Relatos dominicales
Miguel Valera
Porque llevábamos el terruño en la sangre, nos gustaba comer de vez en cuando en “El Jarocho”, un restaurante ubicado en Mar Baffin 2, en la colonia Tacuba, de la alcaldía Miguel Hidalgo de la Ciudad de México. Yo siempre pedía la mojarra al mojo de ajo y Eunice un coctel de camarón sin aguacate. Siempre, para variar, le reprochaba el por qué no le gustaba el aguacate, el oro verde que tantas propiedades tiene.
Ese día, luego de la segunda cerveza se nos hizo un nudo en el corazón cuando nos enteramos de cómo uno de nuestros vecinos en la colonia había matado a su propia madre. Sí, expuso el mesero, ese muchacho era muy joven, tenía 37 años y asfixió a su madre y se quedó a dormir un rato, abrazando el cuerpo aún tibio de quien le dio la vida. El mundo está muy loco, acotó.
Cuando llegó la policía, siguió contando, se entregó pacíficamente, les dijo que el diablo se lo había ordenado. “El diablo me lo ordenó, sí, sí, fue el diablo; él me dijo que la matara”, contestó el muchacho con la mirada perdida, como si estuviera drogado. La mamá tenía 74 años. Quién sabe qué traía en la cabeza este joven, si estaría drogada o quién sabe, cerró el mesero su relato.
Eunice me miró con terror, palideciendo. Le pedí otra cerveza, para que se le pasara el susto y le comenté que seguramente el chico sufría de un síntoma de trastorno mental grave (TMG), llamado comúnmente esquizofrenia. Si escuchan voces, si esas voces influyen en su conducta, si esas voces les ordenan hacer cosas, estas personas necesitan un tratamiento psicofarmacológico, le dije con alarde de erudición que me calmó con su mirada de “sí, sí, sabelotodo”.
Buscó en la web y leyó: Cuando realizaban el protocolo, el hombre de 37 años cayó en cuenta de lo que había hecho y empezó a llorar y a pedirle perdón a su madre, pero ya era demasiado tarde. El imputado dijo a las autoridades que siempre ha escuchado “voces” en su cabeza que le ordenaron que hiciera “cosas malas”. Detalló que fue alrededor de las 2:30 de la madrugada cuando “el diablo” le ordenó estrangular a su mamá.
Nos miramos sorprendidos nuevamente. Por un lado, lamentamos el hecho y sin satanizar al asesino, tratamos de entender el por qué escuchaba esas voces. ¿Qué hubo en su infancia, en su historia personal? No lo sabíamos. Lo que sabíamos es que había matado a su madre y que merecía toda la repulsión y condena. Recordamos lo que una vieja amiga psicóloga nos había dicho del alto porcentaje de personas que escuchan voces en su vida, como fruto de experiencias traumáticas.
Estos síntomas, decía, pueden ser respuesta ante amenazas invisibles, anidadas en su corazón, en su alma y en su mente desde la primera infancia. Eunice asentó con la cabeza. “Caras vemos, historias no sabemos”, me dijo. Sí, le contesté, pensando en las miles de personas en el mundo que van a nuestro lado escuchando voces, voces de oscuridad, que les invitan a cometer atrocidades como el caso de este joven de la colonia Tacuba. Ese día, ya no pedimos postre, lo amargo de la malta de cebada tostada, del lúpulo y la levadura de la Negra Modelo se nos mezcló con la amargura de esta historia de la vida real.