.
En la Ciudad de México, también se definió un violentómetro específico para la elección local pero nadie ha sacado ni siquiera la tarjeta roja al candidato priista Mikel Arriola por adjetivar a sus adversarios como “malditos”.
Ahora que en el Instituto Nacional Electoral (INE), se planteó el caso del periodista Ricardo Alemán incitando a los seguidores de Andrés Manuel López Obrador –candidato presidencial de Morena y de la coalición Juntos Haremos Historia– a matarlo; el consejero presidente Lorenzo Córdova aseguró que “no se puede buscar eliminar a los opositores” a lo largo de las campañas rumbo a los comicios de este próximo primero de julio.
Se advirtió que la elección es responsabilidad de todos, pero aun cuando por la naturaleza de la contienda existan ataques, no se puede llegar al grado de buscar eliminar –matar— a alguien.
En México ya vivimos un magnicidio en plena campaña electoral que le costó nada más y nada menos en 1994, la vida al candidato priista Luis Donaldo Colosio, lo que llevó a la Presidencia a Ernesto Zedillo por ubicarlo en el lugar del mártir y nada más. Porque Zedillo en otras circunstancias, no hubiera ganado sino apenas los votos de familiares, amigos y militantes priistas.
En Tamaulipas en el 2010, ha sólo seis días de realizarse los comicios para renovar la gubernatura, el candidato Rodolfo Torre Cantú del PRI en coalición con el verde y los de Nueva Alianza, fue emboscado y baleado hasta perder la vida.
Hasta ahora, de frente a la próxima elección, entre candidatos a alcaldías y presidentes municipales en funciones, los homicidios dolosos suman casi 35.
De la violencia verbal y psicológica que puede consistir en negligencia, insultos, humillaciones, marginación, indiferencia, comparaciones destructivas, rechazo y hasta restricción; es muy fácil pasar a la violencia corporal.
Muchos deciden en lugar de discutir, insultar, y hay quienes con más encono van por la destrucción.
No es descabellado que el INE tenga que definir y poner visible para todos los actores políticos y quienes opinamos de manera publicitada, un violentómetro electoral, que no es lo ideal pero ante la inminente realidad, tal vez sí necesario.
Acta Pública… El periodista Ricardo Alemán en su columna del día de ayer 8 de mayo, que se publica en Milenio; admite haberse equivocado en las formas para incitar a los seguidores de Andrés Manuel a eliminarlo, pero que una mente retorcida exageró el asunto.
Para advertir… La incitación es tan grave, si se llega a cometer, como el mismo crimen.
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