Carlos Ferreyra
Tengo una incontrolable tendencia para decir las cosas que no tendrían por qué importarme. Deca mi padre que nunca aprovechaba la oportunidad de quedarme callado.
Quizá, lo digo para auto justificarme, por eso terminé en periodista, no cualquier periodista sino la cúspide, reportero contador de historias y flagelo de impíos.
He temido trato cercano con testas coronadas y desde temprana edad los perros son mis cuates.
Vaya en esta ocasión la culpa para Concha Badillo, la siempre adorada Con Debussman, que publica una foto de Letizia, reina de España en un centro comercial guadalajareño, promoviendo el consumo de cigarrillos.
La señora participaba en un intercambio periodístico con un medio de su país. Aquí, dicho sea de paso, hizo historia por fiestera, por sus frecuentes cambios de acompañante y por dos desnudos, uno para portada de revista y otro para un lienzo que custodia el autor.
Las vueltas de la vida que llevaron a la reportera al trono, me rebulleron en la cabeza por un lado el rechazo, la enemistad pública de la griega reina Sofía, y el rechazo a la nuera que, sin embargo, cayó en blandito en un país de súbditos discutiendo si la sucesión puede recaer en una hembra.
Afirman que la esposa del depuesto pillo Juan Carlos, recibió la información detallada de la mujer a la que pretendia su hijo y hoy monarca.
Como los perros, seres inútiles, vividores por naturaleza, ambos grupos, nobles y canes, nacieron para ser consentidos, mantenidos y siempre apapachados y felices.
Con cierta ventaja, mínima, de los perros porque los hay guardianes, rescatistas, de pelea, lazarillos y simples acompañantes.
En una cena real en Estocolmo, a la que fui invitados, pregunté para qué sirve un soberano. Me respondieron que el rey sueco, a dos sillas de distancia, era el mejor relacionista para las industrias nacionales.
Miré alrededor, medio centenar de lacayos, ujieres por todos lados y las fuerzas de seguridad desplegadas en torno.
Me pregunté cuánto debería producir el monarca para justificar tal dispendio que se extiende a familiares y a todo lo que llaman nobleza
Los perros son modestos. Gozan mucho cuando alguien se exhibe cómo su amo. No, los amos son estos cuadrúpedos que no sirven absolutamente para algo, les basta con mover el rabo, dar un par de marometas y luego soportar los apachurrones, eso que suponen caricias.
Y así tienen casa y sustento garantizado. Una nota,: el amo explota al esclavo Pero aquí sevolteó la tortilla y los presuntos amos deben deslomarse para tener feliz al vivales.
España, Inglaterra para mencionar los más evidentes, con dinastías teinante que lucen airosos y con valor, las astas que les adorna el real frontispicio…